Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h

La nueva normalidad: el glamur de la cara tapada

    Como consecuencia de esta vivencia pandémica que nos ha tocado, es posible que el hábito de la cara tapada permanezca en nuestro día a día sin saber hasta cuándo.

    Y lo será por protección contra el virus o con el paso del tiempo porque las tendencias sociales así lo consideren. Es posible incluso, que este uso puntual pase a costumbre y de ahí a tradición para rematar siendo una pauta cultural. Si esto fuera así, dentro de un tiempo nuestros descendientes podrán contar que “todo empezó por culpa de un virus que se llamaba igual que una serie de Netflix –The Crown–, que por protección todo el mundo se acostumbró a utilizar la máscara y que en poco tiempo irrumpió la moda para convertirla en una prenda que dignificaba la fealdad y rudeza iniciales. Las bonitas máscaras de la nueva normalidad nos hacían un poco más felices. También y al poco tiempo, el diseño y coste de algunas de estas prendas sirvió para crear tendencias, que algunos/as se pudieran distanciar del rebaño y así diferenciar a ricos de pobres. Mientras algunos pensaban que se trataba de una etapa pasajera, la realidad se impuso y la máscara acabó siendo un cambio social e incorporándose a la cultura de occidente”. ¿A que esta fantasía es más fácil de asumir ahora que hace dos meses?.

    Será en ese momento, cuando tengamos en esta parte del mundo, una explicación histórica al hecho de taparnos la cara. Será en ese momento, cuando habrá llegado la hora de entender, que eso mismo ocurrió en otras culturas mucho antes y por diferentes motivos, unos razonables y otros, como ahora, no tanto. Parece demostrado que tapar el cuerpo, en mayor o menor medida, tiene en “el pudor, la protección y la decoración” (John C. Flügel), sus razones fundamentales. Es posible que occidente esté descubriendo los beneficios que ello aporta.

    Por ejemplo, el velo –hiyab–, que oculta y/o separa igual que la máscara, responde a las razones antes mencionadas. Es primero una tradición cultural árabe después incorporada por el islam y que en principio distinguía clases sociales. En muchas culturas, religiones y zonas del mundo, esto era así. No hace tanto, las mujeres del ámbito rural en España vestían de negro, tapando siempre la cabeza y a menudo la cara dentro de las iglesias. Antes y ahora, en cualquiera de las religiones y en el territorio donde se produzca, cuando estas pautas son impuestas y agreden la libertad de las personas, de forma especial de las mujeres, son actitudes patriarcales opresoras despreciables, inadmisibles y condenables. La inmensa mayoría de las mujeres en el mundo árabe utilizan el hiyab por propia voluntad, sobre todo jóvenes universitarias, y en igual proporción muestran su cara al descubierto. Hasta es cada vez más frecuente que su uso responda a una reivindicación cultural y también a la moda. Y con todo ello, es necesario reconocer y abominar de todas aquellas situaciones de humillación y enajenación de derechos que el extremismo islámico establece, llevando al límite de la perversión la tradición cultural de un pueblo.

    En otras variedades de atuendo, el turbante o la kufiyya eran y son utilizados por mujeres y hombres para protegerse de la arena en el desierto y de las altas temperaturas o de la intensidad de la luz solar. La especial forma en que Arafat utiliza la kufiyya en su momento, la convierte en un símbolo de activismo e identidad nacional y pasa a llamarse ‘pañuelo palestino’. Más aún, en occidente ‘la palestina’ se convierte en una moda que responde a pautas de distinción y modernidad.

    Es posible que la nueva normalidad sirva para entender todos los motivos por los que se lleva la cara tapada. Es de dudosa moralidad aceptar como buena una máscara covid de diseño y condenar, sin querer saber, el velo no impuesto en las mujeres árabes o en los beduinos del desierto. Puede ser tan condenable señalar a los que llevan una máscara hoy, como infectados por un virus, como a aquellos o aquellas que deciden utilizar el hiyab o la kuffiyya libremente y sin querer enmascarar la utilización perversa de nada ni de nadie.

    Igual resulta que no somos tan distintos como pensamos y eso nos hace mejores. La libertad y el respeto se consiguen, también, derrumbando nuestras propias barreras mentales que en muchos casos ni siquiera conocemos y que nos llevan a convertir la aceptación anecdótica de la diversidad en una forma más de racismo o a obviar la crueldad de aquellos que utilizan la prenda como símbolo de opresión. Parece recomendable evitar el prejuicio hacia el conocimiento. Como decía el abuelo Ibrahim: “Ignorante no es el que no sabe, sino el que no quiere saber”.

    18 may 2020 / 23:44
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    Tema marcado como favorito