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Así fue la histórica visita del sucesor de San Pedro a la ciudad del peregrino

El sumo pontífice alemán viajó a Santiago el 6 de noviembre de 2010 // Su estancia fue corta, pero muy intensa // Dejó huella con tres trascendentales discursos

Faltaban siete minutos para las 11.30 horas, el momento previsto del aterrizaje, cuando el avión de Benedicto XVI tomó tierra en la pista de Lavacolla. Era un sábado 6 de noviembre del Año Santo compostelano 2010 y un espeso manto de niebla cubría la capital gallega. A pie de escalerilla esperaban al sucesor de San Pedro, que acudía a Compostela como peregrino, los entonces príncipes de Asturias y actuales reyes de España, Felipe VI y doña Leticia, el arzobispo de Santiago, monseñor Julián Barrio, que ejercía como anfitrión; y numerosas autoridades estatales, autonómicas y municipales, entre ellas, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, y el alcalde de Santiago, Xosé Sánchez Bugallo.

Protegido con una dulleta blanca del frío invernal gallego, el papa asistió a una breve ceremonia de bienvenida a nuestro país, en el que permanecería apenas 32 horas, visitando primero Santiago y luego Barcelona, para la consagración de la basílica de la Sagrada Familia. En su primer discurso en la terminal afirmó que deseaba unirse “a la larga hilera de hombres y mujeres que a lo largo de los siglos llegaron a Compostela desde todos los lugares de la Península, de Europa e incluso del mundo entero, para ponerse a los pies de Santiago Apóstol y dejarse transformar por el testimonio de su fe”, manifestó, antes de pronunciar sus primeras palabras en gallego: “O meu agarimo e proximidade aos amadísimos fillos de Galicia, Cataluña e demais pobos de España”.

Tras unos minutos reunido en privado con los príncipes en la sala vip del aeropuerto de Santiago, el pontífice reapareció con hábito coral para subirse al papamóvil y poner rumbo a la Catedral. Durante el trayecto, en el que había menos gente de la esperada, el coche papal apuró la marcha mientras el pontífice romano comentaba el tiempo gris con el arzobispo. Ambos confiaban en que, pese a la niebla, pudiese salir un rayo de sol a lo largo del día. Luego ocurriría, durante el almuerzo en el palacio arzobispal.

Eran las 12.45 horas cuando el papamóvil llegaba a San Lázaro, donde centenares de fieles esperaban al santo padre. Allí le dio la bienvenida la Real Banda de Gaitas de Ourense, aunque la ajustada agenda impidió que la comitiva se detuviese, como estaba previsto. No obstante, el recorrido del papamóvil fue una fiesta con cánticos, bailes, globos de colores y banderas españolas, gallegas y vaticanas. Pese a que mucha gente no acudió finalmente a Santiago ante las advertencias de un posible colapso, quienes sí lo hicieron pudieron vivir una jornada inolvidable. Había personas de todas las partes de España, pero también del extranjero, incluso muchos peregrinos que hicieron coincidir su llegada a Santiago con la peregrinación del papa: “Lo importante no es verlo, es que nos vea él”, señalaban algunos peregrinos extranjeros. No obstante, y siendo fieles a la verdad, también hay que recordar el fiasco que se llevaron muchas de las personas que habían madrugado y que lamentaron la elevada velocidad de la comitiva: “Pasó como un rayo”.

El Cabildo catedralicio esperaba al santo padre en la puerta de la Azabachería. Saludó a cada uno de los canónigos para luego adentrarse en la basílica. En el interior le esperaban setecientos invitados, entre ellos muchos enfermos del Cottolengo, así como catequistas y miembros de agrupaciones religiosas y seglares. El recorrido empezó por la Capilla de la Comunión, donde oró ante el Santísimo; y luego acudió a la escalinata del Obradoiro, donde saludó a los cientos de fieles que se congregaban en la plaza a la espera de la misa que se celebraría a la tarde. El entonces deán, José María Díaz, le explicó el Pórtico de la Gloria. Entre el fervor de la gente, a la que saludaba con afecto, el papa llegó a la Puerta Real, por la que salió de la Catedral a la plaza de A Quintana. Allí dos mujeres le hicieron entrega de una esclavina de peregrino, que el obispo de Roma no dudó en ponerse sobre la muceta para atravesar como peregrino la Puerta Santa.

Luego oró ante la tumba del Apóstol y también abrazó al santo en la Capilla Mayor, antes de una breve ceremonia litúrgica que culminó con el vuelo del Botafumeiro. En ese momento, Benedicto XVI quiso decir: “En este Año Santo, como sucesor de Pedro, he querido yo peregrinar también a la Casa del Señor Santiago para confirmar vuestra fe y avivar vuestra esperanza; y para confiar a la intercesión del Apóstol vuestros anhelos, fatigas y trabajos por el Evangelio”. El vicario de Cristo definió Compostela como “corazón espiritual de Galicia y, al mismo tiempo, escuela de universalidad sin confines”. A continuación, se retiró al Palacio Arzobispal para compartir un almuerzo con el arzobispo de Santiago y el séquito papal. El papa alemán pudo degustar aquel día empanada con bacalao y pasas, quesos gallegos, crema de grelos, jarrete, filloas, leche frita y la clásica tarta de almendra.

Luego descansó un rato en la casa de monseñor Julián Barrio, y quiso compartir un momento con la familia del prelado, deteniéndose con la madre del arzobispo, que en aquel momento no se encontraba bien de salud y permanecía en la cama.

Todo ello antes del acto principal de aquella jornada, breve pero intensa: la misa en la plaza del Obradoiro. A las 16.40 abandonó el palacio para subirse al papamóvil y poner rumbo a la explanada, no sin antes contemplar la alfombra florar de 120 m2 que le habían dedicado.
Un inmenso escenario de color blanco, diseñado por el arquitecto Iago Seara para la ocasión, sirvió como altar para la ceremonia religiosa, a la que asistieron los Príncipes de Asturias y demás autoridades. La plaza estaba llena, aunque no tan abarrotada como se esperada por lo antes comentado: mucha gente evitó acercarse al núcleo de la celebración ante las constantes advertencias de colapsos.

El papa se revistió en el pazo de Raxoi y a continuación comenzó la misa en la que fueron concelebrantes principales monseñor Julián Barrio y el entonces secretario de Estado de la Santa Sede, cardenal Tarsicio Bertone. En su homilía, el santo padre instó a los presentes a “seguir el ejemplo de los Apóstoles”, dando “un testimonio claro y valiente del Evangelio”. Dios, añadió el papa, “declara a Jesús justo y santo frente a la sentencia del tribunal humano que lo condenó por blasfemo y subversivo”.

Volviendo “la mirada a la Europa” que peregrinó a Compostela, y tras preguntarse “cuál fue la aportación específica y fundamental de la Iglesia a esa Europa”, Benedicto XVI dejó patente la “necesidad” de que “Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa”. “La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes”, destacaba.

La interpretación de la Salve marinera por los alumnos de la Escuela Naval de Marín impresionó al papa, como reconocería años después al exembajador Paco Vázquez. Fue el broche de oro a una visita que culminó en Lavacolla, donde tuvo lugar una breve ceremonia de despedida y donde a última hora de la tarde el papa se subió de nuevo al avión para poner rumbo a Barcelona, a donde acudía para consagrar la Sagrada Familia. Allí también tuvo la oportunidad de reunirse con los reyes Juan Carlos I y Sofía; y el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero.

08 ene 2023 / 01:00
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