La fe que conduce a la vida

LAS GENTES DEL OCCIDENTE europeo de hace algunos años, al considerarse débiles y necesitadas de ayuda, acudían a menudo a Dios, para que Él les concediera lo que ellos no podían lograr. Hoy, después de haber conseguido muchos logros en la vida, el hombre se siente autosuficiente, por lo que a menudo prescinde de Dios, al considerarlo innecesario.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana, del libro del Éxodo, cuenta el relato de la lucha de Israel contra los amalecitas. Una parte del ejército de Israel lucha en el campo de batalla, mientras que Moisés, Aarón y Jur suben al monte, para orar al Señor. Mientras rezaban, prevalecía Israel en la lucha; cuando desistían de ello, la ventaja era para Amalec. Al final se mantuvieron en la oración, e Israel venció.

El Evangelio muestra una llamada de Jesús para orar sin desanimarse. Presenta el caso de un juez poco justo, que estaba dando largas a una pobre viuda, en lugar de hacerle justicia. Sin embargo, la insistencia de la viuda en que se acordara de ella hizo que el juez injusto la escuchara. Jesús viene a decirles a ellos que, si ese juez, a pesar de ser injusto, terminó atendiendo a la viuda, ¡cuánto más hará Dios, que es justo! Cierto que Jesús se plantea lo siguiente: A este paso, cuando el Mesías vuelva glorioso, ¿encontrará fe en la tierra?

En orden a mantener la fe salvadora, San Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo que desde niño conoce la Sagrada Escritura, en la que debe permanecer, pues es transmisora de la verdadera sabiduría en Cristo Jesús. Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios, con lo cual es útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la salvación que viene de Dios. Por ello debe preocuparse él de transmitirla a tiempo y a destiempo.