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La esposa del ladrón del ‘Códice’: “Manolo sabe muchas cosas de la Catedral e intentan que no hable”

Remedios Nieto carga contra los modales del juez Taín y su decisión de poner micrófonos en su casa: “Que los instalaran en la cama... Ya hay que ser cerdos”

“Es muy buen marido y muy buen padre”. Son palabras de Remedios Nieto, esposa de José Manuel Fernández Castiñeiras, el ladrón que se llevó el Códice Calixtino de la Catedral de Santiago el 5 de julio de 2011. Mujer discreta, de pocas palabras, costurera de profesión y alejada hasta ahora de todo lo mediático, Remedios ha hablado por primera vez ante las cámaras; y lo hizo para el documental El robo del Códice, que RTVE Play estrenó el pasado 28 de diciembre. Se trata de un repaso a la historia de un hurto que dio la vuelta al mundo y que supuso un reto para los agentes policiales más especializados, puesto que jamás en nuestro país se habían enfrentado a un escenario tan peculiar.

“Nací en Negreira, pero me vine a Santiago a ayudar a unos tíos míos. En una ocasión fui a una fiesta con una prima mía y fue allí donde conocí a Manolo. Empezamos poco a poco y echamos unos años de novios, hasta que nos casamos”, relata en la entrevista Remedios, que apunta que “luego tuvimos el niño, y siempre seguimos trabajando. Él de electricista y yo de costurera para unas fábricas de A Coruña”. Recuerda que cuando Manolo, como todo el mundo conoce al electricista y ladrón del Códice, empezó a trabajar en la Catedral, “me traía la ropa, los pantalones para subirlos, luego los llevaba y él me traía el dinero”.

La vida que ha llevado Remedios, incluso hasta el día en que la Policía entró en su casa y descubrió el botín de 1,7 millones de euros robados del santuario jacobeo y que su marido escondía, es la de una persona humilde, que nunca dejó de trabajar y que vivía ajena a lo que su esposo, un hombre huraño y de pocas palabras, también en casa, hacía en su trabajo. “No sé lo que hacía en la Catedral, no sé si ponía bombillas o lo que hacía”, asegura la mujer.

“Se levantaba y a las siete de la mañana se iba para Santiago, pero nunca contaba nada de lo que hacía”, incide, una versión en la que también coincide el hijo de ambos, Jesús Fernández Nieto. Remedios también recuerda uno de los primeros episodios por los que temió por la vida de su esposo, el primero de los ictus que marcó un antes y un después en la vida del electricista de la Catedral. “Llevaba una semana muy nervioso y estaba muy pensativo, pero como había temporadas en las que no hablaba mucho yo tampoco insistía; y luego fue cuando le dio el ictus, un día por la mañana”.

Personas de su entorno, como el exorganista de la Catedral, Joaquín Barreira, quien también fue investigado como supuesto autor del robo del Códice, señalan en el documental que aquel derrame supuso un antes y un después en la vida de Manolo. A raíz de aquello, sostiene, se convirtió en una persona más hermética y distante, que no había sido capaz de perdonar a su buen amigo José María Díaz que una vez que lo hicieron deán no estabilizara su situación laboral en la Catedral.

Tanto Manolo como José María Díaz siempre admitieron su buena y estrecha relación de amistad, que se fue desgastando en la medida en que el electricista no veía satisfechas sus demandas laborales, siendo finalmente despedido de la basílica.

Ahora lo corrobora Remedios, con una anécdota que vivió en sus propias carnes: “Un día llegó Manolo y me dijo: mira, que va a venir el deán a merendar. Ve a comprar un poco de jamón y una botella de vino. Me quedé un poco sorprendida y dije... bueno. Llegó, saludó y se metieron en el salón. Venía con una sotana negra. Y mi marido me dijo: tú vas para la costura y mientras esté él aquí no entres”, relata Nieto en el documental. Detalla que “cuando salieron, don José María me puso una mano en el hombro y me preguntó mi nombre. Le dije que me llamaba Remedios y él me respondió que era una mujer muy hacendosa”. La esposa de Castiñeiras confiesa que ella estuvo aquel día “muy cohibida, porque no sabía ni cómo tratarlo, como a mí no me tira mucho la Catedral...”

