El Salvador de los pobres y humildes

En nuestra sociedad intentan algunos preparar los pronunciamientos de la justicia con presiones callejeras o con apoyos periodísticos. Ante estas presiones de los populismos que actúan en el mundo en que vivimos, la actuación de Dios se muestra imparcial, acogiendo al pobre y al humilde.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, del libro del Eclesiástico, nos muestra la condición divina: su propio ser, que es justo y promueve la justicia, le impide ser parcial y dejarse llevar por la tendencia de los hombres de ir contra el pobre, contra el que no tiene títulos, contra el que está solo en la vida... Los gritos de las viudas, huérfanos y demás necesitados llegan al cielo, y el Señor los escucha. Tampoco ellos dejan de clamar, hasta que Dios los escucha y les hace justicia.

San Pablo le dice a Timoteo que, al comparecer ante el tribunal que había de juzgarle, todos le abandonaron, aunque él los perdonó; pero que el Señor le ayudó y le dio fuerzas para proclamar íntegro el mensaje de la fe. Ahora le llega el momento de ser sacrificado y dirigirse hacia Dios. Le queda la satisfacción de haber combatido el buen combate, de haber concluido la carrera y de haber mantenido la fe. En adelante le espera la corona de gloria que Dios da a cuantos ansían su venida.

San Lucas recoge la parábola del fariseo y el publicano, que Jesús pronunció al ver que algunos se tenían por justos y despreciaban a los demás. El fariseo, engreído, daba gracias a Dios por no ser como el resto de los hombres: ladrones, adúlteros..., ni como aquel publicano, que parecía un descreído. Por su parte, el publicano, pedía perdón al Señor, considerándose pecador. Jesús manifestó que este último, el único que pidió perdón al Señor, volvió a su casa justificado, mientras que el fariseo no. A quien se ensalza, Dios lo humillará; y al que se humilla, Dios lo ensalzará.