Comercios vivos en Compostela con más de 100 años

Mientras Santiago recibe cada pocas semanas la noticia del cierre de alguna tienda de toda la vida, algunos tenderos resisten en sus negocios y cuentan ya con más de cien años de atención al cliente, a pesar de la competencia de las grandes superficies o los cambios en el comportamiento de los consumidores

José Luis Cepeda, de Ultramarinos Cepeda.

José Luis Cepeda, de Ultramarinos Cepeda. / Antonio Hernández

En una época en la que se produce un goteo constante de cierres de locales comerciales con los que muchos compostelanos han convivido toda su vida, las tiendas de siempre cobran un valor mayor. En Santiago una veintena de establecimientos llevan más de un siglo al pie del cañón y hasta 50 sobrepasan los 50 años de actividad. Son fundamentales para entender parte de la historia reciente de la ciudad. En un momento en el que lo efímero se ha convertido en una tendencia, algunos comercios han logrado descubrir el secreto de la longevidad.

De la joyería y la orfebrería proceden algunos de los comercios más antiguos, y más cerca de los 200 años que de los 100 llevan asentados en la ciudad los Mayer. Gerhard Mayer llegó a Galicia desde la región alemana de la Selva Negra a mediados del siglo XIX y, tras dar sus primeros pasos en Ferrol, se instaló en Santiago en 1830. Montó una relojería que con el paso de los años evolucionó hacia la joyería, especializándose en la plata y el azabache.

Su tataranieto Fernando Mayer está ahora al frente de una tienda de la rúa Xelmírez, mientras que su tío tiene otra en O Vilar y mantienen un taller propio en Vista Alegre. “La clave de mantenernos tanto tiempo es ser capaces de hacer nuestra propia producción. Ahora quizás la gente no fabrica tanto, pero antes tenían que fabricar, no había las salidas actuales para poder comprar mercancía. Todo el mundo se basaba en tener su propio tallercito y ahí se producía”, indica Fernando Mayer.

Fernando Mayer, de Joyería Mayer

Fernando Mayer, de Joyería Mayer / Antonio Hernández

Con la aparición de las grandes cadenas de supermercados, las tiendas de ultramarinos se han visto muy mermadas, pero en el casco antiguo aún resisten algunas, como el caso de Cepeda en la plaza de Cervantes. Fundada también en el siglo XIX, el padre del actual propietario la alquiló en 1934 porque no tenía dinero para asumir una compra y “tuvo que hacer muchas virguerías para cogerla”, rememora José Luis Cepeda, que indica que su antepasado a base de mucho esfuerzo pudo acabar adquiriendo también la vivienda anexa.

Pasando por la época en que se hacía fuego para calentar los bidones de aceite en invierno para que no se cuajara o el tiempo de las posguerra y las cartillas de racionamiento, José Luis Cepeda recuerda que “desde aquí hasta A Senra había 12 o 14 ultramarinos. En el Preguntoiro, había unos seis, y muy buenos. No había supermercados y también venía mucha gente de fuera, de la aldea, y compraban las cosas en los ultramarinos. Había mucho ambiente, sobre todo los jueves, que era día de mercado”, pero señala que “eso fue cambiando y cerraron muchísimos”.

Entre los que aguantan, también está en O Toural Ultramarinos Carro, otro de los comercios centenarios de la capital gallega. Para mantenerse, Cepeda explica que la clave está en la calidad y la confianza del cliente. “Nos vamos defendiendo porque hay productos buenos y la gente lo aprecia”. Además, “en los precios también se trabaja con poco margen y eso da un poco de garantía. Hay clientes que siguen siendo de padres a hijos”, añade.

De bazar a juguetería

De padres a hijos, como muchos de estos comercios, ha ido pasando también el Bazar de Villar, hoy centrado en la juguetería de la mano del grupo Juguettos. El negocio arrancó en la esquina de Orfas en 1865 como una tienda que vendía un poco de todo. Con el paso de los años, ocupó diferentes localizaciones y se fue orientando hacia la juguetería y el souvenir, llegando a disponer de un característico local en O Vilar por el botafumeiro de tamaño natural que adornaba su escaparate.

Según señala Manolo Villar, la clave de su permanencia es la decisión que tomó en los años ochenta de eliminar “todo lo que era regalo y nos centramos nada más que en juguete puro y duro. Ya llegaban las grandes superficies y era, o entrar en un grupo como el de Juguettos, o estabas muerto”. Así, apunta que en el casco histórico había ocho jugueterías “porque era donde vivía la gente de Santiago, no había Ensanche”. Así, rememora que “nosotros fuimos los últimos en marcharnos de la zona vieja porque se despobló por completo y no teníamos clientes potenciales, ya no había niños”.

