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Los agentes que investigaron el caso relatan las dificultades para ‘ablandar’ al ladrón del ‘Códice’ por su hermetismo // En una escucha en el domicilio familiar su hijo le acusa de esconder algo tras detectar un comportamiento extraño TEXTO Uxío Santamaría

Cuando Castiñeiras sorprendió a la Policía vestido de hawaiano: “A la Catedral hay que ir de pobre”

Los policías que participaron en la investigación del robo del Códice Calixtino coinciden en la singularidad de un caso complejo, sobre todo, por el hermetismo del escenario que se encontraron. Así calificaron el entorno de la Catedral donde el 5 de julio de 2011 desapareció el valioso manuscrito medieval. En el documental El robo del Códice, que estrenó RTVE Play el pasado 28 de diciembre, el inspector Antonio Tenorio, especializado en delitos contra el patrimonio y máximo responsable de este caso, no puede evitar manifestar la particularidad de un suceso que, sin duda, ha marcado su carrera. “Cuando llegamos no sabíamos por dónde empezar, porque no había nada más que una denuncia. Tenían una cámara de seguridad y detrás un foco que cegaba la imagen. No teníamos nada”, admite, al tiempo que añade que en las primeras entrevistas con el exdeán, otros canónigos y trabajadores de la seo se apuntó a una persona, Joaquín Barreira, el organista de la Catedral. En esta denuncia también se había mostrado firme, según se manifiesta en el documental, una monja cantora que en los últimos tiempos no se llevaba bien con el organista, al que acusaba de subir el volumen del órgano cuando ella alzaba la voz en el canto para que no se le oyera.

En todo caso, la Policía optó por poner el foco en Joaquín, demostrándose finalmente su inocencia con un registro en su casa y su detención por el presunto hurto de un facsímil del Códice que el organista utilizaba para estudiar la música, al menos en lo que se refiere al robo del auténtico volumen.

Esto obligó a los agentes a dar un giro a la investigación. Fue el propio deán, José María Díaz, quien puso a la Policía en la pista de otro sospechoso. Lo hizo en el momento que los agentes estaban interrogando a uno de sus monaguillos. Díaz llamó y advirtió de una estancia de la Catedral que no se había registrado: el almacén de Fernández Castiñeiras. Allí encontraron un juego de llaves del Archivo de la Catedral, con el que los investigadores dejaron sin palabras al electricista. Días antes, durante un interrogatorio, les había asegurado que él nunca había tenido acceso al Archivo, pero este juego de llaves demostraba que mentía. El electricista se encerró en sí mismo ante las llaves y respondió con un mutismo total. Era mediodía y dijo a los agentes que tenía que ir a comer con su mujer, que volvería a la comisaría para seguir hablando del asunto por la tarde. Pero nunca lo hizo.

De esta manera, Manolo Castiñeiras se convertía en el principal sospechoso de la desaparición del Códice. Comenzó así un seguimiento permanente del presunto ladrón. Pero no era fácil pillarlo en un renuncio. Primero, porque su vida no había cambiado en absolutamente nada ni tampoco sus rutinas. Pese a que rápidamente se intervino su teléfono móvil e incluso, con orden del juez Taín, se pusieron micrófonos en varios puntos de su domicilio, no aportaban datos de ningún tipo que pudiesen inculparle. “Apenas hablaba por teléfono, su rutina diaria no cambiaba; y en casa tampoco había comunicación entre la familia; y este tema ni se mencionaba. Nos pasamos muchas horas oyendo Sálvame”, comentan los investigadores en el documental. No obstante, de aquellas grabaciones que se hicieron en el domicilio familiar, que finalmente no fueron aceptadas como prueba por el tribunal juzgador, aunque a la Policía tampoco le importó puesto que no aportaban nada, se desprende que el hijo del electricista, Jesús Fernández Nieto, notaba un comportamiento extraño en su padre: “Papá, non sei que carallo escondes nin o quero saber. Pero cando alguén reacciona como estás reaccionando ti é unha evidencia de que estás a esconder algo”, se oye en una de las grabaciones en el piso.

