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De «abades foreros» y peregrinos forasteros

No han pasado muchos años cuando esto ha sucedido: solo un lustro y desde entonces mucho ha cambiado el panorama.

Pensaba contarles vida y milagros de S. Martín de Tours (Panonia/Hungría, 316-Candes/Francia, 397), pero lo tienen fácil. Basta consultar un santoral de los muchos que hay. Por el contrario, prefiero confiarles cómo surgió mi encuentro con el monumento compostelano y con sus gentes.

Era una tarde de frío invierno, con poca luz pese a que el día había sido soleado. Supe que habría una visita por el monasterio. Pensé sumarme a un plan diferente en día tan señalado: la festividad de S. Martín o S. Martiño, de Tours, de Braga o de Ourense, según quieran mentarlo pues en todas partes es santo popular y preciado.

Nos recibió una guía, joven, inquieta, pero con tablas. Una hora o más duró la visita y se hizo corta. Hubiese deseado comenzarla de nuevo. Mucho da de sí tan inmenso y bello edificio. No menos grato y ameno fue escuchar a aquella elocuente experta, cuyo nombre reveló desde el inicio, pero es dato que me reservo. Ella, si lee esto, o se lo cuentan, pronto se dará por aludida.

Habló de historia y de arte, de santos y santas, de retablos a lo «as lo Bernini» y de una puerta-retablo plegable que se abre a un claustro, buen invento de los frailes que por allí procesionaban. No pasó por alto los vínculos con la realeza, en particular, desde los reyes Isabel y Fernando, y también con la Congregación de Valladolid, pese a que dos obispos gallegos flanquean la entrada de la iglesia: S. Pedro de Mezonzo y S. Rosendo Salvado.

¡Con qué pompa habrá sonado en este recinto el imponente órgano! Con seguridad se cuidaría todo acto comunitario pues, aunque es lugar de magnánima riqueza, convida a la pequeñez de un sencillo rezo y al cántico.

Lo que quizás no sepan es que su «abad mitrado» fue «forero» del peregrino Francisco. Un texto del s. XVI, repetido en el s.XVII, y un cuadro del XIX dan alguna idea de lo que nos llegó por tradición desde el medievo.

El documento relata cómo Francisco de Asís, en su viaje/peregrinación a Compostela, logró permiso para alzar un convento en terreno de los benedictinos, tras acordar darles unos peces de los que había entre los ríos donde se hallaban aquellas tierras cercanas: el «Val de Deus». De ahí la inusual iconografía de S. Francisco, con báculo de peregrino en la mano derecha y en la otra un cestillo con el agasajo: imagen que no hallarán en ningún otro sitio salvo en lo alto de un retablo de este monasterio.

La crónica también da cuenta de las ricas vestimentas, los entonados cantos, el tañido de campanas, chirimías y demás parafernalia que se hacía cada 11 de noviembre para escenificar tan peculiar acuerdo. Entre ritos, velas, hachas, fuegos de artificio y mucho regocijo, se procesionaba con S. Francisco hasta juntarlo con S. Benito, arropados por las congregaciones religiosas, autoridades y todos los que se unían a la comitiva. Algo muy típico del s. XVIII, momento de fervor esplendoroso.

Sorprende que, mientras tanto, se cantasen varios «villancicos», pues de ellos en Santiago no hay rastro alguno, como sí acontece, por ejemplo, en Ourense.

Quién pudiera conocer tales obras, pero no existen. Solo se conservan, que se sepa, algunos cantorales en Antealtares. Son copias del s. XIX y su principal riqueza reside en las escenas miniadas. En una aparecen ocho salmistas benedictinos delante de un gran facistol, cantando bajo la mirada en gloriosa apoteosis de su fundador -S. Benito, con la Regla en mano- y, en medio, otros monjes situados en el antiguo coro de la iglesia del Pinario. Con precisión se puede ver que se realizaron entre 1818 y 1839.

El dedicado «A Jesucristo en su natividad y epifanía, en la cruz, a los ángeles y a la Virgen María y San José» parece estar más en sintonía con el culto de s. Martín Pinario, centrado en María y su familia. No en vano, cada episodio de su vida está artísticamente tallado en la minuciosa sillería del coro de los frailes.

El monasterio, además de múltiples estancias con variadas actividades que llevan décadas funcionando, se ha dinamizado como «espacio cultural», abriendo sus puertas para visitas en solitario, guiadas e incluso nocturnas con conciertos incluidos, a cargo de entusiastas y talentosos intérpretes.

S. Martín fue soldado que, a raíz de partir su capa con un mendigo, dejó el mundanal ruido para predicar sin descanso. Como paradoja de vida, en Tours donde está su tumba, recibe -como Santiago- a miles de peregrinos.

Vuelvo a la singular guía que he citado al iniciar estas letras. Ya di algunas pinceladas sobre ella, por lo que no quiero concluir sin ponderar el saber y la atención de sus jefes y colegas. Estos últimos, treintañeros, se ponen al día de lo publicado para ofrecer con hondura y soltura los últimos estudios realizados: ¡bravo por ellos!

¡Buen equipo y gran familia hacen!, aunque conste que pasan mucho frío, pese al calor de los aplausos.

11 nov 2022 / 01:00
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