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El Síndrome de Pascal

    A lo mejor algunos de ustedes han visitado la exposición Xoias do ceo que se exhibía en el Claustro Alto del Colexio de Fonseca promovida por el Observatorio de Santiago. Se trata de fotografías astronómicas del sistema solar y del universo profundo, de gran calidad y realmente impresionantes. Yo lo hice, acompañado de un amigo, y realmente disfrutamos mucho. Al leer los paneles explicativos, era algo inevitable y fatal, empezamos a darle vueltas a cifras tan mareantes: miles de millones de galaxias, cada una con números apabullantes de estrellas y distancias terroríficas medidas en años luz. Es el problema de la astronomía: la irreductibilidad a la humilde escala humana en el tiempo y el espacio. Era cuestión de tiempo que acabáramos recordando a Pascal y su famosa acotación en los Pensamientos: Me aterra el silencio eterno de los espacios infinitos.

    Y así como hay muchas personas que miran un cielo estrellado como si contemplaran un bonito paisaje, hay otras que sienten esa sensación pascaliana tan próxima a la angustia. Recuerdo una película de Woody Allen de 1977, Annie Hall, en la que una madre llevaba a su hijo al médico y el muchacho le explicaba al galeno el origen de sus problemas, “Doctor, el universo se expande”. Aquel niño también padecía lo que podríamos bautizar como Síndrome de Pascal y aunque el público se reía en sus butacas era claro que allí había una cita culta que, en general, pasaba desapercibida.

    Pascal fue un hombre realmente asombroso; geométra e iniciador de la teoría de la probabilidad, inventor de una máquina de calcular, estudioso de la presión atmosférica, empresario en París de un incipiente sistema de transporte público y también teólogo. Todo ello en una vida que no llegó a los cuarenta años.

    Para el asunto que nos ocupa esta faceta de teólogo es la que deberíamos explorar. Además de los Pensées Pascal escribió las Cartas Provinciales, escritos clandestinos en defensa del jansenismo y en contra de los jesuitas y la iglesia oficial. Las cartas, un modelo de la prosa francesa, supusieron un escándalo formidable en aquel París del S. XVII y no han dejado de reeditarse desde entonces.

    Quizá hablar hoy del jansenismo sea algo excéntrico, al menos así me lo parece, pero en su momento tuvo una importancia capital en las luchas religiosas y políticas de Francia. El jansenismo era un cristianismo algo tétrico y pesimista, con raíces en San Agustín, y que llegaba a sostener la predestinación y el hecho de que Dios no otorga la gracia a todos los hombres por igual. Predicaba además una moral muy austera que chocaba de frente con la escuela jesuita, más proclive a moverse en el mundo y sus afanes, y también a disfrutar de sus halagos, por supuesto. La monarquía francesa y la iglesia acabaron finalmente con los jansenistas pero fue después de mucho tiempo y controversias muy amargas.

    Pero volvamos a Pascal y a nuestra exposición. Seguramente el horror de Pascal por los espacios infinitos viniera de considerar el universo como una muestra del silencio de Dios y de su indiferencia por el ser humano. De ahí su defensa desesperada del cristianismo y su “apuesta” por la existencia de Dios como algo en lo que el ser humano no tenía nada que perder y sí mucho que ganar. Pero quizá esa contemplación de los cielos que tanto le turbaba tuviera relación con su pesimismo teológico y el apoyo al jansenismo, que algunos han considerado como una especie de calvinismo católico.

    A veces he recordado a Pascal al leer sobre el Big Bang y el origen de universo o cosas sobre la expansión de las galaxias y los agujeros negros; los números del S. XVII se han quedado muy pequeños y la sensación de espanto ha crecido mucho. Fíjense ustedes la de vueltas que puede dar una cabeza por acudir a una inocente exposición, pero en cualquier caso tengan cuidado con este tipo de eventos astronómicos porque tienen cierto peligro. Y si padecen el Síndrome de Pascal absténganse. Es un consejo de amigo, desinteresado: no toda actividad cultural es necesariamente recomendable y a veces hay que preservar la tranquilidad del ánimo en esta vida trabajada que tenemos, como decía Manrique.

    Mi amigo volvió a visitar la exposición, cosa que yo, prudentemente, no hice, y me dijo que la lectura de los paneles lo abrumó de nuevo. ¿Sufrirá acaso del síndrome?

    22 ene 2023 / 01:00
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