UN LAPSUS. Llegó un punto que la Policía ya no sabía cómo penetrar en la figura de Fernández Castiñeiras. El inspector Tenorio, que en una ocasión se lo encontró a la salida de la misa de la Catedral, le invitó a tomar un café; y a Manolo no le quedó otra que aceptar. “Tuvo un lapsus en medio de la conversación, cuando Tenorio le preguntó si creía que podían haber quemado el Códice. Se le escapó: No, no, no lo quemé-maron. De eso estoy seguro”, explica la inspectora Rebeca Lorenzo, otra de las agentes de la Brigada de Patrimonio Histórico que participaron en la investigación.

Ella y algunos compañeros se encargaron del seguimiento constante de Manolo Fernández Castiñeiras durante el tiempo que se dilató la investigación, casi un año, que acabó con la recuperación del manuscrito en un garaje propiedad del electricista en O Milladoiro. Fue en un hotel de esta localidad donde, precisamente, se alojaron los agentes para estar bien cerca del sospechoso, quien no dejaba de sorprenderles por su carácter. Manolo era un hombre huraño, de pocas palabras y muy gris, sobre todo en su forma de vestir. Siempre iba igual, de colores oscuros, con su ya inolvidable cazadora marrón bajo la que escondía los miles de euros que cada día robaba en la caja fuerte de la Catedral; y bajo la que también escondió el Códice Calixtino el día que lo extrajo del Archivo.

Una de las mayores sorpresas que brindó a los agentes policiales, más allá del hallazgo del Códice y de los 1,7 millones de euros en efectivo y robados a la Catedral que se encontraron en su casa, fue un look que no dejó indiferente a nadie. “De repente, lo vemos completamente transformado. Algunos días nos sorprendió con camisas hawaianas y con pantalones claros, rosas o verdes. No era el Manolo que nosotros estábamos acostumbrados a ver”, explica Óscar Liz, otro de los agentes que participó en el caso. Rebeca Lorenzo revive en el documental también una anécdota de estas características en un bar de O Milladoiro: “Estábamos cenando y de repente vemos que entra Manolo en el bar vestido de claro, con el pelo cortado y con la piel morena. Nos sorprendió tanto que no pudimos evitar ir a saludarle y comentarle su nuevo look. Aquel día lo acompañamos a casa, que estaba cerca y de camino le incidimos en su vestimenta”. Su respuesta, también sorprendente: “Parece mentira que no lo sepáis, a la Catedral hay que ir de pobre”, les espetó el exelectricista de la seo.

En otro orden de cosas, la Policía también se muestra crítica en el documental con la falta de seguridad que había en aquel momento en la Catedral. El inspector jefe Tenorio afirma que había un “descontrol total”; y que fue él quien descubrió que funcionaba la cámara que había en el despacho del administrador donde estaba la caja fuerte. Pese a que inicialmente le habían dicho que estaba fuera de servicio, la Policía comprobó que “tenía un disco duro de 500 gigas” y allí se podían ver hasta 54 asaltos de Manolo Castiñeiras a la caja fuerte. Entraba, miraba que no hubiese trampas y luego se llevaba todo el dinero que podía y también carpetas llenas de documentos o lo que pillara por banda.

Celebraba los grandes botines con merluza

··· La familia Fernández Nieto llevó siempre una vida sencilla, pese a los millones de euros robados de la Catedral que Manolo Castiñeiras guardaba en efectivo en su casa. Remedios, su mujer, era una mujer trabajadora que nunca supo de lujos. El único capricho que se dio el matrimonio, y que adquirió con dinero robado en la Catedral, fue el piso en la parroquia de Noalla, concello de Sanxenxo, donde los últimos años antes de la detención del electricista pasaban los veranos y algunos fines de semana. Manolo también adquirió dos pisos en O Milladoiro y tenía en propiedad una casa en Negreira. Pero más allá del piso de A Lanzada, donde el electricista disfrutaba de largos paseos, la familia no se daba grandes lujos, ni tampoco hacía vida social ni disfrutaba de ocio. Llamó la atención a la Policía, cuando revisó los cuadernos donde apuntaba todos los ‘palos’ que daba en la Catedral, que cuando se hacía con grandes botines, porque ese día había mucho dinero en la caja fuerte, lo celebraba a base de merluza. Es increíble, pero hasta hacía constar en su libreta las cantidades ingentes de merluza que compraba. Daba el golpe en la Catedral y se iba directamente a la pescadería.

06 ene 2023 / 01:00
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