Dos relatos de Josep Pla
PLA cimentó su prestigio literario con la publicación, en los años sesenta, de un magnífico libro El cuaderno gris, un dietario de los años de la gripe española que había reelaborado en su madurez. Pla fue corresponsal para periódicos catalanes en la agitada Europa de entreguerras: la Italia de Mussolini, la Alemania de Weimar y hasta una incursión en la Rusia bolchevique, amén de otros viajes. Luego trabajó de cronista parlamentario durante los años de la República, desde una óptica conservadora y en la órbita del catalanismo de Francesc Cambó y la Lliga.
Al estallar la guerra civil Pla colaboró con el bando de Franco pero acabó en una suerte de exilio interior, con simpatías aliadófilas, aunque siguió publicando y escribiendo en revistas, muchas veces en castellano, y cultivando su imagen de campesino algo cazurro. Caballero Bonald en Examen de ingenios lo dibuja con un perfil un tanto desagradable en su faceta social, lo que es factible porque debía ser un hombre difícil y con muchas aristas.
Culto, autor de una obra ingente y muy variada, puede ser considerado un clásico, sobre todo en el campo memorialístico, los libros de viajes y el periodismo en general. Si bien su obra no se discute, es evidente que tiene altibajos: en particular se le resistió el género narrativo. Sin embargo, yo quisiera llamar la atención sobre dos de sus relatos: Un viaje frustrado y Contrabando, ambos de ambiente marino y ampurdanés.
Los dos relatos están narrados por el propio Pla en primera persona. En el primero de ellos acompaña a su amigo Hermós, un marinero del país, analfabeto pero de saberes variados, en un viaje alocado en el que pretenden llegar hasta Francia en un pequeño bote, cuando todavía no ha terminado la Gran Guerra. Y así se suceden los días, luchando con los vientos, remando cuando no soplan, visitando tabernas o comiendo a bordo.
Digamos que no hay argumento más allá de la lucha con el mar y la inmersión en la naturaleza y el enfrentamiento de dos formas de ver la vida: el intelectual Pla que teoriza sobre el paisaje marino y el pragmático Hermós que vive inmerso en ese mundo. Al final llegan a Francia y vuelven inmediatamente porque divisan un buque de guerra y viajan sin papeles. De ahí el viaje frustrado; mientras Hermós presume de su aventura entre los marineros de la zona, Pla se refugia en la comodidad de su casa buscando placeres menos agotadores.
La otra historia tiene tres personajes; el patrón del barco, su cuñado y el propio Pla, que es el cronista del viaje y espectador de las continuas disputas de los otros dos, que viven la vida de un modo antagónico. El viaje responde a un negocio de contrabando: hay que ir a Francia, hasta los confines del Rosellón, para acudir a una cita y traer el género a España. Las cosas se complican y la cita no tiene lugar al surgir una tremenda tramontana que está a punto de hacer zozobrar el barco. Pero el patrón en un golpe de audacia logra sacarlo de las aguas bajas de la albufera en la que esperaban al contacto y que se había convertido en una trampa mortal.
Digamos que ambos relatos tienen el mismo fondo: el mar y sus gentes. Poniéndonos algo pedantes podríamos hablar de la lucha entre naturaleza y cultura, del desamparo del hombre en un medio hostil. Pero también de los momentos agradables, las docenas de sardinas que se comen en cubierta, las noches húmedas en las que apenas se puede dormir, las canciones y el vino agrio de las tascas de la costa. Todo narrado con esa sensualidad tan característica de Pla, con el adjetivo justo y la mirada respetuosa con la que contempla a sus compañeros de aventura.
Pensar que aquellas recónditas calas de Palafruguell, en una de las cuales Hermós vivía retirado, dedicado a la pesca y a preparar su famoso arroz de conejo, se han llenado hoy de urbanizaciones, hoteles y turistas, mueve un poco a la melancolía. Pero no importa porque esa es la magia de la literatura: al leer estos relatos vivimos de nuevo aquellos días e incluso encontramos en ellos experiencias nuestras, más o menos sepultadas en los recuerdos.