Como anunciaban las escrituras

nadie comienza de cero. Las personas empezamos a aprender, apoyadas en los conocimientos de cuantos nos han precedido: nuestros padres, maestros, catequistas... Es, pues, muy importante para nuestra vida la tradición oral, transmitida de padres a hijos y nietos; y, si la tradición oral es digna de tenerse en cuenta, lo es más todavía la tradición escrita, pues se alega la fuente de donde se ha sacado un determinado conocimiento. En las Sagradas Escrituras judías y cristianas, lo anteriormente anunciado se recoge en escritos posteriores; y en el cristianismo, el Nuevo Testamento ve cumplido en Jesús de Nazaret lo que los profetas habían anunciado.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, tomada del libro del profeta Isaías, anuncia un Mesías-rey, salido de la raíz de Jesé, el padre de David, sobre el que se posará el Espíritu del Señor. Este le llevará a actuar con justicia, y su enseña se elevará aquel día, para que también los gentiles, al contemplarla, se acerquen al Señor.

El Evangelio presenta a Juan el Bautista predicando en el desierto -tal como había anunciado Isaías-, y llamando a todos a la conversión, para preparar la venida de un personaje importante que iba a llegar. Gente de los alrededores de Jerusalén y del valle del Jordán acudían allí, confesaban sus pecados y Juan los bautizaba. Este manifestaba que solo los bautizaba con agua, en orden a la conversión, pero que el que iba a venir los bautizaría con Espíritu Santo y fuego. El mismo Juan no se consideraba digno de ser discípulo de ese personaje, y de llevarle las sandalias.

San Pablo les dice a los Romanos que las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que mantengamos la esperanza. Les exhorta, como consecuencia, a llevarse bien entre ellos. Les pone como ejemplo a Cristo, que sirvió a los judíos, mostrando la fidelidad de Dios a sus promesas; y que acogió a los gentiles para que agradezcan al Señor su misericordia.