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Virgilio Moure Rey, histórico profesor de Peleteiro que tiene cien años // Se declara seguidor del Obradoiro y el Celta, es buen conversador y fue un docente muy querido por sus alumnos, quienes hace cinco años le tributaron un emotivo homenaje TEXTO Manolo Fraga

“Estudiaba mucho las clases que daba. Latín era la que más barata me salía”

Cien años contemplan su vida con muy buena salud y mejor cabeza. Ha recibido decenas de correos electrónicos felicitándole el redondo aniversario, misivas que le llegan de sus antiguos alumnos, amigos y vecinos; algo que le sorprende y alegra. Virgilio Moure Rey nació en Sar en 1923, tiene cuatro hijas –docentes de secundaria– y un hijo –músico– y está viudo. “Vivo solo por decisión propia, aunque siempre como con alguno de mis hijos. Me acuesto tarde, así que no madrugo, pero la siesta en esta casa es sagrada. Si hace bueno doy un paseo por el barrio (Pontepedriña), también leo el periódico, y soy un gran aficionado al Celta y al Obradoiro, cuyo entrenador –Moncho Fernández– fue alumno mío”, según explica con una perfecta vocalización.

Se le recuerda en la ciudad como profesor de Latín, aunque también impartió Lengua e Historia, principalmente en el colegio Manuel Peleteiro, centro al que entregó su vida docente durante casi cuarenta años, hasta que se jubiló en 1988. “Yo disfrutaba mucho haciendo lo que tenía que hacer. Eso sí, preparaba y estudiaba mucho las clases que daba. Latín era la asignatura que me salía más barata, la que menos tenía que preparar”, indica el histórico profesor que había sido seminarista entre los once y veintiún años, un período en el que también fue acólito en la catedral, su “segunda casa”, añade. El dictador Franco visitó el templo tres veces en el tiempo en que estuvo él –señala–; la última vez fue en 1938 y un quinceañero Virgilio lo acompañó, “pegadito a él”, por los recovecos de la cripta apostólica. “En el Seminario estaba a gusto. Yo vengo de una familia muy humilde. Allí te daban de comer, estudiábamos, pero también nos dejaban jugar, al billar, al ping-pong, al fútbol; pero siempre con sotana. Tuve suerte de no ser reclutado por los nacionales cuando estalló la Guerra Civil, porque era un niño; pero los chicos de diecisiete tuvieron que ir. Aún hoy me cuesta entender por qué me marché del Seminario. Estaba solo a dos años de ordenarme sacerdote”, rememora el profesor Moure, que en aquel momento regresó a la casa familiar, donde él era el mayor de siete hermanos. Dice que, al dejar la vida religiosa, aquello fue “un calvario”, porque le convalidaron muy pocas asignaturas. Y cuenta que empezó por dar clases de Latín a los que preparaban la reválida tras finalizar siete años del bachillerato de entonces. Él mismo aprobó aquel examen y se matriculó en Magisterio, obteniendo a la postre el título de maestro.

La jubilación en Peleteiro le llegó a los 65 años y aprovechó para viajar, tras haber dedicado jornadas “eternas” a dar clase, incluso sábados y domingos en pasantías particulares, tal como advierte. “María Teresa, mi mujer, también era maestra y se jubiló. Así que fuimos a China, viajamos por toda Europa, también visitamos México, Cuba, Brasil, Argentina... Ahorrar, no ahorrábamos nada”, concluye.

Los paseos, el periódico –que acostumbra a empezar a leer por el final y en el que busca entre las esquelas aquellas personas centenarias–, la televisión –“nunca antes de las dos de la tarde”–, arreglar objetos como relojes, gafas, zapatos, y escuchar música sudamericana, tipo Los Panchos, ocupan sus días. “Soy feliz, mis hijos son mi orgullo (no tiene nietos) y voy a dedicarme a la dolce vita”, sentencia con humor este centenario al que le hicieron la primera radiografía el año pasado.

ALREDEDOR DE 8.000 ALUMNOS. Don Virgilio calcula que habrá tenido unos siete u ocho mil alumnos. Hace cinco años, más de un centenar le tributaron un homenaje de reconocimiento y agradecimiento. Y el buen maestro exclama: “¡Mi madre! Me llevé tal impresión. Pensé que yo no merecía esto, pero me gustó muchísimo”. Tito Segade, oculista santiagués y uno de los promotores de aquel evento, destaca: “Más que latín, con don Virgilio aprendimos a ser buenas personas”.

Ramón Méndez Pampín, Ángel Carracedo Álvarez, Pedro Puy Fraga, Ezequiel Méndez Vidal, Xosé Luis Bernal (Farruco), los hermanos Moralejo, futbolistas de Primera División como Matito y Pais, figuran en su extensa nómina de antiguos alumnos.

De niño, Virgilio Moure fue a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, más conocido hoy por La Inmaculada, colegio del que guarda un grato recuerdo: “Lo que aprendí allí fue para mí un ejemplo a seguir. Todo estaba muy limpio y cuidado. Al entrar en clase nos santiguábamos. Y siempre había escrita una frase, una máxima, en la pizarra; pero cada día con una letra distinta: redondilla, inglesa, gótica... Cuidaban mucho la ortografía”. Don Virgilio, orgullo santiagués.

16 ene 2023 / 01:00
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