El Bautismo en el Espíritu Santo

en nuestra sociedad occidental, de cultura cristiana, los niños, merced a la fe de sus padres y a las creencias de las familias de su entorno, suelen recibir el bautismo a los pocos días o meses de su nacimiento. El bautismo era algo que se prodigaba en Israel en tiempos de Cristo. Juan, el hijo de Zacarías e Isabel, denominado por ello “el Bautista”, bautizaba con agua en el río Jordán, en orden a la conversión de los pecados. Anunciaba sin embargo otro bautismo, cuya práctica instauraría Jesús: el que transmite a quien lo recibe el Espíritu Santo. La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana es una presentación del Siervo del Señor, sobre quien el Padre hizo posar su Espíritu para que transmitiera el derecho a los pueblos paganos. Se dice que acogerá al necesitado, hasta el punto de implantar en la tierra los preceptos del Señor, que esperan los que están más lejos. Dios toma de la mano a su Siervo y lo hace Alianza del pueblo creyente y luz para las gentes, de manera que salgan de la obscuridad los que habitaban en sombras de muerte. El evangelio de Mateo nos presenta a Jesús, que se deja bautizar por Juan. Este consideraba que debía ser al revés, pero Jesús le pidió que así fuera. Cuando Juan le estaba bautizando, el Espíritu Santo descendió y se posó sobre Jesús, mientras una voz del cielo le proclamaba como el Hijo, en quien el Padre tenía sus complacencias. El libro de los Hechos de los Apóstoles presenta a Jesús como el que trae la paz a los distintos pueblos. Sin embargo, todo comenzó en Galilea: Jesús de Nazaret, ungido por el Padre con la fuerza del Espíritu Santo, se dedicó a hacer el bien y a liberar a los poseídos por el diablo, pues el Padre estaba siempre a su lado.