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PRECAMPAÑA. Con el viento de cola que le empuja tras su gestión ante la pandemia, y con los sondeos marcando la ruta, el líder gallego asiste con preocupación a la deriva derechista del equipo de Pablo Casado// Es consciente de que el PP le necesita tanto como se juega en los próximos meses TEXTO J.A. Pérez

El dilema (político) de Feijóo

Hubo un tiempo en el que el Partido Popular en Galicia estuvo a punto de romperse en pedazos. Gobernaba Manuel Fraga y la pugna entre las boinas y los birretes, afortunada definición acuñada por Carlos Luis Rodríguez, amenazaba la concordia y el gobierno. Núñez Feijóo conoció aquella historia en los primeros estertores de su vida más profesional que política y siempre supo extraer enseñanzas. Tres de ellas tan presentes como básicas.

La primera es que solo el duro trabajo de los Saturninos (como su padre) que calan boinas permite a los Albertos (los hijos) llegar a colgarse los birretes. La segunda fue que la suma de unos sin los otros, sobre todo si se trata de las urnas, no alcanza. Y la tercera, que cuando llegan mal dadas (léase tragedias como la del Prestige) siempre hay la tentación de ajustar cuentas: los conflictos en las familias suelen quedar larvados pero no desaparecen.

Con Feijóo se integraron todas las tendencias. Hace una década se encargó el mismo de aclarar en Ourense que “en el PP ya no hay ni boinas ni birretes, sino ideas”. Tampoco anidan en el partido figuras como José Manuel Romay y José Cuiña y el actual presidente (¡¡quién lo iba a decir hace años!!) acapara más poder e influencia que el propio Manuel Fraga.

Ahora los problemas, y las diferencias, son de otro signos y llegan desde Madrid. El presidente de la Xunta gasta bien ganada fama de moderado y es consciente de que las mayorías absolutas solo se consiguen aglutinando un amplio espectro de electores que incluya a la derecha democrática (y menos vociferante) y al centro. Algo que conocían bien anteriores presidentes del partido (incluso José María Aznar hasta que cayó en la vanidad de jugar a estadista mundial) y que parece haber olvidado un Pablo Casado más pendiente de recuperar lo perdido con la irrupción de Vox que intentar volver a ganarse a esa parte del electorado que se fue a Ciudadanos y que oscila entre el PP y PSOE en función de la situación económica del país.

Y el 12 de julio hay elecciones en Galicia. Alberto Núñez Feijóo tiene en sus manos conseguir una cuarta mayoría absoluta y disipar cualquier atisbo de duda. De hacerlo se consolidará su papel como referente de un partido que, a nivel nacional, navega en la intrascendencia: Pedro Sánchez le demostró que los diez escaños de Ciudadanos pesan más que los 88 diputados de la bancada popular e, incluso, menos importantes que la abstención de Bildu.

En el escenario de la política actual los populares no juegan a nada y en Monte Pío son conscientes de que las señales que se lanzan desde la calle Génova van en contra de sus intereses electorales. No fue baladí la bronca de Feijóo, este viernes tras el Consello de la Xunta, a su partido: “Hay casi 30.000 fallecidos en España por una pandemia y millones de españoles preocupados por su futuro. Basta ya de espectáculos parlamentarios, ya sea en pleno o en comisión”. Cierto que en el saco metió al Gobierno (y a Pablo Iglesias) pero no menos verdad es que todo el mundo sabía que los dardos iba dirigidos, por acción, a Cayetana Álvarez de Toledo (con la que mantiene una pésima relación) y, por omisión, a un Pablo Casado que mantiene un silencio hiriente para muchos dirigentes populares.

Y es en esa tesitura donde Feijóo tiene planteado ese dilema cuya definición filosófica, según la RAE,es el “argumento formado por dos proposiciones contrarias disyuntivamente, de tal manera que, negada o concedida cualquiera de las dos, queda demostrada una determinada conclusión”. Al presidente de la Xunta no le gusta la forma de hacer política de Casado pero es consciente de que su partido le va a necesitar ya que se juega mucho en los próximos meses.

POSICIÓN REFORZADA. Feijóo gasta fama de buen gestor y esta crisis consolidó su imagen, todavía más, fuera de Galicia. Se le vio como hombre de estado dispuesto a seguir los dictados del mando único (el gobierno de España) pero, al mismo tiempo, presentar sus reclamaciones dejando al lado estridencias. Supo jugar sus cartas (la sanidad, no lo olvidemos, la conoce como pocos políticos) y marcar el camino planteando peticiones, horas antes, que a Pedro Sánchez o Salvador Illa no les quedaba más remedio que aceptar. Un papel que en muchos momentos choca con la estrategia de un Pablo Casado en la oposición.

Fue notorio que desde el minuto 1 de esta pandemia que el resto de presidentes autonómicos del PP (el andaluz Juan Manuel Moreno, el castellanoleonés Fernández Mañueco o el murciano López Miras) miran (y consultan) más hacia Santiago que con la calle Génova. Incluso la propia Isabel Díaz Ayuso no dudó en pedir ayuda a Feijóo cuando los hospitales madrileños necesitaban material. Y el gallego fue el primero a la hora de atender esas demandas.

La mejor prueba del nuevo papel del líder gallego la reflejó el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en su último sondeo: el nombre del presidente de la Xunta salió entre los entrevistados, como parte de las respuestas espontáneas, cuando se les preguntaba “¿quién preferiría que fuese presidente del Gobierno en estos momentos?” en medio de las referencias a los candidatos de los principales partidos estatales (Sánchez, Casado, Iglesias, Arrimadas o Abascal) a los que se refería la pregunta. No deja de ser significativo que el primero de los no nombrados fuera Núñez Feijóo.

De ello son conscientes en Madrid. Descartado (¿o no?) el salto a la política nacional falta por ver los movimientos que haga el de Os Peares, liberado por Jordi Évole de las cadenas que representaban aquellas fotos que eran una especie de espada de Damocles. Tras aquella noche toda España tomó conciencia de que desde dentro (del PP) y desde fuera (¡¡aquel ministro socialista tan poderoso de ZP del que hablaba Dorado!!) era víctima de una campaña política para acabar con su imagen de gestor intachable. En la política de este país lo primero (la traición) no se perdona y lo segundo (la honradez) se magnifica.

Con el viento de cola de su gestión estos meses soplando fuerte y el impulso que dan las encuestas (añádasele que la oposición gallega es consciente de la situación) a Núñez Feijóo le incomoda que el PP en Madrid se haya convertido en un partido intrascendente y que Pablo Casado opte por la línea dura de Cayetana Álvarez de Toledo (a quien únicamente defendieron desde la Faes y la ultraderecha) frente al mensaje de unidad que, por ejemplo, mandó el líder conservador portugués, Rui Río: “No colaboró con el Partido Socialista, ayudo a mi país en estos momentos tan duros”. Es decir, lo mismo que reflejó Alberto Núñez Feijóo, con indisimulado disgusto, este viernes: “Con 30.000 fallecidos por la pandemia y millones de españoles preocupados por su futuro.... basta ya de espectáculos políticos” .

Eso es, ni más ni menos, lo que piensan esos millares de ciudadanos que asisten atónitos a la degradación de la vida política en la que el insulto sustituye a las propuestas y las descalificaciones se anteponen a las soluciones. Y Feijóo sabe que es en ese caladero de votos donde se ganan las elecciones. Aunque le duela, y mucho, lo que pasa en el PP.

30 may 2020 / 21:41
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