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Arte para decorar la fría pasarela de la Intermodal

{tubo de estilo nórdico}

Amancebado sobrino, me alegra sobremanera que nuestro alcalde, don Xosé Sánchez, quiera reducir la velocidad a la que circulan los vehículos por la calle del Hórreo de cara a la próxima inauguración de la estación Intermodal, que generará un importante incremento del número de viandantes por esa zona. No sé si bajarla hasta diez por kilómetros por hora será demasiado, pero lo cierto es que cuando transito por allí con mi carruaje de caballos me adelantan sin decoro un sinfín de conductores maleducados que ni se inmutan cuando ordeno a mi cochero, O´Leary, que les arree con la fusta en el techo de sus coches. En cuanto a la pasarela peatonal elevada que han instalado para unir la estación de tren con la de autobuses, la verdad es que no sé que opinar. A mí, al principio, me parecía un feo tubo metálico con aspecto un tanto sideral, pero las últimas veces que he pasado por allí no me ha resultado tan tosco. A lo peor incluso llega a gustarme. Pese a todo, he de telegrafiar a la conselleira del ramo, doña Ethel Vázquez, para que tenga a bien instalar en su interior maceteros con plantas, cuadros, candelabros con velas blancas y otras piezas decorativas, porque la instalación tiene un aspecto demasiado frío y funcional, o eso me pareció al ver las fotografías que publicó el otro día este nuestro periódico. También contactaré con mis buenas amigas Natalia Fernández Segarra, de la Fundación Granell; Asunta Rodríguez, de la galería Trinta, y Luisa Pita, responsable de la sala de igual nombre, para que aporten a la Xunta ideas dirigidas a dar algo de salero artístico a la pasarela, que buena falta le hace. Yo, la verdad, no me veo paseando por allí. Las alturas no son de mi agrado, los puentes cubiertos me agobian y solo me atraen los espacios construidos a base de mármol y maderas nobles, pero supongo que los amantes del diseño nórdico estarán encantados con la obra.

{sufro insomnio cósmico}

Desde hace varias noches, torpe sobrino, no logro conciliar bien el sueño y me dedico a dar vueltas y más vueltas por mi alcoba vacía embutido en un batín de seda. Las alteraciones comenzaron justo la madrugada en que un bólido cósmico cruzó el cielo de nuestra comunidad dejando tras de sí una extraña luminosidad y múltiples explosiones de las que fui testigo presencial, pues en ese momento me había asomado al balcón para dar unas caladas al puro Montecristo que utilizo como somnífero. Poco después de contemplar el fenómeno estuve a punto de telefonear a mi viejo amigo José Ángel Docobo, director del Observatorio Astronómico, para comentar con él los pormenores de lo sucedido, pero me eché atrás por temor a que me dijese que no se trataba de un inofensivo meteorito o similar, sino de una aeronave tripulada por habitantes de otros planetas. También me quedé con ganas de hablar con el canónigo José Fernández Lago por si interpretaba que podría tratarse de una señal del más allá, quizá relacionada con el fin del mundo, pero la ansiedad me dejó petrificado y tuve que meterme en el lecho envuelto en sudores fríos. Me disgustan mucho este tipo de acontecimientos, Damián, y solo espero que el próximo me pille durmiendo de una forma tan plácida a como lo hacen nuestros parlamentarios cuando acuden al Congreso. Vivir en off, ese es mi deseo y mi meta.

{poca consideración}

Por el momento, Damián, sigo esperando a que las autoridades sanitarias me llamen para ser vacunado, y en verdad te digo que considero una descortesía esta gran tardanza. Entiendo que la gente de más edad y los propios sanitarios deben tener prioridad sobre el resto de la población, pero creo que los aristócratas de cuna deberíamos tener cierta prioridad por el simple hecho de pertenecer a una especie en extinción. Doy por hecho que si telegrafío al conselleiro de Sanidade, don Julio García Comesaña, o a cualquiera de los altos directivos a su cargo, como doña Carmen Durán Parrondo o don Jorge Aboal, para que me cuelen disimuladamente en un turno anterior al mío me mandarán directamente a freír espárragos, porque aquí las cosas no funcionan como en Valencia, así que no me quedará más remedio que esperar sentado frente a la chimenea a que alguien me mande un SMS de citación al móvil, cuando ni siquiera uso esos artefactos diabólicos. Antes, Damián, las autoridades tenían más consideración con la nobleza. Y las cosas funcionaban de una forma diferente. Muy diferente.

{cafeterías esenciales}

Coincido con don Borja Verea, sobrino, en que nuestra ciudad es tan dinámica y alegre gracias al comercio de cercanía, y por eso luce tan gris y sombría desde que el maldito virus entró en nuestra vida y muchas tiendas tuvieron que ajustar su horario o cerrar directamente la reja. Parece como si la lluvia, que nunca me molestó lo más mínimo, hubiese empapado también nuestro ánimo y cuando salgo a pasear solo me cruzo con gente cabizbaja que ya ni me saluda, bien por miedo a contagiarse o porque ni siquiera me reconocen detrás de la enorme mascarilla de colores absurdos que me compró Gladys, mi ama de llaves. Espero, al igual que el líder del Partido Popular en Santiago y que los responsables de las principales asociaciones de comerciantes de la ciudad, mis estimados amigos José María Fernandez, José Antonio Seijas y José Manuel Bello, que la crisis sanitaria no logre llevarse por delante a un buen porcentaje de los pequeños negocios de barrio. Y en cuanto a los bares, qué quieres que te cuente. ¿Acaso me ves a mí tomando un café para llevar en un burdo vaso acartonado mientras paseo mis penas bajo el aguacero? No, hombre, no, las cafeterías tienen que ser designadas servicio esencial, y así se lo voy a proponer a don Alberto Núñez en cuanto acabe estas líneas. Te dejo, sobrino. Asuntos cósmicos de importancia notable requieren mi atención.

08 feb 2021 / 00:00
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