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La ‘morriña’ que nos hace añorar la Compostela de los años 70

    LA “MORRIÑA”, ese sentimiento tan nuestro, nos guía a la idealización de un pasado que con frecuencia no fue tan añorable como recordamos.

    Corrían los años 70 del pasado siglo en Compostela y de octubre a junio se percibía en el ambiente el bullicio estudiantil. No pocos estudiantes abrevaban a diario por el Franco y por la Algalia y otros, o a veces los mismos, corrían delante de la policía luchando en defensa de sus derechos y también de los de los otros. Eran tiempos más solidarios; aún así aquel contexto por diversas razones, algunas evidentes, no merece un exceso de nostalgia. ¡Eran tiempos!

    Aquellos (al menos 46.000) estudiantes vivían en pisos compartidos y desperdigados por toda la ciudad, algunos incluso tenían que caminar campo a través para llegar a las facultades. Y ni para la estudiantina ni para los medios de comunicación y mucho menos para el ayuntamiento suponía el problema que ahora trae consigo y que además requiere actuaciones inaplazables el que, pongamos por caso, los estudiantes de Farmacia, muchos con vehículo propio, tengan vivienda en Vite o que los de Periodismo compartan apartamento en Conxo. Pero entonces eran otros tiempos y había otras urgencias para exponerse delante de la policía. Eran tiempos en que la muchachada desde muy temprana edad estaba avezada en la tolerancia a la frustración.

    Sí, a los jóvenes, bastante antes de serlo, se les entrenaba en casa y también en la escuela para lidiar con los inconvenientes a los que necesariamente los enfrentaría la vida y así, frustrándolos, se les proporcionaba una herramienta imprescindible para con el tiempo comportarse como personas autónomas y responsables. ¡Tiempos aquellos!

    Cuando aquellos niños y niñas, en proceso de madurez, llegaban a Compostela, descubrían que había pisos más baratos y otros más caros. unos más alejados y otros más céntricos, algunos cerca de la Facultad y otros del Johakin (hoy Ruta), la oferta ya entonces era diversa y como hoy se adaptaba a todos los bolsillos.

    A partir de los años 80, la estudiantina en desacuerdo con el estado de las viviendas en alquiler comenzó a organizarse. En aquellos tiempos llorar en la prensa no era una opción y presionaron a la Universidad, no a los propietarios particulares, para que habilitara habitaciones adecuadas y se dejara de historias y de habitaciones para el 5,01% de la matrícula. Como consecuencia de la lucha estudiantil con consigna: “queremos pisitos bonitos y baratitos” se adecentó un poco el Burgo de las Naciones (construcción inaugurada en julio de 1965 por el “General Isimo” que decían los franceses, con motivo del Año Santo y que estaba formada por 47 pabellones con estructura metálica y con capacidad para albergar a 4.000 peregrinos “ahí es ná”).

    Así era el estudiantado luchando por sus derechos. Aquellos sí ¡Qué tiempos! Las calles de la ciudad poco o nada tenían que ver con las actuales. En el Preguntoiro aún tenía sede Almacenes El Pilar y en esta y en otras calles del casco histórico y también en las del entonces no muy extenso Ensanche había numerosas mercerías y alguna sombrerería tan extrañadas hoy por algunos porque las mujeres, sí, eran las mujeres, zurcían y hacían arreglos en la ropa y los hombres no compraban los sombreros en el Corte Inglés porque los gobiernos municipales aún no habían autorizado la implantación en el extrarradio de grandes superficies comerciales que en buena medida hicieron desaparecer el pequeño comercio local. Más tarde llegó Amazon a echarles una mano y acabó de apuntillarlo.

    ¿Y los Ultramarinos? aquellas pequeñas tiendas de cuyo techo colgaba casi siempre una piña de plátanos y vendían al peso especias que traían en latas de 5 kilos. A los Ultramarinos se los comieron las grandes cadenas de supermercados. Eran pequeños, no pudieron competir y cerraron. ¡Tiempos!

