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En continuo procesionar...

Preocupados estamos ante la que se avecina: una Semana Santa sin aglomeraciones ni procesiones. Y se entiende, pues resulta extraño, tanto a cofrades como a turistas ávidos de asueto. Omitirlas parece un sacrilegio... sin serlo.

Cabe hacer notar que, en Santiago, dentro y fuera de la catedral, se procesionaba durante todo el año y no siempre con sentido penitencial. Gremios y cofradías eran los promotores, pero el ornato recaía en los miembros de la santa basílica.

Resulta útil revisar las Constituciones del prelado Francisco Blanco (1578), reimpresas sin variaciones por su homólogo Francisco A. Bocanegra (1781). Ahí figura el número de prebendas, clero mayor y menor, oficiales y las normas de la capilla de música y del servicio del coro y altar, que es lo que más nos concierne.

El maestro y su capilla estaba en constante sinvivir. De él dependían tareas no fáciles, ni del todo asumibles, como mantener a raya a cantores e instrumentistas y ocuparse de la manutención y formación de los niños de coro, que residían en su misma casa, por muy don y canonjía que gozase.

Los primeros cantores provenían del clero catedralicio. Hasta avanzado el XVIII, no le reportaron graves problemas. Pero los seises -en nada equiparables a los Escolanos de Montserrat o a los Niños Cantores de Viena- eran su verdadero azote. Nada raro: el mismo problema tuvo que solventar J. S. Bach a millas de distancia.

En los inicios, los instrumentistas (ministriles) eran tema aparte. Como señala X. Filgueira, con buen fundamento: a comienzos del XVI -y quizás la práctica tenga tradición medieval- era el Prelado compostelano quien sostenía un conjunto instrumental que el Cabildo requería para sus fiestas. Así, bajo el tercero de los Fonsecas, en 1509, vemos en las cuentas pagos a los ‘ministriles’ y a los trompetas y atabaleros del Arzobispado.

Del ámbito civil pasaron al templo, donde se les exigía estar en silencio, no tocar canciones profanas, asistir a los ensayos en los lugares indicados, cumplir sus obligaciones y que uno de ellos enseñara a los más jóvenes, sin cobrar nada a cambio. Además, se les impusieron normas para cuando fueran en procesión, un quehacer diario.

De lo que se hacía dentro de la basílica abundan datos. Las solemnidades del tiempo litúrgico llegaban a la veintena; a ellas se sumaban otro medio centenar, entre las de Santiago y demás apóstoles y las de un sinfín de santos y mártires, cuyas reliquias fueron llegando a Compostela.

Del procesionar fuera de la catedral, no hay muchas noticias, siendo incluso escuetas las existentes, lo que quizás se deba a que no era reseñable recoger algo tan cotidiano.

En el s. XVIII, manteniendo igual decoro en vestimenta, orden y silencio, la capilla musical, con chirimías y bajones, acudía al Corpus de las parroquias de S. Fiz, S. Miguel, Sta. María Salomé, Sta. María del Camino, Sta. Susana, S. Fructuoso, S. Benito del Campo, S. Andrés y Ntra. Sra. de La Corticela; y también, por igual motivo, al Hospital Real, convento de S. Agustín y monasterio de S. Martín Pinario. No faltaban a las Novenas de Sta. Bárbara y S. Juan Nepomuceno en Sta. María del Camino, Ntra. Sra. del Carmen en los conventos de la Enseñanza y de las Carmelitas, a las fiestas de la Virgen del Portal de las Dominicas, etc. Incluso eran requeridos para la toma de profesión de religiosas -emparentadas con miembros del cabildo- o para suplir a las monjas de la Enseñanza, en atención a hallarse enfermas las cantoras (1789).

Un intenso ajetreo con la fastuosidad de entonces (en liturgia, música y ornamento) para gozo de una ciudad pródiga en actos religiosos y devociones populares.

Todo esto puede parecer excesivo, lejano y ajeno, por lo que no sobra una reflexión de alguien que, con admiración y profundidad, estudió tantas ceremonias. Consciente de que hoy “contrastan con los criterios modernos de sencillez, igualdad, falta de protocolo, etc.”, añade que “pretender juzgar los hechos y criterios de otras épocas por lo que hoy hacemos sería tergiversar gravemente la historia y la naturaleza misma de los hechos” (P. López Calo, 1997). Se refiere a las formas, pero es aplicable al fondo.

¿Semana Santa sin procesiones en las calles? Son patrimonio de la Iglesia, ayudan a fieles y devotos y conmocionan a extraños. Pero se puede procesionar de continuo.

Más que el ornamento, importa el acontecimiento, el hecho: la fe hecha carne y sangre. Esto, ni se puede adulterar, ni obviar. Menos aún encubrir entre estandartes, capirotes y flores.

03 mar 2021 / 00:57
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