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Volver a Perucho (y a Cunqueiro)

    ES POSIBLE que Joan Perucho, nacido hace poco más de cien años (el centenario fue en noviembre y sigue celebrándose, a pesar de la pandemia), y muerto en 2003, resulte ahora mismo un escritor extraño, no sé si suficientemente recordado, a pesar de su ingente y maravillosa obra, a pesar de haber sido uno de los autores más traducidos. Afortunadamente, algunos libros acaban de reeditarse, como ‘Botánica oculta o el falso Paracelso’, gracias a Edhasa. Y gracias, cómo no, a la labor de Mercedes Monmany, gran conocedora de Perucho (hizo su tesis sobre él y Cunqueiro), que ya ha llevado a cabo ediciones importantes de sus obras en el pasado y ahora prologa esta delicia absoluta, a lomos del indomable caballo de la fantasía.

    Con ser Perucho un escritor distinto a todos, difícil de encuadrar o de etiquetar (esa insólita pasión de críticos y académicos), no diré que me considero un conocedor profundo de su obra, con la que, sin embargo, coincido en gran manera: estilísticamente, desde luego, pero también en gustos literarios, en referencias, ecos, perfumes y sabores. Perucho es de esos escritores que hoy tal vez no sería muy bien visto, por dejar tan de lado la realidad, sin traicionarla, por abominar de la vida prosaica, pragmática y previsible. Este juez que no pudo vivir sin escribir, pues escribió muchísimo, encontraba en la escritura no ya la consolación y el sosiego, sino el alimento de la fascinación, la pasión de lo invisible. Ese era su universo nutricio.

    Perucho es lo que podría llamarse, haciéndole plena justicia, el escritor total. El escritor apasionado, pero riguroso, creíble pero fantástico, proclive, como dice de sus plantas en el comienzo de ‘Botánica oculta’, a un “mundo fascinante, extraño y antirrealista”. Con su humor, siempre presente, con su ironía, con su mirada escrutadora en busca de los lugares secretos de las cosas, Perucho se maravillaba de que hubiera gente capaz de afirmar que nunca había visto un fantasma. Su despliegue imaginativo, su capacidad para crear historias, arranca de la propia literatura. Estamos ante un gran bibliófilo, que reunió en su biblioteca más de 30.000 volúmenes, algunos primeras ediciones. Estamos ante un amante de la literatura y las historias, sí, pero también de los libros como objetos preciados. La entrevista que le hizo Víctor M. Amela para ‘La Vanguardia’ en 2001 es reveladora. Búsquenla.

    La genialidad de Perucho, como bien nos recuerda Monmany, arranca desde la Ilustración, puede atisbarse ese brillo tanto en Sterne como en Swift, pero igualmente en sus puntos de contacto con Borges, tan distinto, sin embargo. Pero también construye Perucho su literatura cargada de simulaciones y magias a través de visionarios como Paracelso (particularmente en el libro que glosamos, que supone un homenaje), y desemboca, cómo no, en su gran amigo, en su alma gemela en tantas cosas, Álvaro Cunqueiro. Y con él llegamos, claro, al surrealismo, a las vanguardias, donde sea necesario, pues su literatura es un gran y poderoso artefacto cargado de posibilidades y misterios. Como recoge Monmany, Perucho era crítico con este universo “ramplón”, “masivo y codificado, sin imaginación”. Para él, era muy triste una vida vivida a ras de suelo.

    26 ene 2021 / 00:38
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