Santiago

Miguel Ángel Hermida: "Primero aprendí a hablar y ahora a asumir que tengo daño cerebral adquirido"

Usuario de Sarela desde que le detectaron las secuelas invisibles de un atropello que le dejó múltiples huesos rotos, empieza a “manejar la mecha corta” que antes jamás tuvo 

Miguel Ángel Hermida, usuario de Sarela con daño cerebral adquirido, en las instalaciones de la asociación

Miguel Ángel Hermida, usuario de Sarela con daño cerebral adquirido, en las instalaciones de la asociación / Antonio Hernández

Koro Martínez

Miguel Ángel Hermida, usuario de la asociaciación Sarela con daño cerebral adquirido tras sufrir un grave atropello cuando caminaba por un paso de peatones en enero de 2022, asegura que volvió a nacer después de estar un mes en cuidados intensivos y prácticamente otro en planta para tratarse de “23 costillas rotas por varios lados, los pulmones perforados, las clavículas y el cráneo roto, y la pérdida de visión en el ojo izquierdo”.

En una entrevista concedida a este periódico, explica que cuando despertó de la sedación en la que los médicos le mantuvieron durante todo ese tiempo para salvarle la vida “ tuve que aprender a respirar, a tragar, a hablar”, algo que finalmente consiguió y que dio pie a que pareciera que se estaba recuperando por completo. Sin embargo, señala que “empezaron a surgir cosas que nunca antes había tenido porque yo era una persona tranquila, normal, que cuidaba de mis hijos y, claro, al leer el prospecto de las medicinas que estaba tomando, pensamos que eran los efectos secundarios derivados”. Y es que comenzó a dar “muestras de pérdida de memoria, a estar muy alterado incluso cuando ya me habían reducido las drogas que tenía que tomar, a ver cosas como un bolígrafo, que sabía cómo se utilizaba y cómo se escribía con él, pero era incapaz de pronunciar la palabra bolígrafo”.

Recuerda que “me decías una cosa y se me olvidaba, y eso pasaba seis o siete meses después de dejar el tratamiento al que se lo achacábamos y, además, yo tenía una rabia y una ira interna que pasaba de estar bien y contento a explotar en nada”.

Aconsejado por su mujer ante lo que parecía un cambio de carácter, decidió recurrir al servicio de salud mental “para ver si me podían ayudar con la ira que sentía, le expliqué a la psiquiatra todo lo que me pasaba, que podía estar perfectamente toda una semana completa como una planta, sin ver la televisión, sin hacer nada, solo esperando a que acabara un día y empezara otro”. 

Fases dentro de su dolencia en las que también “se me dio por las compras compulsivas, de no haber comprado nunca nada por internet a comprar de todo, y luego pasé a adquirir juegos de mesa, y ahí fue donde me di cuenta de que estaba mal en cuanto a memoria”.

Subraya que en concreto con un juego de cartas observó cómo “después de jugar durante bastantes días con mis hijos, ellos se sabían las cartas de memoria y yo aún no era capaz, y caí en que no se me quedaban los números en la memoria”.

En Psiquiatría de Conxo fue sometido a una serie de pruebas, entre ellas la de identificar varias fotografías y “cuando llegó la de una grúa, yo sabía que era para la construcción, sabía de lo que se trataba, pero no me salía el nombre”. 

Indica que fue en ese momento cuando “la psiquiatra me detectó que yo tenía daño cerebral adquirido, aunque en realidad había acudido a su consulta para ver si me podía ayudar a controlar una ira que antes no había tenido nunca”, y añade que “me dijo que no tenían mecanismos con los que tratarme, pero me remitió a Sarela, que no sabía que existía, y cuando vine aquí también me detectaron el daño cerebral adquirido”, dolencia de la que se conmemora este jueves su día.

Desde entonces, y a sus 52 años, lleva doce meses aprendiendo a manejar lo que él y sus terapeutas llaman mecha corta, “aprendiendo a controlar porque cuando me estreso, las situaciones que ahora son nuevas para mí me estresan, me altero, grito e insulto a la gente; no lo quiero hacer, pero me sale y acabo hiriendo a mi familia”.

Admite que al principio, al tener esos brotes de ira que en su vida anterior nunca habían aparecido, “me daba cuenta de que hacía sufrir a mi familia y pensaba que hubiera sido mejor estar muerto”. Una percepción que ha dejado atrás mediante el manejo de las herramientas que le va aportando la neuropsicóloga de Sarela, como “decirle a la persona que tengo delante que estoy sintiendo que el vaso se va a desbordar, que debemos bajar la tensión y tranquilizarnos para que no salga esa mecha corta” provocada por el daño cerebral adquirido.

Algo que han aprendido a identificar claramente tanto él como su familia en la asociación, puesto que gracias a la información y el asesoramiento que allí reciben “mis niños, de 11 y 14 años, son conscientes de que yo tengo un problema, un daño cerebral, y de que no soy la misma persona de antes del atropello”. Explica con una sonrisa de orgullo que “cuando hay una discusión en la que estoy involucrado, mi hija siempre intenta relajar la situación diciendo que papi tiene un problema, y a partir de ahí vemos como reconducirlo”.

Y lo mismo ha hecho él al retomar las clases de baile con su mujer y comprobar que era incapaz de dar un paso que antes le resultaba muy fácil y sobre el que el monitor le insistía. “Le expliqué lo que me pasaba y que ahora no me sale; es algo que me frustra porque era un paso muy fácil, pero no soy capaz de conseguirlo, así que hago lo que me dice mi mujer, solventarlo como puedo y continuar con el resto”.

En Sarela también pone en práctica herramientas para la memoria como apuntar las cosas, planificar o ponerse alarmas para advertirle de alguna tarea que no debe olvidar y, aunque intentó regresar a su puesto como programador informático, “no he podido porque cosas sencillas que antes tardaba un día en resolver, cuando me puse a prueba fueron tres meses, y así es imposible”.

Agradecido porque “veo una evolución, que se pueden mejorar las cosas”, destaca que “para mí está siendo algo muy positivo porque ha supuesto una mejoría en mi calidad de vida que de otra forma no hubiera logrado, y también para mi familia”. Únicamente se lamenta de que el servicio que presta la asociación, al que recalca que él tuvo acceso gracias a que lo conocía la psiquiatra que le atendió en el Sergas, no sea más conocido por el gran público.

Respecto a cómo se encuentra en la actualidad, reconoce que sigue “un poco desubicado porque yo me sigo lanzando a todo lo que hacía antes del accidente y me doy cuenta de que no puedo hacerlo”. Por ello, ha decidido planteárselo como “un nuevo renacer en el que intento buscar actividades que me motiven y me alegren el día” y, aunque asegura que su casa representa hoy por hoy su mejor escudo, se esfuerza por salir al exterior y mantener el contacto con amigos, incluso aunque “al día siguiente me pregunte mi mujer si me gustó el postre y ni recuerde si lo hubo ni su sabor”.

Al menos por el momento tampoco conduce y está aprendiendo a controlar la ira que siente cuando un vehículo no se detiene en un paso de cebra para dejarle pasar. "Ya no me abalanzo sobre los coches que no se paran como hacía antes, era tal la rabia que me producía que no me importaba si me atropellaban o no", admite Miguel Ángel Hermida.