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¡Ya es verano!

    CUANDO el verano se extiende ante nosotros como una playa sin pisar después de la bajamar, nos volvemos ambiciosos para hacer en vacaciones todo lo que en el resto del año se ha quedado en el tintero. Como si el calor dilatase el tiempo y este, desprovisto del esqueleto de rutinas que sostiene nuestra cotidianidad, se convirtiese en una sustancia infinitamente maleable y dúctil.

    El turismo veraniego es una conquista social de la transformación de la clase obrera en clase media y un elemento modernizador. España se enamoró del verano e hizo de este una industria poderosa que representa en Europa la alegría y el placer de vivir. Aquello por lo que se lucha y para lo que nos preparamos en los oscuros meses del invierno. Así, para millones de europeos la iconografía del paraíso pasa por una copa de vino blanco muy frío acompañada de una paella, unas raciones de almejas, calamares o pescaditos, en un chiringuito de playa, con vistas exclusivas al mar.

    El sol y la playa han terminado por imponerse a otras maneras de hacer turismo, porque el cambio climático ha hecho impracticable el veraneo en las grandes ciudades. ¿Quién quiere hacer colas a 40 grados a la sombra para ver la Capilla Sixtina o La Gioconda de Leonardo. Este cambio será demoledor para la solemnidad de la historia y de la visión romántica del viaje concebido como descubrimiento de ciudades y de sus patrimonios culturales.

    Para los que se relajan en los paraísos de sol y playa, caminan por los bosques, hacen el Camino de Santiago o se deleitan catando platos vanguardistas, estas vacaciones un año más tendrán que ser un poco diferentes de aquellas a las que estaban acostumbrados. Porque a pesar de que algunos ya hablan de turismo post-coronavirus, lo correcto sería hacerlo de turismo con coronavirus, ya que al menos por un tiempo y sin ánimo de ser aguafiestas, nuestra única certidumbre dentro de tanta incertidumbre, será que seguiremos conviviendo con el virus.

    La esperanza de movilidad sin límites (PCR o vacuna de por medio) se abre ante todos nosotros y nos predispone a reconquistar el tiempo perdido, pero no hemos de olvidar que el grado de inmunización de la población todavía no es el óptimo y hay que continuar prodigando el sentido común y la prudencia, porque una vuelta atrás sería terrible. Las consecuencias reputacionales que tendríamos que asumir, si siguen produciéndose rebrotes en zonas turísticas como los de Mallorca y Menorca, por las fiestas de fin de curso, serían un precio altísimo. En la coyuntura actual los turistas prefieren destinos que les ofrezcan garantías y tengan buena imagen desde el punto de vista de la epidemia.

    Si tenemos algo de paciencia es previsible que las cosas terminen por solucionarse en algún momento, más que nada porque no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista.

    13 jul 2021 / 01:00
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