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Como fue realmente la entrega de Herat

El 11 de agosto El Correo Gallego publicó el SOS de un grupo de chicas de Herat. Al día siguiente mujeres portavoces de los principales partidos políticos de Galicia exigieron que se tomasen urgentemente algunas medidas. Y solo un día después la Xunta de Galicia denunció en público la situación de ese grupo de chicas y de todas las mujeres afganas, y expresó su solidaridad con ellas en el mismo día en el que iba a caer Herat. Me enteré de la entrega de Herat mientras estaba paseando por una preciosa playa del sur de España, contemplando la puesta del sol, acompañado por una generosa familia que me había acogido en su casa, en lo que fueron las primeras vacaciones de toda mi vida. Mi primera reacción fue un sentimiento de estupor, seguido de angustia y tristeza. Por eso les pedí a mis amigos que me dejasen solo un rato para poder asimilar todo el dolor que estaba sintiendo. Siempre me ponía triste al enterarme de que alguna ciudad de Afganistán había caído en manos de los talibanes, pero Herat era un caso diferente. Era la ciudad en la que había estudiado, en la que trabajaba, y lo más importante de todo: era la ciudad en la que viven mi familia y todos mis amigos.

Desde el momento de mi llegada a España, gracias a El Correo Gallego y a su apoyo incondicional, he tenido la oportunidad de escribir cada semana sobre el mundo islámico y sobre Afganistán. Intenté, mes tras mes, que el público tomase conciencia de lo que estaba ocurriendo en mi país tras el anuncio de la retirada de las tropas de los EE.UU. y la OTAN, y, sobre todo, intenté que se hiciese visible la vulnerabilidad de las mujeres y de determinados grupos étnicos, como los cristianos, los hindúes, los sijs o los hazara. Advertí también del peligro que suponía liberar a 5.000 prisioneros talibanes condenados por gravísimos delitos, y me daba la impresión de que la gente pensaba que yo estaba exagerando, y por eso le era indiferente todo lo que iba publicando en El Correo Gallego, que en todo momento me siguió mostrando su apoyo. Hasta que al final, por desgracia, se demostró que yo tenía razón el 15 de agosto cuando Kabul fue igualmente entregada a un grupo terrorista, mientras lo que quedaba de la presencia occidental salía de la ciudad a toda prisa y de forma humillante y vergonzosa.

Hay muchas razones internas que pueden ayudar a explicar la que es quizás la conquista militar más rápida de la historia reciente y el colapso de todo un estado. La suma de un poder unipersonal desmesurado, con la corrupción endémica y la marginación de la toma de decisiones del poder de todos los grupos étnicos del país, que son 14, excepto de los pastunes, son un parte de la explicación. Pero lo que me gustaría ahora contar es lo que pasó en Herat, mi ciudad, la ciudad de mi familia y de mis amigos, con los que aún consigo mantener contactos.

Al quedar sitiada, y una vez cerrado su aeropuerto, mi familia decidió enterrar mi biblioteca, para que, si los talibanes entrasen en nuestra casa, lo que pueden hacer cuando quieran, no viesen que allí había libros. Si encuentran en una casa libros que no sean religiosos islámicos, el dueño de la casa y todos sus habitantes pueden sufrir unos muy duros castigos. Mi madre no sabe leer ni escribir, pero admira y respeta los libros, y por eso no quería enterrarlos de ninguna manera. La tuve que convencer por teléfono de que tenía que hacerlo, y así enterró los libros. Pero los libros no iban a ser el único problema, porque los talibanes quieren re-islamizar a la gente, que normalmente ya vive obsesionada con la religión. Mi madre y mis hermanos decidieron encerrarse en casa el 13 de agosto, porque tenían miedo de salir a la calle. Sobre todo lo tenía mi hermana, una chica de Herat, a la que le costó muchísimo poder iniciar una carrera universitaria, ahora truncada para siempre.

Herat es una provincia dividida en 16 distritos. Su capital también se llama Herat, y cuando los talibanes tomaron todo el entorno, la gente se refugió en la ciudad, famosa por haber resistido durísimos asedios a lo largo de su historia, creyendo que allí estarían a salvo. Allí estaba el 207 cuerpo de ejército, llamado Zafar, porque la ciudad se consideraba como un puesto estratégico clave por su posición, población y poder económico. Allí habían llegado también, huyendo de la brutalidad talibán, refugiados procedentes de Badghis, la provincia que administró y defendió el ejército español, y de Ghor, mi provincia natal.

