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¿Es que nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando?

    ¿CÓMO ES POSIBLE QUE FALLARAN tantos controles, no solo controles de legalidad, sino también internos, propios de la Judicatura? ¿Es que nadie se daba cuenta de lo que estaba pasando?

    El Consejo General del Poder Judicial, en especial la Comisión Permanente, el Promotor de la Acción Disciplinaria, tienen una gravísima responsabilidad en lo sucedido en el Juzgado de Instrucción n° 1 de Lugo. Mientras presuntamente se vulneraban derechos fundamentales y se promovían decenas de diligencias sin aparente control, muchos simplemente miraban hacia otro lado. ¿Por qué? No había nadie que fuese consciente de que privar del bien más preciado que tiene un hombre no puede hacerse sin una extrema justificación. Privar de libertad sin condena alguna es una medida extraordinaria que, en ocasiones, adoptan jueces de instrucción sin que sobre ella se fijen medidas de control efectivo. ¿No es este, además de un problema jurídico, un serio problema ético?

    Recientemente hemos tenido conocimiento de que a la juez Pilar de Lara se le ha impuesto una sanción de siete meses de suspensión, además de la perdida del destino. Esta sanción está hecha muy a la española, tarde, mal y a rastras, solo para salvar a los que consintieron esta situación. Es algo muy propio de la España de siempre, sancionar in extremis no para corregir, sino para demostrar que se ha cumplido con la obligación que uno tenía encomendada; sancionar de cara a la galería y para quedar bien, para tapar la falta de control previo, para hacer creer que me he preocupado de la situación (que de facto consintió).

    Y SI ES POSIBLE, ADEMÁS, SOBREACTUANDO, que es lo propio en estos casos. No es tanto una sanción a De Lara, cuanto un salvavidas para la eventual responsabilidad, de los que tuvieron que adoptar medidas a su debido tiempo. Cuántos disgustos nos hubiéramos ahorrado todos, incluida la juez De Lara, si se hubiese re- accionado a tiempo, si cada uno hubiera, simplemente, cumplido con su misión.

    Claro que la enfermedad es muy profunda y muy seria, casi terminal. ¿Puede entender alguien que una juez haga de pitonisa a la vista de todo el mundo, se burle de la Judicatura y el Consejo no adopte ninguna medida disciplinaria? Supongo que el Consejo pudo entender que la citada jueza había ido mejorando porque afortunadamente ya no hacía de striper y ahora solo se dedicaba al alegre deporte de embaucar a incautos; al fin y al cabo, qué más da que se haya presentado a concursar en programas basura para buscar un yogurín porque, según ella, tiene una edad que no representa.

    ¿Es todo esto un desdoro para la Judicatura? Al parecer, no. Claro que al final acaba concediendo indultos parciales y entonces, rasgándose las vestiduras, el Consejo interviene. No, no, no..., falso. Hipócritamente falso.

    ¿Es qué no ha visto el Consejo a jueces escribiendo novelas sobre los casos que instruyen? ¿Y qué ha sucedido? Nada de nada. Un cambio de destino discretamente ejecutado y a otra cosa. ¿Es que tiene que haber otro caso Bardellino para que el Consejo actúe y se dé cuenta que la formación humana, ética y moral de muchos de nuestros jueces es manifiestamente mejorable?

    Desgraciadamente el caso de la juez De Lara vuelve a poner el dedo en la llaga de una Judicatura que hace tiempo que aparece desnortada, sin claros referentes éticos, perdida ya la figura del juez discreto y alejado de los focos mediáticos se prima la figura del dicharachero, del locuaz, del juez socialité que contenta a todo el mundo pero sin decidir seriamente sobre nada. Vana superficialidad. De Lara y los otros (tantos otros) han sido víctimas de una enfermedad de la Judicatura de nuestro tiempo, terrible, el miedo a no quedar bien. Una enfermedad que atenaza y destruye la conciencia y los deja inanes ante cualquier avalancha mediática. Y una desgracia, lleva a otra.

    En definitiva, los órganos de control de la Judicatura han fallado estrepitosamente, pero no por falta de conocimiento de la situación, sino por confundir el necesario respeto a la actividad imparcial del juez, que no puede ser perturbado en su actuación, con un inconcebible abandono de las más elementales normas que impone la vigilancia de toda actividad humana, cuando esta ha dejado de ser natural y ordenada y se ha transformado en vanidad y caos.

    29 abr 2020 / 23:43
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