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historia. Gentalha do Pichel acoge el viernes la proyección de un cortometraje en honor a Alonso Cortada, el peregrino cántabro que pasó su última década de vida en las calles de Santiago TEXTO V.Álvarez

Homenaje al último hombre ‘de piedra’ de Compostela

Nuk López presentará este viernes a las 21.30, en Gentalha do Pichel (rúa de Santa Clara 21), el cortometraje O home de pedra, que trata la exclusión social en la ciudad de Santiago a través de un homenaje a Alonso Cortada, un peregrino conocido por el nombre que lleva la película, fallecido en el 2020.

“Alonso nos dejó, llegó de peregrino y ahora está peregrinando a un mundo mejor, sin dolor, sin preocupaciones y en paz”. Son palabras de Chus Iglesias, exdueña del restaurante Paluso, en recuerdo de Alonso Cortada, el cántabro que un día se enamoró de Compostela, donde falleció hace dos años. “Se fue como era él, discreto, educado, dulce, tímido y sin hacer ruido”, comentaban sus amigos, antes de indicar que “hace diez o doce años peregrinó a Santiago con dos credenciales, una a su nombre y otra a la de su adorada princesa, La Rubia, su perrita, a la que encontró por el camino haciéndose para siempre compañeros de vida. Llegaron juntos, se enamoró de Santiago y se quedó”. Chus lo conocía cuando aún dormía en la dársena de Xoán XXIII y veía que la única preocupación de Alonso era La Rubia, que ella no pasara frío. Vera, otra amiga, lo conoció cuando ya había encontrado su piedra en Casas Reais, sentado, haciendo sus sudokus y con su vieira de peregrino en el suelo esperando que algún paseante dejase alguna moneda.

Vera al igual que Chus, Eva, Chema del Avoa, Nuk y algunas otras personas, mantenían con él largas conversaciones que les aportaban “un gran enriquecimiento” para todos ellos y “poco a poco Alonso se hacía querer”. Nuk incluso le hizo este hermoso reportaje que, tras una larga espera, verá la luz. Chema compartía con él el bote de monedas que sus clientes dejaban para los cafés de su personal porque el Hombre de Piedra “bebía cafés y cerveza sin alcohol”.

Alonso Cortada en sus últimos años de vida estaba tranquilo en un piso con dos compañeros y sin más problemas. Con ayuda de esas monedas que los paseantes le aportaban pagaba la luz y el agua, pues su pequeña pensión solo le alcanzaba para su parte de alquiler. Se le vino el mundo encima cuando empieza a entrar y salir del hospital. Le dicen que tienen que ponerlo en lista de espera para un trasplante de hígado.

Cada vez que la piedra de Alonso estaba vacía los vecinos de su entorno se preocupaban y se preguntaban unos a otros, ¿dónde está? Echaban de menos su cartón, donde se sentaba con su perrita.

Cuando regresaba, todos se alegraban al verlo, era parte de aquella calle. La primera semana de marzo de 2020, antes de declararse el estado de alarma, Alonso fue ingresado en el Hospital Provincial de Conxo. Su estado era preocupante, su salud empeoraba y, paradojas de la vida, no falleció por su enfermedad ni tampoco por el coronavirus, sino por otras complicaciones.

Alonso no se preocupaba por su salud, sino “por su princesa, a la que quería más que a su vida”. Chus y Vera lo tranquilizaban. Esta última es la madrina de Rubia, de siempre la llevaba al veterinario para sus vacunas, su comida, etc. Le tranquiliza saber que ella estaría cuidada. En varias ocasiones le llevaron a su Rubia al hospital, la última vez dos días antes de irse, pero ya estaba cansado, muy cansado y sentado en una silla de ruedas. Ya no podía con ella.

El último día sobre las ocho de la tarde Vera y Chus sujetaban su mano, le dijeron que era una persona muy querida; y Alonso dijo: “Lo sé”; y preguntó: “¿Cuántos días dormiré?”. Porque él no sabía que era para siempre. Vera contestó: “Dormirás las necesarias para que al despertar estés bien y sin dolor”, a lo que él volvía a preguntar: “¿Cuándo volveré a veros?”. “Alonso, la vida es muy corta, nos volveremos a ver pronto”, le decía Chus. “Ahora piensa en algo bonito, hermoso, algo que te gustaría hacer, algún sitio en donde te gustaría estar”, añadía. ¿Su respuesta? “Una paella”. Vera y Alonso echaron unas carcajadas que contagiaron a su vecino de cama y tras esto se quedó dormido.

Aunque Vera y Chus estaban a su lado en la habitación, con él estaban Eva, Chema, Nuk y tantos amigos que pensaban en él en ese momento. Como era creyente, se fue con la extremaunción, llevando y dejando mucho amor. Sus amigos no soportaban pensar en que iba a ser enterrado en una fosa común, que no pudiera descansar en su querido pueblo de Maliaño junto a la bahía de Santander. Entonces decidieron que la única solución era incinerarlo. Lo acompañaron al tanatorio y recogieron sus cenizas a la espera de poder hacer aquí el funeral que se merece cualquier cristiano, para luego llevarlas a la tierra en donde quería reposar. Allí estará, para siempre, en un columbario que el párroco José Antonio Obregón, de la parroquia de San Juan Bautista, tenía preparado para él.

09 feb 2022 / 01:00
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