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|| leña al mono, que es de goma ||

El verdadero talento está en la puñetera calle

AFIRMAN numerosos jóvenes que el cartel del festival O Son do Camiño, que se celebrará en el Monte do Gozo en junio, es una pasada. Muy molón y tal. Pues vale. Algunos carcamales, en cambio, empezamos a sufrir sudores fríos nada más echar el primer vistazo a la lista de los artistas contratados, la mayoría desconocidos para nuestras torpes forellas, y comprobar que uno de los nombres que aparecen más destacados corresponde a la tal Rigoberta Bandini, la joven que cantó el tema Ay mamá, más malo que el hambre, en el estomagante Benidorm Fest.

Si todos los demás coleguillas de escenario tienen el mismo nivelón, este servidor preferiría asistir a una master class de cuatro horas a cargo de Chenoa o Bustamante, por duro que parezca, antes que tragarse tan indigesto menú.

Ay, mamá. Ay, qué dolor. Cada vez que oigo esa canción, porque resulta complicado esquivarla si eres un radioescucha compulsivo, no puedo evitar echar la vista casi cuarenta años atrás para ver de nuevo al bestial Freddie Mercuri entonando la desgarradora Rapsodia Bohemia entre luces psicodélicas y punteos galácticos. Él también cita a su madre, a una madre, pero de qué manera: “Mamá, acabo de matar a un hombre, le puse una pistola en la cabeza, apreté el gatillo y ahora está muerto. Mamá, la vida acababa de empezar, pero ahora me he vuelto loco y la he tirado a la basura. Mamá, no quise hacerte llorar. Si no estoy de vuelta mañana a estas horas, continúa, continúa como si nada importara”. Lo mismito que la letra de Bandini, vamos. Y de la música, para qué vamos a hablar.

Con Queen rondándome en la cabeza, sigo leyendo la lista de cantantes de O Son do Camiño: C. Tangana, ufff; Nathy Paluso, más ufffsss; Jhay Cortez, ufffsss superlativos... y al fin encuentro, en medio de un sopicaldo infernal de raperos, traperos y reguetoneros, a alguien que conozco y que de vez en cuando aún escucho cuando buceo en los vídeos de Youtube. Se trata de Liam Gallagher, un tipo hosco y amante de las broncas que en los años 80 y 90 entonó, con su peculiar voz arrastrada y amarga, varios temazos que se convirtieron en himnos. ¿Cómo olvidar Don´t look back in anger, Wonderwall o Live forever? El mérito mayor fue de su hermano Noel, compositor de los grandes éxitos de Oasis, pero hay que reconocer que Liam les daba un toque muy especial.

música y castañas. Sigo mirando la lista y encuentro, con letras más pequeñas, el nombre de otro grupo que conozco solo por casualidad. A Escuchando Elefantes, dúo compuesto por los jóvenes coruñeses Carlos y Silvia, me los encontré una vez, hace ya diez años o así, mientras paseaba al mediodía por los alredores del FNAC de A Coruña en compañía de un cucurucho de castañas. El potente vozarrón de ella y la contundente guitarra acústica de él inundaban la calle y muy pronto se vieron rodeados por varias docenas de viandantes, muchos de ellos guiris, que no paraban de tirar fotos y de grabar vídeos con el móvil.

Sonaban a ratos como Peter, Paul and Mary, pero sin Peter o Paul, y también como Simón y Garfunkel, Creedence, Dylan y otras muchas estrellas del folk rock de hace décadas, cuando la música era mucho más bella y amable. Y allí me quedé, hasta que ellos pararon, disfrutando de un concierto excelente mientras no paraba de preguntarme qué puñetas hacían esos músicos tan magníficos tocando en la puñetera calle, aunque en realidad no me extrañó nada la escena. De hecho, buena parte de las mejores recitales a los que he asistido tuvieron lugar en sitios parecidos, como el Retiro, la madrileña calle de Preciados antes de que se llenara de hombres anuncio, el propio casco viejo de Santiago o el Covent Garden londinense, donde unas navidades conocí, en medio de mil renos iluminados , a un negro cuarentón de dos metros de altura y aspecto desgarbado que, asido a una guitarra, parecía el primo africano de James Taylor.

Era ya de noche, la temperatura era gélida y el cuerpo pedía con urgencia tomar un buen copazo en cualquier pub con gramola, pero el tipo era tan bueno que la gente se iba acercando a él más y más para pedirle canciones y autógrafos. Y allí nos quedamos más de una hora a su vera escuchando versiones de Taylor, de Cat Stevens, de Lennon, de Sting, de Jackson Browne, de Pretenders, de Fleetwood Mac y hasta del American Pie de Don McLean.

¿Qué hacía aquel crac tocando en el antiguo mercado con unos guantes con los dedos cortados, tres bufandas y un gorro negro metido hasta debajo de las cejas? Simplemente hacer felices a los viandantes. Al menos a los viandantes que barruntan, desde hace ya mucho tiempo, que el verdadero talento no está ahora en los estudios discográficos donde se fabrican artistas clónicos, sino a pie de acera, en las plazas, en el metro, en una esquina o debajo de cualquier toldo. O sea, en la puta calle. Con perdón.

20 mar 2022 / 01:00
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