Interior de la tienda Bazar de Villar-Juguettos

Interior de la tienda Bazar de Villar-Juguettos / Jesús Prieto

Además de cinco tiendas de juguetes en Santiago y alrededores, cuentan con otra de souvenirs en la rúa do Franco “para aprovechar el tirón turístico. Lo único que te queda, por desgracia, son turistas”. Además, ve cada vez más complicado competir con las grandes superficies porque “se han colocado tan bien estratégicamente que la gente de los alrededores ya no entra en Santiago como antes”. Villar compara esta competencia con “las películas de vaqueros, con el fuerte y los indios alrededor. Los indios son los centros comerciales y nosotros en el medio no podemos hacer nada”. Así, resume que la clave para continuar es “adaptarse, no malgastar el dinero y tener siempre un colchoncito porque no puedes depender de los bancos, si no te fríen”.

Fuera del casco antiguo, la Armería Toribio es uno de los negocios más singulares de la ciudad. Lanzada por el bisabuelos de los actuales dueños a finales del siglo XIX, en sus inicios fue una tienda que vendía maletas, máquinas de coser o artículos de afeitar. Evolucionó poco a poco hacia las armas a través de una empresa belga, aunque en la guerra y la posguerra esta actividad quedó muy limitada y funcionó más como taberna, aprovechando que la abuela de los propietarios era de O Ribeiro y comercializaba los vinos de esta zona. Recuperó su actividad como armería cuando se volvió a normalizar la situación, aunque en la actualidad está especializada en la venta de artículos de montaña. “Mantenemos la armería más por una tradición familiar, y porque es el nombre del establecimiento, pero más enfocada hacia el tiro deportivo”, apunta Modesto Toribio.

Aunque se trata de la única tienda de armas de la ciudad, señala que es un sector “en claro declive”. Para ellos, ha sido fundamental la especialización en el material de montaña. “Todos los negocios que sobrevivieron tanto tiempo se tuvieron que ir adaptando a lo que marca el mercado, manteniendo una línea y una estructura que es la de la casa fundacional. Al final, el mercado es el que manda. Si estás contra el mercado, estás cerrado. No hay otra opción”, remarca.

Modesto e Antonio, de Armería Toribio

Modesto e Antonio, de Armería Toribio / Antonio Hernández

El sector de la farmacia no ha sufrido tantos vaivenes, pero igualmente meritoria es la permanencia de la farmacia que lleva su nombre en O Toural desde 1843. Fundada ese año por Antonio Casares Rodríguez, tras varias generaciones familiares de boticarios, en 1917 Ricardo Bescansa Castilla fundó los laboratorios Bescansa en un local anexo a la farmacia, y comenzó así a formular sus propias especialidades. Desde entonces ha pasado de padres a hijos y en la actualidad está regentada por la séptima generación con María de las Flores Bescansa, que es además la primera mujer.

También en este ámbito cuenta más de cien años la Farmacia Gómez Ulla. En esta misma calle se encuentra la ferretería CV Otero y la lista se puede ampliar con comercios textiles como Confecciones Riande, más joyerías como Augusto Otero o pastelerías como Tábora o Las Colonias, entre otros.

Seguir adelante

Algunos de estos negocios son optimistas en cuanto a su continuidad, mientras que otros no ven relevos posibles. Manolo Villar señala que las jugueterías seguirán en manos de su hijo, con lo que “calculo que a los 200 años podemos llegar, yo no lo veré, porque ya tengo unos años, pero él seguramente llegará”. En Ultramarinos Cepeda, su propietario confía en Ramiro para seguir dando servicio a los clientes. “Ya estuvo en otro ultramarinos, y tiene mucha experiencia. Además, es muy agradable y tiene muchos amigos, casi más que yo, porque atiende muy bien. Tuve mucha suerte porque si no es por él, ya estaría cerrado”, destaca.

Los joyeros Mayer también son optimistas en este sentido, puesto que Fernando Mayer remarca que “estuvo mi padre, que ahora está jubilado, y sigo yo. No te puedo decir si mi hija querrá seguir porque es aún pequeña. Tengo algún primo que también fabrica, somos varios Mayer que estamos en la orfebrería y mi hermano también. Hay gente tirando del carro”.

Por su parte, Modesto Toribio cree que cuando se jubilen él y su hermano Antonio “cerrará el negocio. Esperamos no tener relevo generacional. Luego, el mercado manda. Puede que alguno de nuestros hijos por necesidades tenga que quedarse en la tienda, o de repente decida hacerlo, pero no está dentro de las previsiones”. También es pesimista con respecto al comercio tradicional, al ver que “es un comercio en vías de extinción. Las ciudades no están hechas en este momento para sostener el comercio. El tipo de compra de la gente es absolutamente distinto, no solo el efecto de internet, sino de mezclar compra con ocio. Los comerciantes de proximidad tenemos auténticos problemas para ese tipo de competición”.

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