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Alberto Belmonte, bueno y amigo fiel

SOCARRÓN, rey de la ironía, bueno y amigo fiel. Así era Alberto Belmonte: una persona extraordinaria y socarrona que a todas las situaciones de la vida, buenas o malas, le sacaba su lado bueno con una extraordinaria capacidad para la ironía y el buen humor.

Tan sólo tuvo una concesión en su vida: cuando le comunicaron que padecía un cáncer terminal, esa sibilina señora Muerte que venía a visitarlo. Sólo en ese momento se puso serio; después armó todo una estrategia de lucha y se pertrechó de lo que sólo algunas personas tienen el privilegio de ofrecer: la gravedad de la situación la disfrazó de socarronería, trabajo, mirada al frente y una familia unida. En todos estos meses de batalla no hubo una concesión al temor ni a la tristeza; ni siquiera en las agresivas sesiones de quimio se detuvo su trabajo de contable, ajustando asientos entre pinchazos y respondiendo a sus clientes con una entereza tal que hasta dos días antes de su muerte daba respuesta a sus demandas sin permitir que descubrieran su verdadera lucha.

Si hubiera que hacer un Tratado o manual de lucha contra esta plaga que es el cáncer quizás tendríamos en Alberto las instrucciones perfectas. Lo admiré como amigo, la suerte que tuve al poder disfrutar un gin tonic con él (y caerme de culo partiéndome de risa con nuestros amigos los Dalton) y su socarronería maestra; lo admiré como luchador implacable y altivo contra la enfermedad; lo recordaré siempre ( todos lo haremos) por su elegancia y comportamiento ante esta desigual lucha que el cáncer le planteó.

Cada día que la enfermedad avanzaba, Alberto reclamaba la vida como un acto supremo, como la magnífica oportunidad que significa vivir la vida entre los tuyos, con tu familia arropándote. Su deterioro progresivo lo convertía en un acto de vida, un ejemplo de lo que es vivir; un ejemplo de cómo hay que disfrutar del día a día, de luchar, aunque la adversidad venga a visitarte como siempre de forma anticipada y sin avisar.

En la últimas décadas (después de haber recorrido juntos con numerosos amigos, algunos kilómetros de barra en los locales santigueses y de Bertamiráns, ) había descubierto dos joyas: su mujer Teresa y Porto do Son. Juntos, con Pepiña y su perro disfrutaron de Fonforrón, de su playa y de los amigos del pueblo; también de sus bares y de sus fiestas porque se integraron tan bien que cuando una persona así nos deja, el pueblo, sus fiestas, sus bares, sus amigos...también se resienten y pierden un poco de la vitalidad que tenían. Las personas que son un referente de vida dejan un hueco enorme. (En la enfermedad cruel, Teresa y su padre fueron su mayor preocupación.)

Alberto le sacaba punta a todo y su lucidez era extraordinaria: por eso y una vez más, cuando en momentos de extraordinaria delicadeza se le preguntaba: Y tú cuando mueras ¿dónde quieres que te entierren? Alberto respondía socarronamente: yo me quedo en el salón de casa.

Qué crack.!!

En el salón de casa y en nuestros corazones!!

29 abr 2022 / 00:00
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