Santiago en 1931, una atmósfera encantadoramente hostil

Marta Estévez, la escritora que usó Compostela como la gran protagonista de su primer libro, ‘El secreto de las hermanas Asorey’

Marta Estévez/ cedida

Marta Estévez/ cedida / Adriana quesada

Adriana quesada

El mundo está lleno de historias, ficticias y reales, deseando ser contadas. Mentes que vagan por las calles de las ciudades imaginándose personajes discutiendo por las esquinas, de qué podrían estar hablando dos señoras aparentemente preocupadas y qué puede contener ese bolso que lleva un hombre al hombro. En el plano de la realidad, todas estas preguntas tienen una respuesta sencilla, pero en el imaginativo nunca hay límites para soñar despierta.

Marta Estévez se inició en el mundo de la escritura sabiendo que era “complicado asomar la cabeza por ahí”. A pesar de ello, con afán de descubrir los estándares del mundo literario, mandó la primera novela que escribió en su vida al premio Azorín, donde quedó como finalista. Después de ello, en 2021, mandó otra al Premio Planeta, donde quedó como cuarta finalista. A pesar de estos resultados, nunca ha publicado esas dos novelas casi galardonadas, pero admite que “supusieron un punto de inflexión: conseguí a mi agente literaria y al poco ya estaba hablando con una editorial”.

Admite que en un inicio iba a publicar esa novela finalista del Premio Planeta, pero la editorial Plaza & Janés le preguntó si estaba escribiendo algo más: “Acababa de ponerle punto y final a El secreto de las hermanas Asorey, la leyeron y les gustó”. Para ella, lo realmente importante es “poder defender lo que has escrito, así que no ve ningún drama en descartar algunas novelas que forman parte del proceso de crecimiento del autor”.

Ciudad de contrastes

A pesar de que Marta es de Vigo, siempre ha estado muy unida a Santiago: “Es una ciudad pequeña, con una atmósfera encantadoramente hostil y, teniendo en cuenta que la novela está ambientada en una época de cambio, esto se hace más obvio en un lugar como Santiago”. Además, explica que la capital es un lugar de contrastes, ya que de este lugar han salido movimientos culturales y artísticos de personas políticamente comprometidas, lo que la hacía el escenario perfecto para su novela.

Con un mapa de Santiago en 1931, libros de historia y un sinfín de visitas al Archivo Histórico Universitario, Marta Estévez hizo un viaje en el tiempo. “Ya antes de empezar la historia tenía claro el tema, quería hablar del sufragio femenino, por eso acoté el contexto al 1931: momentos previos al inicio de la Segunda República y, además, cuando se consiguió el voto de la mujer”, explica. A partir de tener ese punto claro, “la historia fue un guante a medida para ese tema y escenario”.

El Archivo Histórico Universitario de Santiago fue su gran aliado: “Es muy fácil saber datos históricos generales por los libros de Historia, pero no sabemos cuánto ganaba un policía, cómo se comportaba la gente de la zona...”. Y fue el archivo el que respondió a todas esas preguntas ofreciéndole la “microhistoria” de la ciudad compostelana para poder ir un poco más allá de lo que ya es sabido por todos: “Lo que yo quería saber era el comportamiento de los ciudadanos de aquel momento”.

Mujeres tuteladas

Cuatro hermanas solteras se encuentran con el cadáver de su padre y no saben qué hacer con su cuerpo, “no saben cómo tratar su muerte”. Y es que en ese momento las mujeres se encontraban bajo la tutela del hombre de la familia, normalmente primero su padre y después su marido, pero ellas no tenían a nadie. Es así como se quedan en un limbo, sin saber qué hacer y en un momento histórico muy concreto.

“No solo es este tema, sino que además quise reflejar cómo los personajes veían la situación. Algunos se muestran temerosos de los cambios que iba a suponer la Segunda República, pero otros aparecen emocionados”, explica.

Con tanto trabajo de documentación detrás, un esquema general de su historia y con un tema conciso, podría llegar a parecer que Marta es una autora guiada por un mapa. Sin embargo, asegura que “le gusta sentarse delante de una página en blanco sabiendo lo que quiere contar, pero con una puerta abierta al cambio”.

Y es que sus personajes, a pesar de ser ficticios, tienen autonomía. A pesar de tener pensado que algunos fueran secundarios, a veces la historia termina cobrando vida y exigiendo un cambio, una nueva narrativa en la que ellos tengan más importancia. Eso es lo que sucedió con Manoliño, un niño que nació como un personaje más y que terminó siendo uno de los favoritos de la historia que cuenta en su libro.

Es así como, por medio de viajar en el tiempo a través de las palabras ella misma ha creado una historia, un acontecimiento ficticio, en el que Compostela no es solo un espacio, sino también una protagonista más de su obra.