    Ya en los 70 y mucho antes en las calles del casco histórico proliferaban tiendas de souvenirs, se llamaban platerías. Se ve que el turisteo de la época contaba con divisas suficientes para llevarse recuerdos (ahora souvenirs) de alta factura. Los turistas eran pocos pero hacían mucho gasto porque tenían con qué. Después llegó la democratización del turismo y ahora los viajeros llegan por millares porque igual que nosotros, aún con un IRPF modesto o tal vez de risa, tienen en alguna ocasión la oportunidad de trasladarse e igual que nosotros pernoctan y compran recuerdos en lugares adaptados a su economía, muchos en las tiendas de souvenirs actuales.

    Y con todas esas posibilidades que llegaron de la mano del progreso: viajar, tener teléfono móvil y hacer fotografías baratas... llegaron las viviendas de uso turístico y con ellas el “escándalo” a Compostela.

    Los serenos ya llevaban décadas en jubilación forzosa, las cerraduras de las casas ya no necesitaban de aquellas enormes llaves imposibles de transportar, cada casero portaba las suyas y aquellos entrañables personajes que a la vez que abrían las puertas cada vez que eran requeridos, anunciaban como pregoneros la situación meteorológica de la noche, desaparecieron. Pero tampoco ellos fueron expulsados por las viviendas de uso turístico.

    En los 70 no había tiendas de teléfonos móviles, por razones obvias y por las mismas tampoco teníamos en Compostela establecimientos de informática ni de otras tecnologías, era cuando algunos, bastantes, de los antedichos estudiantes panfleteaban con vietnamitas en aquellas viviendas a las que se accedía campo a través y en las que se colgaba una previamente acordada prenda de ropa de sabe dios que marca como contraseña de que la casa estaba “police free” ¿Tiempos añorables?

    Mercerías, sombrererías, serenos pero mujeres lavando en el río, los hombres empezaron a “ayudar” una vez asequibles las lavadoras. ¡En aquellos tiempos había asuntos muy mejorables!

    Pasaron los años y para disgusto de no pocas autoridades allá por los 90 la Universidad se desagregó y multitud de estudiantes, más de la mitad, se repartieron por las Facultades de Lugo, Ferrol, A Coruña, Vigo... y muchas de las viviendas, suponemos que también más de la mitad, en las que se alojaban se quedaron vacías. Gran parte de ellas, 9.000, si hacemos caso a los datos del INE, y menos, 3.000, si nos fiamos de los del Concello, continúan deshabitadas. Otras, pocas, 739 si atendemos a los datos de la Xunta y muchas, más de 1.000, si confiamos en los del Concello, fueron adecentadas por sus propietarias/os para dar respuesta a la demanda de los miles de personas que viajan y que por diversos motivos eligen no alojarse en un hotel. Dieron en llamarse Viviendas de Uso Turístico.

    Mucho antes del nacimiento de estas viviendas todos los pueblos y ciudades de lo que llamamos primer mundo por diversas razones casi todas ellas de índole económica, en mayor o menor medida entraron en conflicto con la cigüeña y el crecimiento de la población comenzo a “desacelerar”.

    Y Compostela no fue una excepción. En Santiago al mismo tiempo las distintas corporaciones municipales, unas más y otras menos, decidieron arrimar el hombro para ayudar a despoblar la zona vieja y a veces por acción y otras por inacción consiguieron hacer del casco histórico un lugar poco atractivo para residir, sin condiciones de habitabilidad y sin posibilidades de poner remedio a las incomodidades y así poco a poco la zona monumental se fue despoblando y una vez casi vacía y con muchos edificios en estado ruinoso aparecieron las viviendas de uso turístico y con ellas el chivo expiatorio de la ineficacia y mal hacer de los gobiernos municipales.

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