Rodolfo Porto, de Talleres Cholo: "Por mucho ordenador que haya, los hierros de los vehículos hay que arreglarlos”

Medio siglo después de fundar su empresa de reparación de camiones y estando ya jubilado, acude cada día al trabajo para transmitir a los jóvenes su legado como mecánico

Rodolfo Porto, ‘Cholo’, fundador de Talleres Cholo, en sus instalaciones del polígono A Sionlla de Santiago, que está en pleno proceso de ampliación

Rodolfo Porto, ‘Cholo’, fundador de Talleres Cholo, en sus instalaciones del polígono A Sionlla de Santiago, que está en pleno proceso de ampliación / Antonio Hernández

Han pasado más de seis décadas desde que a los 16 años empezó a trabajar como ayudante en un taller de coches y medio siglo desde que él creó una empresa que en la actualidad es una de las más reconocidas en el sector de los camiones y concesionario oficial de DAF, pero la clave, antes y ahora, está en que “por mucho ordenador que haya, los hierros hay que arreglarlos, y yo me dedico a los hierros”, subraya Rodolfo Porto.

Conocido desde siempre como Cholo porque “cuando era niño Rodolfo era un nombre difícil y mi padre empezó a llamarme Cholín”, al echar la vista atrás sobre una trayectoria que le ha llevado a convertir Talleres Cholo en una compañía con 26 trabajadores y una facturación anual de siete millones, a los que se añaden otros 12 con la creación de Cholo Rent -dedicada al alquiler de vehículos-, admite que “no me lo creo, ver todo esto levantado”, aunque también recalca que “hay mucho dinero invertido y muchas horas de trabajo y de esfuerzo, muchísimas a lo largo de toda una vida”.

Instalaciones de Talleres Cholo en A Sionlla

Instalaciones de Talleres Cholo en A Sionlla / Antonio Hernández

En conversación con EL CORREO GALLEGO en sus instalaciones de A Sionlla, polígono industrial de Santiago que su taller estrenó al ser de las primeras empresas en asentarse en 2015, mira a su alrededor y asegura que “para llegar aquí, además de ser un buen mecánico, un buen profesional, hay que tener cabeza y suerte, y yo tuve mucha suerte en la vida, Dios me dio mucha suerte”.

Empezando con su esposa, Fina Varela, “me tocó una mujer de maravilla”, con la que ha construido “una familia estupenda”, conformada por cuatro hijos y once nietos, de la que habla orgulloso y únicamente baja el tono de voz para susurrar la tristeza que le provoca que ella haya caído enferma.

Una mujer que ha sido un pilar fundamental en sus éxitos profesionales y que, como recuerda, “me venía a ayudar los fines de semana a limpiar el taller, al igual que mi cuñada María José, que aún sigue, y siempre me decía que no trabajara tanto, pero yo iba a cenar a las diez de la noche y luego bajaba otra vez al taller hasta las dos o las tres de la madrugada”. Eso cuando decidió abrir el suyo propio en una finca cedida por sus padres en San Marcos, ya que antes tuvo que recorrer una larga travesía no exenta de dificultades.

Tras estudiar maestría industrial en Santiago, “empecé a trabajar a los 16 años en un sitio en el que pasé unos meses muy duros, me pegaban con el mango y el martillo en la cabeza, algo que de aquella era muy habitual, y ganaba un duro a la semana, que no te daba para nada”.

Luego pasó a otros dos talleres, en cada uno de los cuales estuvo tres años, y decidió irse a Barcelona otros tres porque “te pagaban bien y te consideraban ya un profesional, había mucha diferencia con Galicia en aquella época, entre 1959 y 1963”.

Rodolfo Porto, 'Cholo', junto a varios camiones en su negocio

Rodolfo Porto, 'Cholo', junto a varios camiones en su negocio / Antonio Hernández

Volvió para hacer el servicio militar en Ceuta, aclara que “en regulares”, y ya se quedó en Galicia, donde empezó estableciéndose con un hermano y un compañero, para después emprender una nueva vida profesional en solitario, en la que “de recién casado y mientras no tenía el taller andaba por Galicia y por España adelante haciendo arreglos”.