Los talibanes penetraron en la ciudad, que tiene una población de 600.000 personas y una gran extensión, por ser sus viviendas en gran parte de un único piso, entre el 6 y el 8 de agosto, pero fueron frenados y expulsados. La gente subió de noche a los tejados y gritaba “Allah u Akkbar”, “Alá es grande” para apoyar a los soldados que estaban luchando contra la ofensiva talibán. Pero mientras el pueblo intentaba mantener alta la moral de lucha, un determinado número de mulás e imanes comenzaron a decir que no había que oponerse a los talibanes, sobre todo el poderoso mulá Mujib Ansari, que condenó radicalmente los intentos de resistencia. Es un clérigo muy famoso por su retórica anti chiita y mantiene muy buenas relaciones con Irán y Arabia Saudí, con el primero de ellos a través del movimiento Hizbul Tahrir, y con la segunda a través de la madrasa Dar-ul ulom-e Ansar, financiada por esa monarquía del petróleo, y en la que estudian cientos de alumnos. Fueron los mulás y los miembros de ese partido los que facilitaron la entrada de los talibanes, llevándolos el 12 de agosto hasta el palacio del gobernador y las cercanías del cuartel general del ejército.

Dan fe numerosas fuentes desde Herat de que el general Khial Nabi Ahmadzai, que acababa de tomar el mando de las tropas gubernamentales, convenció a Ismail Khan, un antiguo señor de la guerra que había organizado una milicia anti-talibán, y al gobernador de la ciudad de que fuesen al cuartel general para organizar la defensa de la ciudad. En ese momento la superioridad militar del ejército era clarísima, en hombres, armamento y medios blindados. Pero el enemigo no era el que había llegado desde las montañas y el desierto, el enemigo estaba dentro del cuartel general, porque el general al mando decidió rendirse sin combatir y entregar la totalidad del armamento y todos los vehículos y blindados de fabricación norteamericana a los talibanes.

El primer día de control talibán de la ciudad, el 13 de agosto, los talibanes pintaron de negro la cara de dos hombres acusados de robar y los pasearon por toda la ciudad. A su paso, la gente que ya se iba adaptando al nuevo Emirato Islámico de Afganistán los abucheaba al grito de “Alá es grande”. Al día siguiente 14 “chicas de Herat” fueron a la universidad abierta tras tres meses de cierre. Les dieron el alto a la entrada y las mandaron de vuelta a casa. Y lo mismo iba pasando con todas aquellas mujeres que desempeñaban alguna profesión: las mandaron de vuelta a casa y fueron inmediatamente sustituidas por hombres.

A partir de ese día ya no se volvió a ver a ninguna chica ni a ninguna mujer por las calles de la ciudad. Una amiga con la que pude hablar me dijo: “estoy literalmente encerrada, porque tengo pánico. Nunca usé burka ni niqab. Mi madre me dice que me los ponga, pero idea de llevarlos me indigna”. El día 15 los talibanes dieron una paliza a una chica que llevaba unos pantalones vaqueros. Ese mismo día en la universidad hubo un claustro presidido por un talibán, al que no se le permitió entrar a ninguna mujer.

Según la embajada rusa en Kabul el presidente Ghani huyó en helicóptero acompañado por una comitiva de cuatro coches llenos de dinero. Así fue como acabó la democracia en Afganistán. Llegará un momento en el que los historiadores norteamericanos tendrán que valorar lo que supuso la retirada de Afganistán. Quizás puedan llegar a la conclusión de que ese fue el día en el que murió el “Imperio americano”, enterrado en Afganistán como en su momento lo fueron el británico y el ruso. La famosa escena de la retirada de Saigón se repitió con los helicópteros evacuando una embajada que quemaba sus documentos y acababa arriando su bandera, seguida por la vergüenza del aeropuerto de Kabul, utilizado para la evacuación de los occidentales por no poder disponer ya de la gigantesca base de Bagram, abandonada sin relevo, y tomada el día 15 por los talibanes que liberaron de su prisión a 5.000 terroristas para que campasen a sus anchas por Kabul. Una ciudad abandonada por el ejército, en la que la policía desertó de sus cuarteles y dejó sus armas, para que los talibanes tomasen su relevo, a la vez que requisaban las armas a la población. No serían necesarias: se había instaurado la paz.

La UE, el Reino Unido y los EE.UU. no reconocerán a los talibanes, pero China ya dijo el día 16 que tendrá buenas relaciones con ellos, si respetan sus intereses; Rusia no cerró su embajada, Irán celebró la derrota de los EE.UU. y la llegada de la paz, y luego vinieron más reconocimientos diplomáticos de ese país que tendrá un gobierno “inclusivo” (sic), según China, y que tiene derecho a “decidir su destino” y debe “mantenerse unido”. Un país que dice que no quiere quedar aislado, por razones económicas, y en que todo lo que se va a hacer será legal, legal según la única ley verdadera en todos los casos, la ley de Alá, cuyo negro manto, como negro es el turbante talibán, envolverá de nuevo a Afganistán en una nueva noche de olvido y de silencio.

19 ago 2021 / 01:00
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