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|| leña al mono, que es de goma ||

Baños de nostalgia bien dosificados

HABLA Xosé Luis Bernal en su reciente libro de una Compostela que ya prácticamente no existe y de unos personajes muy peculiares que también pasaron a mejor vida, desde las dos Marías a Zapatones, pasando por el cardenal Quiroga Palacios, que al parecer tenía una imagen imponente. Quienes tenemos Eles e máis eu compostelaneando reservado para leer en agosto, preferiblemente a la sombra de algún árbol frondoso y con varias cervezas al alcance de la mano, nada podemos opinar sobre la obra de Farruco, pero en la entrevista que le hizo el periodista Andrés Bernárdez para EL CORREO se puede deducir que la nostalgia salpica buena parte de sus páginas. Normal. Mirar hacia atrás sin ira siempre es un ejercicio muy recomendable y por lo general resulta muy sano recordar con añoranza los tiempos que no volverán y a las personas que ya son historia.

Pese a todo, a veces también es bueno mirar fotos antiguas y tirar de memoria para poner la nostalgia en su justo lugar. Eso es lo que hacemos a diario en este periódico a través de la sección Te acuerdas de..., donde diversos protagonistas comentan a diario imágenes del Santiago de hace tres, cuatro o más décadas. ¿Y cómo era realmente esa ciudad? Pues mucho más destartalada, descuidada y canija que ahora, hasta el punto de que muchas zonas resultan prácticamente irreconocibles debido al enorme cambiazo que han experimentado en un tiempo que se ha hecho tan corto.

TREMEBUNDO ENSANCHE Muchas de las calles del Ensanche, por ejemplo, aparecen en esas fotos infestadas de coches subidos a unas aceras feas y estrechas, numerosos edificios presentaban un aspecto lamentable de abandono (a pesar que entonces eran mucho más modernos) y no pocos locales comerciales y de hostelería tenían un aspecto mucho menos cuidado que ahora.

De igual forma, un buen número de barrios hoy atractivos y pujantes eran simples leiras o descampados en los que cada cual hacía lo que le daba en gana, desde instalar cobertizos construidos con cuatro chapas hasta acumular chatarra, y ni siquiera el casco histórico estaba bien cuidado. Todo lo contrario. De hecho, muchas rúas estaban sumidas en el abandono, los inmuebles ruinosos se contaban por doquier, el aluminio campaba a sus anchas por construcciones que exigían madera y cualquier artista de la decoración podía hacer casi lo que le venía en gana a la hora de cambiar puertas y ventanas. La cosa fue así hasta que llegó el Consorcio y empezó a poner orden en lo que era un sindios.

HABLEMOS DEL FRANCO

También habría que hablar del Franco y de las principales rúas de tapeo de la zona monumental, asunto que Xosé Luis Bernal aborda igualmente en su libro para recordar la figura de algunos taberneros muy peculiares de hace unas décadas, como O pingaxusta, que al parecer tenía una habilidad increíble para verter siempre la misma cantidad de vino, ni un milímetro más ni menos, en todas las cuncas que servía.

A buen seguro es cierto que el Franco tenía entonces un ambiente muy peculiar, más picheleiro y menos turístico, pero algunos echamos la vista unos treinta años atrás y, si tuviésemos que elegir, nos quedamos sin dudar con el de hoy, por mucho que ciertas esencias hayan sido confinadas en el cajón del olvido. Mejor están ahí, o eso opinamos los finolis que preferimos la limpieza que reina hoy en la mayoría de los locales, las reformas que se han hecho en cuartos de baño y cocinas, los controles sanitarios -no hablamos del covid- que pasan los productos que se sirven y la profesionalidad y hospitalidad que se pueden apreciar en cualquier bar o restaurante.

CUTRES ALQUILERES En cuanto al ambiente estudiantil, es cierto que entonces era mucho más visible y bullanguero -la Universidad de Santiago aún no se había desgajado en tres, la ciudad era más pequeña y la gente compartía en la calle lo que ahora intercambia por las redes sociales sin moverse de casa-, pero no menos cierto es que muchos pisos de alquiler eran un cutrerío infumable y que las juergas continuas impedían descansar a un amplio porcentaje de la población.

¿Conclusiones? Solo una, y es que el mundo evoluciona y mejora. Y que cualquier tiempo pasado no fue mejor... salvo en lo que a la música se refiere. De hecho, seguramente haya llegado el momento de prohibir por decreto el reguetón y de clausurar todos los locales que torturan sin piedad a los clientes con coplas machaconas de calidad más que dudosa. Algunos, de hecho, estamos tan hartos del bombardeo constante de ritmos latinos que hasta empezamos de echar de menos a Karina, Joselito e incluso Los Pecos. Por duro que parezca. Y lo es.

Brecha digital: ¿quién vela por las personas mayores?

Mucho se ha hablado en los últimos meses, debido a la pandemia, de las dificultades que han tenido numerosos escolares para seguir desde sus casas las clases on line organizadas por colegios e institutos. No todos los hogares cuentan con ordenadores y no todos los chavales, ni mucho menos, tienen a su disposición un portátil durante todo el día. Está bien que se tratase el problema y que las administraciones se moviesen para facilitar computadoras a las familias menos favorecidas, pero en esa oportuna ofensiva social volvieron a quedar descolgados quienes más han sufrido el confinamiento y los efectos de la pandemia.

Se trata de las personas mayores, especialmente de aquellas que, por edad y/o falta de medios, se quedaron descolgadas de las nuevas tecnologías y son incapaces de superar la llamada brecha digital. ¿Quién se ha preocupado hasta ahora de los abuelos que no saben manejar la banca electrónica, que hacer la declaración de la renta vía Internet les suena a chino y no tienen ni repajolera idea de hacer un pedido on line en el supermercado? Casi nadie lo ha hecho, y por eso ahora los jubilados no digitalizados tienen que aguantar colas desesperantes -e indignantes- ante las entidades bancarias, la agencia tributaria y mil oficinas en las que, al contrario que en los aviones, no dejan entrar en tropel aunque lleves mascarilla. Curiosidades de la era covid.

28 jun 2020 / 00:00
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