Algo que siguió compaginando con el local ya abierto en San Marcos porque “la gente confiaba en mí y me llamaba, fui muchas veces a Bilbao, a Madrid, a Sevilla, a otros sitios de Andalucía o a León, Zamora, todo eso lo recorrí muchas veces”.

Lo hacía “en un (Seat) 1.500, me decían la avería que tenía que arreglar, si se había gripado el motor o quemado el embrague, metía en el coche las herramientas que iba a necesitar y me echaba a la carretera”.

Interrogado sobre si le compensaba hacer tan largos viajes y en aquellas carreteras de los sesenta del siglo pasado, admite que “se trabajaba por el caldo” y que en sus desplazamientos dormía en el coche y comía un bocadillo donde podía.

Recuerda que aunque no había teléfonos móviles, la gente ya se las ingeniaba para ponerse en contacto con él a través del fijo, que pudo tener gracias a la ayuda de un amigo que le consiguió uno, al igual que fue levantando el propio taller con el apoyo de varios amigos, entre ellos el cura “don Luis, que venía y se ponía ropa vieja para hacer masa en la hormigonera, y lo mismo un guardia civil, y entre todos me ayudaron a ir levantando las paredes, y cuando tenía 5.000 pesetas, las invertía”.

Y ésa es también una de sus características como hombre de negocios, dar un paso más cuando algo está asentado para seguir creciendo. Lo hizo cuando vio que “los coches no dejaban tanto dinero y nos especializamos en los camiones” y también cuando quiso trasladarse desde San Marcos hasta A Sionlla, “siempre en Santiago”, en una iniciativa para la que primero se inspiró viajando para conocer otros talleres grandes, “pero vi que no había mucho, así que hice unas maquetas sobre este edificio, copié la entrada del balneario de Monforte, otras zonas de un hotel de Valencia, y hoy es esto que ves”.

De aquella época aún está esperando a que algún director de entidad bancaria le devuelva la visita que le prometió cuando llamó a su puerta para solicitarle financiación durante la crisis de 2008, pero finalmente encontró la forma de poner en pie unas instalaciones asentadas sobre un terreno de diez mil metros cuadrados, en las que ha consolidado su liderazgo en la reparación y mantenimiento de vehículos industriales, y en las que el 8 de junio celebrará los 50 años de Talleres Cholo y la ampliación de la compañía con una fiesta que quiere “sea bendecida por el cura porque soy muy católico, y que el cóctel de después salga bien”.

Oficialmente jubilado desde hace unos años y con su hija María como directora de Calidad y su hijo Ángel como gerente, Cholo afirma que aunque ha soltado un poco las riendas, “aquí, como digo yo, mando y ordeno, aunque el gerente tiene toda la libertad”, y lo que sigue haciendo es acudir puntualmente al trabajo para dar ejemplo y meterse a la faena con los hierros gracias a los cuales ha construido “nuestro sello de identidad, tratamos bien al cliente y la imagen que tenemos en la calle, eso es lo que importa y hay que mantenerlo”.

En el taller intenta inculcar esos valores a los mecánicos jóvenes y todo su saber hacer en el oficio porque “a un chico que viene de FP se le enseña cómo utilizar el ordenador para buscar los fallos del vehículo, y eso a los dos días lo tiene controlado, pero luego debe saber manejarse entre los hierros, eso no se aprende en poco tiempo”. Por eso les advierte que “si no sabéis, sentaos y esperadme hasta que os pueda atender” y les dedica horas.

Aunque dos de sus hijos trabajan en la empresa familiar, su gran ilusión es que algún nieto pueda hacerlo como mecánico y avanza que “he propuesto a dos nietos que vengan a pasar aquí el verano para aprender el oficio, como en un campamento”, con la vista puesta en que les entre el gusanillo por los hierros.

De momento, también sigue con el carnet de camiones, aunque ya solo los conduce por el entorno cercano.