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...y vuelta

    CUATRO de marzo de 2020. En la radio hablaban de los preparativos del
    8-M. “La que se puede liar si no tomamos conciencia de la situación”, reflexioné. Y cada uno o cada una que entienda lo que quiera. Que, por otra parte, siempre es lo que suele pasar. Porque ya lo decía mi padre: “No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver”. A partes iguales. Porque la ausencia de sentidos siempre es mala.

    Como también lo es la falta de sensibilidad. Y algunas están tan a flor de piel... Tanto, que muchas veces me pregunto: ¿No estará la hipersensibilidad de algunas y algunos haciéndonos mucho más alérgicas y alérgicos a todas y a todos? ¡Caramba!, pensé. Lo que ocupa una frase políticamente correcta...

    En estos pensamientos estaba cuando, a la altura de Mérida, sonó el teléfono. Miré la pantalla. Era Brígida. Se conectó el manos libres. “¿Qué pasó?”, le pregunté. Dudaba si preparar un helado especial para el día internacional de la mujer. Dudaba, por la situación. Porque si algo define a Brígida es su capacidad para innovar, para reinventarse y para proactivarse una y otra vez desde el día en que la conocí, a punto de abrir su heladería en la rúa de San Pedro. ¡Qué gran ejemplo de empoderamiento femenino!, pensé mientras volvía de mi tour formativo por Andalucía.

    Entonces, reparé... Llevaba tres días repitiendo la misma masterclass sobre marca personal con perspectiva de género y ni siquiera me había acordado de citar a Brígida. ¡Qué poco apreciamos lo bueno cuando lo tenemos cerca! Hablara de Fátima Mulero y su apuesta por el autismo; de Luz Rello y su plataforma de apoyo a la dislexia; de Regina Navarro y sus camisetas molonas; de Belén Cabido y del éxito de su ropa de segunda mano; de Yaiza Canosa y su capacidad para reinventar la logística. Y de quince jóvenes emprendedoras más. Pero había olvidado a Brígida. Nos gusta lo grandilocuente y a veces olvidamos que casi todo lo grande empieza por algo pequeño.

    Seguramente por eso, de vuelta en casa, reordené mi ponencia y le concedía a Brígida el sitio que merece. Que merece por su valía, por su trabajo, por su esfuerzo, por su compromiso y por su innovación. Que merece por ser una persona extraordinaria, como todas las mujeres que forman parte de aquella presentación, más allá de la batalla de géneros, de perspectivas, de lenguajes y de expresiones políticamente correctas. Están ahí porque tienen que estar. Porque lo merecen. Por su valor más allá de su género. De eso, creo yo, va la igualdad. De igualar, no de desigualar. ¿No?

    11 mar 2021 / 01:00
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