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¿Y después del Año Santo, qué?

    HACE meses que desde aquí el escribidor se preguntaba “¿y después del Apóstol, qué?”. Interrogante que quería llamar la atención por el mal entendido respeto a la tradición consistente, en cita de Gustav Mahler, en venerar las cenizas del pasado en vez de propagar su lumbre a las generaciones futuras.

    La pregunta vuelve a ser pertinente ahora mismo como reflexión y balance final de ese largo Año Santo Compostelano que los nuevos mercaderes bíblicos del templo sitúan como récord absoluto con las más de 400.000 Compostelas expedidas.

    No es este el sitio, que bien pudiera y precisamente para detenerse en el merecido elogio, de escudriñar la rentabilidad espiritual de una conmemoración religiosa tanto más positiva por cuanto su prolongación en el tiempo le permitió mantenerse fiel a sus raíces, a salvo del remedo laico que, a su sombra, alumbró el tan manido Xacobeo.

    Sí parece necesaria, en cambio, la pregunta para medir las rentabilidades de esa conmemoración laico-política que fijaba en su desarrollo y éxito el porvenir más próspero –¡Vaiche boa!– para Galicia.

    El resultado final, mírese por donde se mire, se concreta en que el tan publicitado parto de los montes apenas alumbró el ratón del éxito, meramente circunstancial, de contabilizar seis millones de visitantes. Experiencia que –lo dice el presidente Rueda– “seguro que vai a permanecer sempre no seu recordo”. ¿Ese es todo el poso que deja?

    Un buen conocedor y animador desde la alcaldía de los más fructíferos años de esa experiencia laica al socaire de la religiosa, Xerardo Estévez, advertía antes del inicio del Año Jubilar de la oportunidad que la conmemoración tenía para celebrar encuentros y aventar reflexiones entre lo más granado de la intelectualidad y pensamiento europeo para fijar las nuevas sendas a recorrer para favorecer la paz y la convivencia en el viejo continente, a las puertas hoy de una guerra cruenta y frente a la ebullición de nacionalismos y populismos. ¿Se hizo algo? ¿Aprovechó Galicia el indudable tirón que Compostela representa en la UE en razón de haber sido la meta que posibilitó el sentimiento de pertenencia desde los mismos valores culturales y sociales?

    El aludido presidente de la Xunta se felicitaba de que los peregrinos habían percibido nuestra “indiscutible riqueza natural e cultural, a mellor carta de presentación de Galicia”. ¿Seguro? ¿El paisaje natural de una Galicia vaciada que se percibe detrás de ese escenario de cartón piedra que suponen las estéticamente retocadas Rutas del Camino? ¿Percibió algún peregrino, de verdad, la riqueza cultural viva –además de la monumental e histórica– de los pueblos que cruza el Camino?

    Se reseñaba aquí hace escasas fechas el propósito de su impulsor, Vázquez Portomeñe, de hacer del Xacobeo un proyecto de Galicia de modo que se convirtiera en una herramienta, en el instrumento desde el que revitalizar el sino europeísta, atlántico, de cultura, convivencia y progreso de esta tierra. En vez de eso, hacer del Xacobeo un fin en sí mismo, como ocurre ahora, para contar visitantes solo conduce a la melancolía por una nueva oportunidad desaprovechada.

    02 ene 2023 / 00:00
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