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Honrar difuntos, confortar mortales

    Noviembre es el mes de los difuntos. En Galicia se les honra de una manera que, según dicen, es especial, algo que lejos de ser peyorativo debe enorgullecernos, pues nada más grande que manifestar respeto y veneración por quienes nos han precedido.

    Más allá de flores y rezos o del hermético silencio, la música, lenguaje inefable, expresa o evoca lo que no se puede decir con palabras, ha sido y es un vehículo idóneo para acompañar o rememorar tan doloroso trance. El silencio no se recoge en signos: simplemente se mide en el tiempo. La música –que es silencio y melodía a la vez– sí que, en su gran mayoría, queda impresa no solo en la mente sino incluso en partituras que trascienden de una época a otra. Muchas nacen expresamente para un sepelio concreto –sea eclesiástico o civil– y se vuelven a interpretar una y otra vez porque, paradójicamente, ellas sí que son perennes e inmortales. ¿Quién no conoce, aun de oídas, el Requiem de Mozart, por citar un clásico, o no ha visto a Elton John en el funeral de Lady Di, poniéndonos en un escenario más actual?

    En la historia de la música clásica occidental (esa que muchos consideran ‘culta’ para diferenciarla de la ‘popular’) este tipo de repertorio comenzó a incrementarse desde el renacimiento. Son notablemente conocidas las obras de Morales, Guerrero y T. L. de Victoria. Incluso en pleno s. XX fueron un referente por su expresividad, su equilibrio y el sereno aliento que transmiten. La estética del barroco condujo a una música más grandilocuente, con múltiples coros e instrumentos, hasta llegar a un punto en el que la separación entre lo sacro y lo profano (entre una misa y una ópera, por ejemplo) apenas había diferencias, salvo en el texto.

    Paralelamente, y por lo que respeta a España, en catedrales y colegiatas (factorías de esa música “culta”) escribir para las exequias dejó se ser cuestión de libre albedrío para convertirse en una obligación, de modo que cada templo debía tener su propio repertorio de difuntos y era de riguroso cumplimiento interpretarlo en los funerales de prelados, canónigos, capitulares y en algún otro momento relevante.

    En el ámbito gallego, la obra más emblemática es el Requiem de Melchor López, de 1799. A muchos este nombre no les dirá nada y, cierta, aunque injustamente Spain is different! no ha trascendido fronteras como un Haydn o un Mozart, coetáneos a los que hace continuos guiños en este Requiem y en otras obras.

    ¿Qué tiene de relevante esta composición? Refleja el sentido religioso de su artífice (canónigo de la catedral) y posee una acertada adaptación de la melodía al texto. Su lema Beati mortui qui in Domino moriuntur (Ap14, 13) es toda una declaración de intenciones: “Dichosos los muertos que mueren en el Señor”. Además, esta pieza rezuma serenidad, incluso en la parte menos sosegada como el Dies irae. Tanto es así que Santiago Tafall, que llegó a prohibir su ejecución en la catedral movido por las reformas litúrgicas de fines del s.XIX, manifestó que esta misa era una obra “culminante”, con “trozos verdaderamente magistrales”, “sentidísimos”. Y esa debió ser también la impresión de otros muchos, ya que se interpretó en el templo compostelano durante todo el S. XIX y parte del s.XX, llegando a ejecutarse en catedrales como la de Tui, Mondoñedo o Astorga. Buena ocasión sería volver a reinterpretarlo, tal y como fue concebido: como ‘Misa Solemne de Difuntos’, en un contexto litúrgico.

    Más difícil sería montar otra obra que, sin ser un réquiem tiene tintes de despedida: la Missa solemnis de Beethoven (de 1823), pieza realmente compleja por lo excepcional de su lenguaje orquestal y vocal. Si la de M. López transmite calma y mesura, la de Beethoven, aunque impregnada de tradiciones musicales y litúrgicas, es profunda y emocional pero totalmente sui generis... Un testamento musical (murió convencido de que era su mejor obra) y una declaración de fe pero, a la vez, de constante duda, felizmente despejada en su Novena sinfonía.

    Aparentemente distante del repertorio sacro compostelano, esta misa beethoveniana, tiene un curioso vínculo con el mundo jacobeo, pues consta que fue regalada por unos peregrinos alemanes al arzobispo Miguel Payá y Rico a finales del s. XIX y, no hace mucho, se interpretó en el Auditorio de Galicia como parte de su programación de conciertos.

    Soñemos... ¿Cómo sonaría esa “catedral sonora de Beethoven” –como la califican algunos– dentro de nuestra catedral compostelana? Todavía hoy esta misa no dejaría indiferente a nadie pues Beethoven no la compuso para un grupo de fieles: él pensaba en toda la humanidad.

    Cierto que los sueños, sueños son, pero nadie nos impide soñar...

    30 oct 2020 / 00:00
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