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De León a Ponferrada. Crónica peregrina de Manolo Fraga (y IV). Epifanio afirma haberse visto “desbordado” por las emociones en la simbólica cruz, la zona de mayor altitud del Camino Francés // Dos palentinos, padre e hijo, hacen la Ruta por primera vez

La Cruz de Fierro hierve de peregrinos a las siete de la mañana, cuando raya el alba

El estímulo de la última etapa hasta Ponferrada me levanta el ánimo a las 6:45, hora en que salgo de Foncebadón con un potente bocata en el morral. Por cierto, la noche anterior descarté una pizzería porque el dueño pone música ratonera a todo trapo en el jardín: inaudito hasta para sus vecinos.

En el bar del albergue El Convento, Nino sirve cafés a los madrugadores; entre ellos, Alberto, un cordial valenciano de 17 años que camina solo con la ilusión de empezar en septiembre Ingeniería Informática. El pueblo es otra empinada pendiente como Rabanal, que acaba en el albergue La Cruz de Fierro, puro mestizaje lingüístico. ¡Qué riqueza! La famosa cruz, elevada sobre un promontorio de piedras escritas y pintadas, es un hervidero de peregrinos. Vivos y muertos bailan al son del alba.

Más adelante conozco a Paco (71 años) y Javi (38), padre e hijo palentinos que iniciaron la Ruta en Sahagún de Campos. Es la tercera familia que encuentro este agosto. “Tenía muchas ganas de hacer el Camino. Por fin aquí estamos. Pero hemos hecho una etapa de más de treinta km y venía reventado. Imposible ponerme derecho. Y, por si fuera poco, llevo unas ampollas que...”, dice entre risas y lamentos el “papa”, como lo llama su hijo. Dudo de que puedan seguir hasta el final diez días más a tenor de cómo tiene los pies.

Al pasar el Centro de Interpretación Medieval, un pequeño campamento que dirige Tomás, “el último templario” -como se autodenomina él mismo-, hablo con Epifanio, un entusiasta siciliano que va cantando viejas tonadas italianas con ayuda de Spotify al aire libre. “En la Cruz de Hierro me vi desbordado por las emociones, el pasado, el presente, el futuro... Me he sentido muy feliz”, me responde con alegría. Y yo sigo mi Camino, gozoso, mientras archivo cada breve charla.

Porque insinúan grandes historias, como la de cada cual. Cumbres coronadas por molinos eólicos perfilan el telón verdoso. Se abre una oceánica visión del Bierzo y empieza un agotador descenso por una senda irregular de tierra y piedras. El primer banco, señalado y publicitado, está poco antes de El Acebo, otro pueblo jacobeo en pendiente, pero esta vez cuesta abajo. Vértigo me da solo de pensarlo como subida. La comunidad italiana y otros peregrinos se dan un festín con un almuerzo que me tienta, al tiempo que me saludan, porque ya me conocen como “el periodista” de estos días compartidos. Hay quien huye de entrevistas y fotos, pero son los menos.

Riego de Ambrós es toda una sorpresa. En la ermita de San Sebastián, Loli, 59 años y voluntaria de Astorga, sella credenciales y vende pequeñas vieiras engarzadas en una cuerda negra, a modo de colgante, por dos euros. Y compro uno para Vita, en aras de no llegar a casa de vacío. Loli me pregunta por los ruidos que hacen los peregrinos en Santiago, esa alarma exagerada que saltó a los medios nacionales. Frente a la ermita hay una fuente y, al otro lado de la calle, está sentada la venerable Dosinda, a la que naturalmente saludo. Sigo bajando y sufriendo, el camino se vuelve odioso, siento que piso todas las piedras con los pies desnudos cual nazareno, a pesar de mis botas y gruesos calcetines profesionales.

Al adelantar a un matrimonio alemán, él me ofrece una pastilla de vitamina C. Eterna se hace la llegada a Molinaseca, donde hago un avituallamiento urgente. A la entrada está la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias, donde me sella Isabel, y mi madre vuelve a mi cabeza. Tras cruzar el puente, la calle es un bullicio de bares y albergues, visitantes y peregrinos. Antes de abandonar la localidad por la fuente del Apóstol pétreo, me hago una foto con Stefania y Mauro, la joven pareja que me auxilió al final del ascenso a Foncebadón el día anterior. Un rodeo, haciendo un amplio semicírculo, te lleva a la bifurcación del Camino de Invierno.

Al reconocer el lugar, siento que mis compañeras y compañeros de Alumni me llevan en volandas hasta el castillo de Ponferrada, a los que envío el retrato de mi final. Su felicitación es inmediata, como la de mi familia, así que el que se emociona ahora es este peregrino santiagués. Como los ríos Sil y Boeza, nuestras vidas van a dar a la mar. Y en sus aguas nos besaremos.

25 sep 2022 / 21:04
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