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La llamada al seguimiento

    HOY, con los medios de comunicación que ya había en los últimos años, y con las redes, que tanto se prodigan en estos momentos, no hay apenas nada que permanezca en el silencio, sino que todo resulta familiar a unos y otros. En otros tiempos, cuando una persona quería que otra se asociara a su causa, no tenía más remedio que decírselo de viva voz, y esperar a que el otro sintonizara con él hasta el punto de orientar su vida hacia él. Si esto era bastante común entre conocidos, hay algo que llega al corazón del hombre, sin pronunciar palabras humanas, y es la llamada de Dios, para ser profeta, o bien para ser discípulo de su Hijo en su vida mortal, o cuando Él se encuentra de nuevo con su Padre.

    La 1ª lectura de esta tarde y del día de mañana, trata de la llamada divina a Samuel, para que fuera su profeta. Su madre, al ver que su nacimiento había sido milagroso, lo había entregado al Señor, en el santuario de Siló. Cuando se hallaba descansando en los aledaños del santuario, escuchó una voz que creyó era del sacerdote Helí. El sacerdote interpretó que venía de Dios, y le mandó responder pidiéndole a Dios que le hablara, que su siervo escucharía. Así lo hizo, y se convirtió en profeta del Señor.

    El Evangelio de hoy presenta a Juan Bautista rodeado de discípulos, cuando apareció por aquellos lugares Jesús. Al decirles Juan a dos de ellos que aquel que veían era “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, le preguntaron a Jesús dónde vivía, y permanecieron con él toda la jornada. Andrés, uno de aquellos discípulos, fue en seguida a donde su hermano Simón; y, diciéndole que habían encontrado al Mesías, le condujo hasta Jesús. Este, al verle, le anunció que, en lugar de Simón, se iba a llamar “Pedro”, para significar la roca sobre la que establecer su Iglesia.

    San Pablo alude a la interdependencia entre el Señor y nuestro cuerpo. No podemos cometer acciones prohibidas por la Ley, pues nuestros cuerpos son miembros de Cristo, y, por lo tanto, deben formar un espíritu con él. Somos templos del Espíritu Santo, que habita en nosotros. Por lo tanto, no nos pertenecemos, sino que, quien ha resucitado a Cristo, resucitará también nuestros cuerpos mortales, al ser miembros del cuerpo de Cristo.

    16 ene 2021 / 01:01
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