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LOS REYES DEL MANDO

Zafón, catedral de palabras

    MAL empezó el fin de semana: se muere Bilbo Bolsón (Ian Holm), uno de mis personajes tolkenianos favoritos, que tanto me han acompañado, un actor de escuela, de la escuela de Shakespeare, y, casi al tiempo, se anuncia la muerte de Carlos Ruiz Zafón. Ambas literaturas se tocan de alguna forma: aunque sea por los dragones. Y así perdimos ayer, de un plumazo, un gran trozo de nuestras ficciones, donde habita la parte más dulce y amable de la vida.

    A Zafón lo conocí en 2016 por primera y única vez. Acababa de publicar ‘El laberinto de los espíritus’, una novela inmensa con la que cerraba la tetralogía, y creo recordar que se acercaban lentamente los días de Navidad. Allí estaba, totalmente vestido de negro como tantas veces, la camisa interior, negra también, abotonada hasta el final, el dragón plateado, por supuesto, en la solapa de la americana. Había venido para la presentación de la novela desde Los Ángeles, donde residía, y, a pesar de lo que se suele decir sobre su poco gusto por las entrevistas, aquellos días concedió unas cuantas y lo hizo con gran entusiasmo.

    Fue una sorpresa para mí, y un privilegio, pues ya contaba que, con la distancia geográfica y su forma de vida, cada vez más reservada, el autor milagroso de ‘La sombra del viento’ nunca estaría a tiro de micrófono. Maravillosamente, estuvo más de media hora, y desde el principio me pareció que tenía frente a mí a una personalidad volcada con la emoción de las palabras: era un gozador inmenso de las historias. Esa entrevista, en la que Zafón dice muchas cosas sobre su gran proyecto literario, se podía escuchar (y quizás aún se pueda) en la versión digital de este periódico.

    La palabra que más veces me repitió Zafón fue arquitectura. Normal, si hablas con un creador de laberintos. También dijo varias veces engranaje, y, desde luego, espejo. En eso, creo, puede resumirse la mirada hacia la literatura de Zafón, que, como él mismo dice, viene de su niñez. “Yo sí que fui un niño que sólo quería ser escritor”, me dijo. Luego fue otras muchas cosas. Desde la publicidad a los guiones, pasando por los cómics, cuyas viñetas tienen que ver con sus arquitecturas literarias. Ya en el mundo americano, y en Los Ángeles, parecía completar el sueño infantil: toda la literatura cabía en esa magia de los espacios, las arquitecturas o los cómics.

    Recuerdo muy bien a Zafón contándome, en voz baja, pero de una manera casi torrencial, cómo había concebido el proyecto laberíntico de los libros olvidados desde el principio. Logró culminar ese gran diseño que siempre estuvo en su mente. Años y años dedicados a crear un homenaje a la propia literatura, con centenares de guiños y referencias, algunas fáciles de detectar, otras no tanto. El espejo en el espejo: Alicia se abre camino. Y el siglo XX, con el dolor y la guerra. Sus libros son las puertas que llevan a un mismo lugar, y ahora, me decía, “en ‘El laberinto de les espíritus’ todos los cabos, todos los hilos, todos los arcos, quedan finalmente armados: así completé al fin esta catedral de palabras”.

    Un edificio literario admirable. Me causan gran dolor las últimas palabras que me dijo en esa entrevista, ahora que nos ha dejado con tan sólo 55 años: “la vida es demasiado breve y leer es vivir más y vivir mejor”.

    20 jun 2020 / 13:10
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