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|| leña al mono, que es de goma ||

Hasta los camiones han perdido encanto

DICEN QUE AHORA nadie quiere ser camionero y que quienes se interesan por dicha profesión no es porque les guste, sino porque saben que encontrarán un curro seguro tanto en Galicia, donde hacen falta dos mil conductores más, como en el resto de España. Y no hablemos ya del Reino Unido, donde andan desesperados a la caza de profesionales del volante tras la fuga masiva de currantes extranjeros que se produjo con la llegada del Brexit. Que se joroben y que paguen sueldos decentes a quienes se dejan la piel detrás de un parabrisas.

La escasez de camioneros es alarmante en un país donde las cifras del paro juvenil meten miedo, con casi un 40% de veinteañeros y treintañeros sin saber qué hacer con sus vidas, y con las oficinas de desempleo llenas a reventar de personas de todas la edades. ¿Alguien entiende algo? ¿No podría la Xunta o el Gobierno poner en marcha un plan para ayudar a sacar el carné de vehículos pesados a todos cuantos estuviesen interesados en ganarse la vida en la carretera?

Hace unos días, EL CORREO hizo una entrevista a una veterana pareja de Santiago, Rosalía Seoane y Pepe Sánchez, que lleva una porrada de años recorriendo Europa a bordo de un tráiler de 17 metros de largo. Tanto ella como él confesaban que se trata de una vida dura, que hay que pasar muchos días lejos de casa y que los gastos en combustible, peajes y la leche en verso dejan muy pocas alegrías en el bolsillo, pero a pesar de todo se sienten orgullosos de su trabajo, de ser útiles a la sociedad y de no depender de nadie. Son autónomos en todos los sentidos de la palabra.

Es verdad que algunos tenemos idealizadas ciertas profesiones que de ideales seguramente no tienen nada, pero a veces no podemos evitar sentir cierta envidia de quienes cogen carretera y manta a bordo de un bicho que engulle cuarenta litros de gasóil cada cien kilómetros. Probablemente el entusiasmo se nos pasaría 500 kilómetros más allá y al día siguiente nos acordaríamos de todos los santos al comprobar lo rutinario que resulta pasar diez o más horas al día detrás de un volante, tomando café a todas horas para no quedarte frito y durmiendo en el propio vehículo bajo las tristes farolas de cualquier polígono industrial, tan distantes siempre del calor y la lírica.

Es como lo de ser farero. Todo suena -sonaba antes de que se automatizaran- muy romántico visto desde una oficina confortable, pero luego hay que verse rumiando soledades y largas rutinas con la única compañía de los peajes de las autopista o el graznido de las gaviotas.

Pese a todo, permitidnos a algunos seguir soñando con conducir un trailer gigantesco por la Ruta 66 y sentirnos como Kris Kristoferson en la película Convoy, dirigida por el enorme Sam Peckimpack. Aquel filme fue rodado en 1978, pero nuestra pasión por los grandes camiones se remonta aún más en el tiempo. En mi caso a cuando, siendo un crío, viajaba con mi familia entre Galicia y Madrid a bordo de un vetusto Simca 1000 de color beige por unas carreteras tan viradas como hermosas, al menos hasta llegar a Benavente, que es cuando sentías, ya anocheciendo, que la aventura había llegado casi a su fin. A partir de ahí solo quedaba por delante una aburrida recta de doscientos y pico kilómetros. Antes de llegar a esa zona fronteriza, mi padre y yo nos entreteníamos contando los camiones que ponían el intermitente de la derecha para avisar a los que venían detrás que contaban con margen suficiente para adelantarlos en los tramos de visión muy reducida. Era algo que hacían casi todos los camioneros de aquella, por lo general tipos muy amables que también solían echarse a la cuneta si veían a algún conductor en apuros.

En aquellos viajes lo normal era también ir fijándose en los restaurantes donde había aparcados muchos camiones. “Chaval, vamos a tomar un bocadillo aquí. Si hay camioneros es que la comida será buena y barata”. La fórmula nunca fallaba, y allí nos zampábamos, a pie de pista, unos bocatas de chorizo frito que hoy jamás figurarían en las gilipollescas guías de gastronomía sana, responsable y sostenible que publican los responsables ministeriales de la izquierda exquisita.

Antes, es verdad, los viajes se hacían muy largos y a veces tediosos. También eran más peligrosos, porque tanto las carreteras como los coches eran mucho peores. Sin embargo, tenían un encanto imposible de encontrar en la actualidad al transitar por unas autovías en las que la gente solo para cinco minutos en insulsas estaciones de servicio para cargar gasufla y comer un sandwich de máquina.

En mi próxima vida, si me necesitáis para algo, buscadme en alguna recta interminable entre Chicago y California. Llevaré muchas cervezas en la nevera del camión, escucharé a Keith Carradine camino de Nashville, iré haciendo altos en todos los clubes de música country, dormiré en moteles solitarios atendidos por recepcionistas psicópatas y no descarto ingresar en alguna hermandad de ángeles del infierno mientras un hortera Elvis Presley de pega canta Hound Dog inundado de lentejuelas. Si tienen un plan más atractivo, vayan avisando.

06 dic 2021 / 01:00
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