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Indigestión de brócoli hervido

{cuando fui juez de paz}

Atolondrado sobrino, lamento mucho no haber podido asistir a la fiesta anual que los abogados de Santiago celebraron con motivo del día de su patrón, San Raimundo de Peñafort, pero ya he encargado a mi asistente personal, O´Leary, que mande un telegrama de felicitación al decano del Colegio compostelano, don Francisco Rabuñal, por el éxito de la gala. Aunque yo carezco del título de jurista, hace ya muchos años ejercí como juez de paz en un pequeño pueblo castellano en el que me retiré durante una temporada con la intención de dedicarme a la vida contemplativa y alcanzar la perfección, por lo que algo sí sé de leyes. Aquella etapa no acabó del todo bien, Damián, porque no tengo espíritu de asceta y me dediqué más bien a disfrutar de los placeres gastronómicos del mundo rural. Tampoco logré concluir con éxito ninguna de las conciliaciones que acometí, como mediador, sobre disputas vecinales, pero aún así mis antiguos convecinos me recuerdan con afecto por las muchas comilonas campestres a las que les invité en la bella villa que tenía alquilada. A las fiesta de los abogados no pude ir porque sufrí un molesto sarpullido cutáneo de color verdoso a causa, seguramente, de engullir tanto brócoli hervido, que es lo único que como desde hace semanas para ver si pierdo algo de peso, de momento sin grandes resultados. Ya te iré narrando mis avances, si los hay, al respecto.

{letrados con solera}

Volviendo a la citada gala de letrados, en las fotografías publicadas por este nuestro periódico vi a muchos juristas con los que departo a menudo en las calles, parques y restaurantes. Es el caso de don Jesús Maroño, que recibió un homenaje por llevar más de sesenta años al pie del cañón de su bufete, o de don Ángel Pantín, al que conocí cuando se estableció, hace ya más de treinta años, en Santiago. De aquella era un jovencísimo juez que ya apuntaba alto, y así fue, porque llegó muy pronto a la presidencia de la sección sexta de la Audiencia Provincial en Compostela. Eso era lo que esperaba mi padre de mí, que llegase a ser el máximo responsable de un tribunal importante, pero ya sabes que los nobles de cuna preferimos vivir de rentas e ir de caza. Aunque solo cacemos resfriados.

{banquete de conxo}

También vi en nuestro periódico varias fotos del llamado Banquete de Conxo, de cuya recreación lo único que me gusta es la vestimenta de los que acuden a este festejo conmemorativo. Todavía no he tenido tiempo para felicitar a nuestro señor alcalde, don José Sánchez, por los vistosos ropajes que eligió para esta ocasión, aunque el pantalón parecía el de un bandolero venido a más, así como por la destreza que demostró al servir al vulgo los placeres gastronómicos que desfilaron por las mesas dispuestas bajo los árboles del popular barrio compostelano. Yo no hubiese desentonado gran cosa en dicha fiesta, porque como sabes mi forma de vestir se asemeja mucho a la que era tradicional entre la clase pudiente de aquella época, pero no acudí por temor a que me obligasen a desempeñar el papel de sirviente en un ambiente transgresor que no es de mi agrado. A buen seguro desconoces la historia de aquel acontecimiento ocurrido en 1856, así que te ilustraré informándote de que fue una comilona campestre en la que las tareas habituales de las distintas clases sociales se invirtieron en señal de confraternización con los parias. De esa forma, obreros, artesanos, estudiantes e intelectuales compartieron mesa y mantel como si fuesen amiguetes de toda la vida y fueron los más solventes quienes se encargaron de atender a los humildes. No sé, yo prefiero ser servido a servir. ¿Será porque tengo sangre azul?

{socialismo de boquilla}

Afirman ciertos historiadores, sobrino, que aquel banquete fue una especie de experimento precursor del socialismo, pero a mí no me convence esa teoría. De hecho, ya ves cómo son los socialistas de ahora. De momento yo no he visto que don Pedro Sánchez, tan dado a coger el Falcon, se dedique a servir sopicaldos por los albergues de indigentes, y si descendemos un poco en el escalafón de partido, tampoco creo que doña Nadia Calviño y doña Yolanda Vázquez inviertan sus ratos de ocio en echar una mano en los centros de beneficiencia. En realidad, ninguno de nuestros políticos, sean del partido que sean, parecen tener mucha sensibilidad con los menos favorecidos de la sociedad. Antes, al menos disimulaban e iban de vez en cuando a visitar cocinas económicas, albergues sociales y hasta cárceles. En la actualidad, cada vez cuesta más verlos en actividades de este tipo, aunque por fortuna nuestro arzobispo, monseñor Julián Barrio, sí mantiene la tradición de ir a saludar a los internos de varias prisiones cuando llega la Navidad. Socialismo... menudo invento.

{fatiga intelectual}

Cambiando de tercio, Damián, estoy sopesando la posibilidad de presentarme como voluntario al interesante proyecto científico que ha puesto en marcha el Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago con el objetivo de analizar por qué hay personas muy ancianas que no tienen síntomas de sufrir fatiga intelectual y tampoco padecen enfermedades neurodegenerativas, lacra que cada vez afecta a un porcentaje mayor de la población. Yo no sé cómo estoy, pero lo cierto es que antes era capaz de escribir cuatro o cinco manifiestos al día, todos ellos vibrantes y brillantes, y ahora cada vez me cuesta más llenar un folio en blanco con la pluma de ganso que heredé de mi tía abuela Enriqueta, marquesa de Durundi, que imitaba con bastante mala fortuna las novelas policiacas de Agatha Christie. Al frente del estudio que te comentaba figuran especialistas tan conocidos como la doctora Virginia Pubul, el doctor José María Prieto o el profesor Pablo Aguiar , así que a buen seguro los resultados serán muy interesantes y útiles. Te dejo, altas responsabilidades diplomáticas requieren mi atención urgente.

04 jul 2022 / 00:00
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