Por su parte, José María Díaz reconoce en el documental que visitó “con frecuencia” a Manolo Castiñeiras y “su mujer era muy atenta conmigo”. Asimismo, sobre el que fue su amigo y después le provocó el mayor de los daños, cuando robó el manuscrito medieval del siglo XII, además de desvalijar en decenas de ocasiones la caja fuerte de la Catedral, señala que “tenía una obsesión, porque vivía convencido de que teniendo las llaves, lo controlaba todo”. Con todos esos juegos de llaves, pese a no trabajar ya en la seo, Manolo se movía por el santuario como Perico por su casa.

A la Policía le sorprendía, sobre todo, que nunca cambiase su rutina. Salía de casa a las siete, acudía a la primera misa de la mañana en la Catedral, a las 07.30; luego entraba en el claustro por la sacristía, entraba en el baño, salía, rezaba ante la tumba de un exdeán y a continuación hacía una maniobra extraña. Se ocultaba por unos segundos en un ángulo muerto que las cámaras no captaban junto a la puerta del Archivo. Después de unos segundo abandonaba el lugar. Salía del templo, tomaba café, siembre en el mismo bar, y volvía a la misa de doce. Luego iba a comer a casa; y a la tarde regresaba a la seo, iba a misa, tomaba de nuevo café y a veces repetía eucaristía en las Clarisas.

“Yo no sabía que nos estaban investigando, solo sabía del tema lo que salía en la televisión, y nuestra vida fue en todo momento exactamente igual”, explica Remedios, al tiempo que manifiesta su rechazo a los micrófonos que la Policía, con orden del juez Taín, instaló en su domicilio. “Había en el teléfono, en el escritorio de Manolo, en la cama, que lo veo horrible, en la cocina y en la entradita. Nosotros no sabíamos que estaban allí. Por lo que hablamos, no me importa, pero que me lo pusieran en la cama... Ya hay que ser cerdos, en una palabra”, sentencia la mujer.

Rememora el registro que presenció en su casa, cuando la Policía encontró el dinero robado y el mal concepto que tiene de los modales de Taín. “Quise preguntarle algo y casi me come. No sé qué hice para que me tratara así”. También revive el trauma que supuso para ella enterarse de que su marido era el autor del robo del Códice Calixtino, así como ver a su hijo detenido y acabar los tres en prisión. “Llegamos a Teixeiro y me pusieron con las mujeres; y a ellos los mandaron a la enfermería. Algunas chicas que había allí me decían: tranquila, mujer”.

Remedios, que finalmente fue condenada a seis meses de prisión por blanqueo de capitales, y su hijo, abandonaron la prisión a los pocos días de su detención. Manolo, con una pena de diez años, se quedó, y fue trasladado a A Lama, en Pontevedra. “Iba a visitarlo siempre que podía con mi hijo, y si no en el autobús; y cuando venía de vuelta siempre había alguien que venía de ver a sus presos y que me acercaba hasta la estación. Para animarlo le contábamos cosas que pasaban fuera, pero él muy animado no estaba. Pasaba mucho tiempo en la enfermería” .

Fue en abril de 2019, como adelantó en exclusiva EL CORREO, cuando Manolo Castiñeiras sufrió un ictus en la cárcel que truncó completamente su vida. Estuvo dos meses ingresado en el hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo; y luego regresó al penal de A Lama; pero ya nunca se recuperó. Su abogada consiguió finalmente que quedase en libertad; y se retiró a su piso de Noalla, en Sanxenxo, el mismo que pagó con dinero en efectivo que había robado en la Catedral, como en su día informó también en exclusiva este diario.

“Tiene el sentido todo, pero está maliño. No habla ni camina. Va de la cama a la silla y de la silla a la cama. Pero está cuidadito con todos los medicamentos; y le doy la comidita toda trituradita para que no se atragante”, detalla Remedios. Sobre todo lo sucedido, la mujer tiene clara una cosa: “Manolo sabe mucho de la Catedral e intentan que no hable”.

04 ene 2023 / 01:00
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