Y que los ángeles te acompañen

ASÍ los invocó el sacerdote en las exequias por el amigo al que enterré el sábado. Ha sido el segundo allegado del año, muy querido. La liturgia católica emulsiona la pena con una alegre esperanza; al moqueo acompañaba una apacible tranquilidad:

“Junto al cuerpo ahora sin vida de nuestro hermano encendemos, oh, Cristo Jesús, esta llama, símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado: que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas y alumbre nuestro camino de esperanza, hasta que lleguemos a ti, oh claridad eterna”.

El celebrante cargó la mano en el incienso con que sahumó el féretro y a los acompañantes: a su dudoso olor acre más que dulce encontré más sentido al botafumeiro. Sacaron al muerto de la iglesia mientras desde el coro se oía “dichosos los que mueren en el Señor que era el caso, y algo más como No he de morir, viviré, por los siglos de los siglos”. Muy energético.

En la conclusión de un dramón de Shakespeare, el amigo leal Horacio hace
la despedida del difunto Hamlet: ... ya se quiebra tu noble corazón. ¡Que la no-
che te acoja, amado prínci-
pe y que los ángeles arru-
llen tu sueño!

Ponemos flores vivas y perecederas junto a un cuerpo muerto. Desde la ventana del cuarto donde velaba a Lluis veía la furgoneta de reparto de patatas Evaristo y un tordo que picoteaba el parterre de la calle. Vida y muerte andan cercanas y sucesivas.

Se me murió José Luis Gayoso en mayo, ahora lo ha hecho Luis Frigola, ambos en Santiago. Nos han dado muy buena vida, José Luis prodigando su comida rica en Casa Manolo en Cervantes, Luis Frigola era cura y administraba a raudales gracia sacramental; ambos dedicaron su vida para otros. Séales el Cielo propicio a los dos.