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Hombre sabio y memoria viva

    Cuando ayer me llamaron para decirme que se había muerto de repente el doctor Carro de inmediato me invadió una profunda tristeza. Había charlado con él este mismo miércoles. Me telefoneó a media mañana para hablarme de un nuevo trabajo que le gustaría publicar en EL CORREO. “Querido Arturo: estoy hasta emocionado, porque acabo de encontrar un diploma de 1855 relacionado con la epidemia del cólera morbo asiático que es acojonante”, me dijo con gran efusividad. Le respondí que, como siempre, tenía las páginas de esta cabecera a su disposición y que me enviara los textos e imágenes, como así fue, para editar el artículo, hoy póstumo. Lo cierto es que desde que nos conocimos siempre admiré al doctor Carro por su gran dedicación al trabajo, y sobre todo por su sabiduría. Era un hombre sabio. Aquí, los compañeros de Local de EL CORREO le debemos mucho, porque él era memoria viva de Compostela y cada vez que necesitábamos adentrarnos en la historia de la ciudad sabíamos que él tendría respuesta y, si no, la buscaría en la valiosísima biblioteca que heredó de su recordado tío, y que el profesor fue enriqueciendo con el paso de los años.

    “Yo estoy siempre a vuestra entera disposición, ya lo sabéis”, afirmaba al final de cada conversación. En la última me comentó que se estaba recuperando de los efectos secundarios leves que le había producido la vacuna y que tenía ganas de ponerse ya a escribir. “Creo que podré cumplir con lo de Padrón”, señaló también en relación a una colaboración que iba a realizar en un pequeño libro que se va a editar en mi pueblo. A mí siempre me decía: “Debes estar muy orgulloso de pertenecer a Iria Flavia, la sede madre”. Gracias por todo, doctor.

    24 abr 2021 / 01:00
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