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La desgracia de un autogol en el último minuto del partido

    TRÁFICO Soy consciente de que la metáfora podría ser más elaborada, pero a mí las obras de Concheiros me recuerdan a un partido de máxima tensión, seguido por miles de aficionados-vecinos, que se tuerce justo en el último bote de pelota. Ahí estás, en plena final de la Copa de Europa, jugando un partido más que digno con varias prórrogas y aguantando las acometidas del rival. Tienes la gloria al alcance de la mano y la cosa te está quedando casi redonda, con lo que empiezas a soñar con los laureles. Pero señores, en el último minuto, pura desgracia, te cuelas un gol en propia meta a puerta vacía. A tomar por saco todo el trabajo previo. Es la desgracia del equipo humilde ante los grandes. Lo de que el fútbol son once contra once y siempre gana Alemania, ya saben.

    Y es que las obras de Concheiros vivieron con la polémica perpetua como un partido de alta tensión y arbitraje discutido. Poco o nada gusta a todo el mundo, pero la realidad, ahora que vemos el final, es que la calle ha sufrido una transformación espectacular. Para bien. No se ha regateado en la reforma, con materiales de primer nivel. Todo tipo de instalaciones nuevas bajo tierra, piedra de la buena como si no hubiera un mañana, contenedores subterráneos, bancos... Eso sí, con farolas verbeneras de todo a cien que están ahí para repartir la luz como les viene en gana. O sea, mal. Pero nadie es perfecto y en cien años todos calvos. El caso es que todo nos encaminaba a un final de notable alto y palmadita en la espalda. Pero no, porque los políticos de Raxoi deciden que una calle espectacular de configuración semipeatonal vuelva a convertirse en autopista, con doble sentido de circulación. Excesos de velocidad incluidos, que no los van a poder evitar por mucho que sueñen despiertos. Puede que a algunos, eso seguro, les interese o beneficie ese tráfico, tienen derecho, pero más de un arquitecto debe de estar pensando que para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Se toma la decisión contraria a la que adopta media Europa, que reforma sus calles para dárselas al peatón. Ese transeúnte que, si se dan una vuelta por la rúa, ya ha tomado la calle y se ha acostumbrado a pasear incluso por la zona de la calzada, por el escaso tráfico actual, de un solo sentido de circulación. Aquí no. Se invierte una fortuna para devolverle su hábitat a los coches, no vaya a ser que alguien tenga que caminar cien metros o dar un pequeño rodeo. Justo un año antes de que Europa obligue a limitar los tráficos en el meollo de las ciudades. Y lo hace en una calle que no solo está a dos pasos de la almendra, sino que se trata de la puerta de entrada para miles de peregrinos. Sin duda es un error evidente que a alguien le tocará corregir en el futuro.

    18 may 2022 / 01:00
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