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|| leña al mono, que es de goma ||

Calles de dirección única: más sentidiño y menos regulación

EN ESTE SANTO país todos estamos muy concienciados, como debe ser, con el respeto que merece nuestra intimidad y con la protección que las leyes otorgan, de aquella manera, a nuestros datos personales, pero luego no damos importancia o miramos hacia otro lado cuando ciertas personas, en teoría con nuestros mismos derechos, tienen que exponerse a la fuerza a situaciones indignas e indignantes por el mero hecho de estar pasando una situación económica delicada.

Sobre este particular, ¿de verdad es normal que cientos de vecinos de Santiago tengan que hacer largas colas a la intemperie, a la vista de todo el mundo, para recoger los bonos sociales que el Ayuntamiento está repartiendo, desde que empezó el ataque del coronavirus, a las familias más vulnerables?

Opiniones habrá para todos los gustos, y sin duda tienen mucha razón quienes afirman que nadie tiene por qué avergonzarse de ser pobre o estar pasándolas canutas a causa de un acontecimiento concreto, pero la misma verdad asiste a quienes creen que nadie tendría por qué hacer visible su situación económica y personal si no es su deseo. En circunstancias de ese tipo, como cuando estamos delante de la pantalla de un ordenador y la empresa tal o cual nos pregunta si aceptamos algunas condiciones de intercomunicación, debería existir también la posibilidad de pulsar la tecla de “acepto”, “no acepto” o “recordádmelo más tarde”.

En la capital gallega, la crisis económica derivada de la pandemia está haciendo estragos en muchas familias y ya son más de mil las que se ven obligadas a recurrir a los citados bonos caritativos para poder comer. Muchos de los afectados son, además, nuevos pobres, por lo general padres y madres que jamás habían tenido que recurrir a la caridad para sobrevivir y que ahora, tras quedarse con una mano delante y otra detrás, necesitan hacer de tripas corazón y exponerse en cuantas colas hagan falta para alimentar a sus hijos.

¿PAÍS TERCERMUNDISTA? Si viviésemos en un país tercermundista y ajeno por completo a las innovaciones tecnológicas, las colas del hambre, al menos las “presenciales”, serían inevitables. Pero ahora esas imágenes se podrían evitar si las administraciones públicas pusiesen algo más de su parte mediante la diversificación espacial y horaria de los lugares donde se pueden recoger, sin esperas y con cierta privacidad, dichas ayudas. Desde luego, el mejor método no consiste en citar a todo el mundo en el mismo sitio y a la misma hora.

Pese a los fallos expuestos, que a buen seguro son sencillos de solucionar si alguien pone interés en el tema, de justicia es reconocer que la ayuda social en Santiago ha funcionado mejor que bien. Gracias a dichos bonos pueden sobrevivir actualmente unas cuatro mil personas (las mil y pico familias antes citadas) y los entusiastas miembros de Protección Ci-vil han trabajado como bestias para repartir todo tipo de bienes por los hogares de personas mayores y dependientes que no podían salir para nada de sus hogares. Cruz Roja también se volcó en estas labores y no hace falta recordar de nuevo el trabajo solidario que día a día, con pandemia y sin ella, realizan instituciones como Cáritas, la Cocina Económica y los particulares ejércitos de salvación que pone en marcha la Iglesia cuando los necesitados llaman a rebato (la cosa es así, por mucho que los radicales de siempre intenten negar la realidad).

MUCHA CARA DURA En cuanto a las colas que desde hace semanas se montan delante de casi todos los bancos, esas sí que no tienen justificación posible por mucho que en las sucursales afirmen que es para cumplir las medidas de seguridad y de distanciamiento. Ahora el problema se ha vuelto más agudo, pero hace ya mucho tiempo que las entidades financieras prestan una atención penosa a quienes no se apañan con la banca eléctronica, por lo general gente mayor que se quedó descolgada de las innovaciones tecnológicas y personas con pocos recursos.

Lo que ocurre en realidad es que, pese al pastón que ganan y a los rescates que hemos pagado todos los españoles, en los últimos años infinidad de bancos han cerrado tropecientas sucursales y han reducido al mínimo el personal que se dedica a atender de forma presencial a los clientes, por lo que cualquier trámite o consulta se convierte en una tortura. Eso sí, antes al menos podías esperar horas dentro de la oficina sentado en un banco o una butaca, mientras que ahora tienes que hacerlo en la calle. En la puñetera calle, para ser más exactos.

Calles de dirección única: más sentidiño y menos regulación

A buen seguro fue una decisión tomada con la mejor voluntad, pero habría que analizar bien si la recomendación del Ayuntamiento de pasear por las aceras de la derecha, con el fin de no cruzarnos con quien nos viene de frente, tiene alguna base científica o se trata tan solo de una nueva medida para marear aún más a la población.

Sin entrar mucho en detalle, habría que preguntarse cuántas calles de Santiago son lo suficientemente estrechas como para comprometer la distancia mínima entre peatones si se cruzan mientras pasean, salvo que circulen deliberadamente con el ánimo de pegarse o incluso de chocar. Desde luego, todas las aceras que han sido marcadas con color amarillo en el Ensanche –y desde luego la Alameda– tienen anchura de sobra como para respetar los dos metros de separación. Otro gallo cantaría, en cambio, en ciertos callejones del casco histórico.

Y en cuanto a lo de caminar unos detrás de los otros, los expertos no han dejado de machacarnos con lo peligroso que es que el de delante, si va cerca, tosa o estornude, porque el que le sigue se comerá sus miasmas. En fin, que de nuevo lo más sensato es tirar de sentido común, pasear por donde nos plazca y retirarnos lo conveniente si vemos a algún zopenco saltarse las normas más elementales de seguridad. Pues eso, más sentidiño y menos regulación.

23 may 2020 / 23:57
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