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|| leña al mono, que es de goma ||

Indigesto revuelto de chefs y reguetón

POR FORTUNA, parece que ya planea por el ambiente un cierto hartazgo general en torno a los programas televisivos que se dedican a descubrir a nuevos talentos musicales. No es de extrañar, porque el empacho de espacios de esa índole fue de tal calibre en los últimos tiempos que algunos solo sentimos ganas de potar en cuanto vemos aparecer en la pantalla a cualquier niño o joven cantor deseoso de convertirse en una estrella de la música pseudoflamenca, al estilo Rosalía, o del infumable trap, que al parecer son los géneros que más pegan en la actualidad.

De hecho, ya casi resulta imposible entrar en una galería comercial, un hipermercado o similar y no tener que tragarte a la fuerza, a través de unos altavoces que siempre están demasiado altos, un odioso menú de reguetones y de pachangas poligoneras trufadas de agobiantes percusiones. ¿De verdad esa es la música ambiente ideal para comprar cuarto y mitad de pollo o unos zapatos de goretex? Por favoorrrr.

No es el que el panorama actual, tras el bajón experimentado por programas al estilo Operación triunfo, La voz o Got Talent, esté mejor, porque de un tiempo a esta parte a los productores televisivos les ha dado por machacarnos con todo tipo de espacios protagonizados por pesados aprendices de chef guiados por maestros a los que les encanta quedar de tipos duros e implacables, pero al menos resulta más agradable tragarse un cocido desestructurado o cualquier gilipollez similar que escuchar a émulos de Ozuna o de Bad Bunny dando la vara sin cesar .

En los pasados días invernales de lluvia y virus, algunos frikis dedicamos muchas horas a ver, por enésima a vez, vídeos de actuaciones en directo de bandas como Pink Floyd, Supertramp, Led Zeppelin o los Rolling. Y hemos llegado de nuevo a la conclusión de que si un grupo de ese calado se presentase ahora a las pruebas de admisión de los programillas antes citados, sería expulsado de inmediato del plató por parte de unos jurados que suelen dar grima.

A fin de cuentas, ¿qué discográfica querría contratar a unos tipos que no son guaperas, que no bailan haciendo temblar el culo, que no hacen gestos de brother, que van con los calzoncillos metidos por dentro de los pantalones y que no llevan la visera de la gorra puesta patrás? ¿Qué tarao escucharía a unos flipaos, en el caso de Pink Floyd, que tocan como si estuviesen sumergidos en el cosmos y observando la Tierra desde millones de kilómetros de distancia? ¿Cómo explicar que ellos fueron los primeros en viajar más allá de la Luna, quizá a bordo de un canuto gigantesco, para componer genialidades tan inmensas como Shine on your crazy diamond o Comfortable Numb?

En todo esto meditamos mientras David Gilmour acaricia su Stratocaster, en su retorno a Pompeya, con la elegancia de un dios caído del espacio, pero el placer dura poco. Alguien nos manda hacer un recado en la tienda de la esquina y nada más entrar nos sacude las neuronas el último éxito de algún triunfito de marras. Luego, mientras esperamos a pagar con las gafas empeñadas por culpa de la mascarilla y las manos pegadas a los guantes de plástico, suena el cansino tra-trá de Rosalía, al parecer una genia. Malamente se puede aguantar tanto sufrimiento, así que salimos despavoridos de allí no sin antes resbalar en el charco de gel hidroalcohólico que algún patoso ha derramado en la entrada.

Magullados y deprimidos, paramos para coger aire delante del escaparate de Estudio 54, seguramente la mejor tienda de guitarras de España y la decorada con más elegancia. Dentro, a través de una pantalla de televisión, suena un grupo cuya cantante bien pudiera ser la hija de cualquiera de las folkies de voz dulce que tan felices nos hicieron antes de que el perreo lo inundara todo. Allí nos quedamos un buen rato, disfrutando de un poco de paz, y ponemos de nuevo rumbo a hacer otro recado. Por fortuna, de camino nos pilla una de las pocas librerías que sobreviven en la ciudad y a través de la cristalera vemos que exhiben el libro que acaba de publicar el historiador Alfonso Espiño sobre los grupos compostelanos de pop y rock que surgieron en Santiago en los tiempos de Dylan, Los Rolling y los propios Pink Floyd.

Entramos, lo hojeamos y contemplamos una cuidada selección de fotos de jóvenes vestidos y peinados al estilo de los Beatles antes de que se volvieran hippies o de los mod que inundaban Carnaby Street al inicio de los 60´s. Es una obra tan documentada y bien editada que conseguimos olvidar el mal trago vivido al salir de casa.

Pese a todo, no deberíamos engañarnos. La próxima compra de un albornoz, una lata de atún o una sartén será, seguro, a golpe de hip hop mezclado con dancehall y mucho perreo. Y así no hay forma de dejar los opiáceos para poder soportarlo.

Pablo Hasél y los rompelunas: ¿qué bazofia de progresismo nos quieren colar algunos?

La sentencia de cárcel contra un malísimo rapero llamado Pablo Hasél, especialista en ciscarse en las víctimas del terrorismo y en exhibir su carácter bravucón contra los políticos y periodistas que no son de su cuerda, ha servido de excusa a cientos de jóvenes para convertir Barcelona en un plató real de lucha callejera. Y para brear a pedradas a policías que solo cumplen con su trabajo en medio de la insolidaridad ¿progresista? ¿Qué porquería de progresismo es ese? Decenas de escaparates quedaron destrozados, centenares de contenedores fueron quemados e innumerables tiendas regentadas por gente trabajadora sufrieron el asalto de unos encapuchados que dicen defender la libertad de expresión. La que encarna el tal Hasél, claro, porque habría que ver si dicha libertad la defenderían con tanto ardor si a otro supuesto artista descerebrado le diese por humillar a los muertos del bando contrario. Leo en estos días extraños un manifiesto pro Hásel apoyado por doscientos personajes de la cultura y lamento que en el mismo figuren, además de los abajo firmantes cansinos de siempre, como Almodóvar y Bardem, genios de verdad, como Serrat y Santiago Auserón, a los que tantas veces hemos visto en Compostela y mil ciudades derrochando estilo y elegancia a través de letras hermosas. Y quiero llegar a la conclusión de que apoyaron ese panfleto sin leer siquiera lo que ponía, como hacemos muchos cuando vamos al banco y nos la meten doblada entre decenas de impresos que has de firmar pese a no comprender nada. Sí, eso debió pasarles. Cualquier otra explicación no tiene sentido.

28 feb 2021 / 01:01
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