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Las trampas del lenguaje

Aunque siempre se ha sabido que el habla es un arma peligrosa y sutil, parece que últimamente estamos alcanzando unos niveles realmente preocupantes. En una entrevista reciente Emilio Lledó decía al respecto “...pero ahora es alarmante. Está sucediendo algo”.

Fue Victor Klemperer, en su ya clásica obra LTI. La lengua del Tercer Reich: apuntes de un filólogo, el que llamó la atención sobre un detalle esencial: la propaganda hitleriana no se imponía tanto por las consideraciones puramente políticas o raciales, lo hacía más bien a través de palabras, expresiones, formas sintácticas que, repetidas una y otra vez, calaban en el inconsciente de las masas. Estamos hablando de un uso diabólico del lenguaje cotidiano tendente a anular el discernimiento de una ciudadanía subyugada.

Pero estas manipulaciones no se dieron tan solo en la Alemania nazi. También en la Rusia de Stalin se practicaba el arte de la propaganda totalitaria y de la perversión del lenguaje. Y no debemos olvidar la activa colaboración, y hasta el entusiasmo, de muchos intelectuales en esta utilización depravada del habla común; podríamos citar poetas y pensadores de la Italia fascista, escritores comunistas de obediencia estricta, turiferarios de Mao y tantos franquistas de toda laya que luego se camuflaron o pasaron al olvido.

El problema estaría limitado y en vías de solución si se circunscribiera al totalitarismo, en sus manifestaciones varias, pero por desgracia el fenómeno, con otras características, más sinuoso, lo tenemos también en las democracias liberales. Y si el amigo Lledó lleva razón es algo que va a más, que vemos crecer ante nuestros ojos.

La tendencia se manifiesta de una manera evidente en el terreno político; mensajes simplistas, vocabulario enrevesado, silogismos de dudosa construcción, utilización poco seria de las estadísticas. Cualquiera que se tome la molestia de observar un mitin electoral o un debate parlamentario, con cierta calma y distancia, podrá desmontar los trucos verbales de muchos de los oradores.

Pero no es solo la política. Ocurre de forma evidente en la publicidad, también en el mundo empresarial, en el deportivo, en medios de comunicación. Tenemos así el lenguaje del bancario, del obispo, del galeno o del abogado poco claros. Así, poco a poco, todos nos vamos contagiando y nuestro discurso se va volviendo espeso e intrascendente.

Últimamente me llama la atención cierta tendencia a utilizar términos científicos en la conversación. Los contertulios hablan mucho de derivadas y puntos de inflexión, alterando su significado matemático, pero por ahora la cosa no parece grave. Tampoco es que se trate de algo nuevo. Hace unos años el físico de la Universidad de Nueva York Alan Sokal publicó un libro, Imposturas intelectuales, que levantó un escándalo monumental porque atacaba de modo directo a la crema de la intelectualidad posmoderna y su uso de la terminología científica, mal asimilada y fuera de contexto.

Antes del libro logró que una revista de prestigio le publicara un artículo titulado nada menos que Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica. Por supuesto, era una broma colosal. Sokal recibió muchos ataques, la mayoría con argumentos ad hominem, que no acababan de responder a sus claros ejemplos de perversión en el uso del lenguaje científico.

Quizá, llegados a este punto, más de uno piense que estoy exagerando mucho. Es posible. Pero piensen en la cantidad de jóvenes que salen de las escuelas incapaces de entender textos relativamente sencillos; ya no digo de redactarlos. Por otro lado, está la cuestión de que no todo lo que parece serio y difícil es necesariamente profundo; a veces solo es una muestra de la incapacidad de hacerse entender.

Y para rematarlo tenemos la fractura creciente que produce la revolución informática con la tendencia constante a la huida del texto, ya saben una imagen vale por mil palabras: no es extraño que se considere que los mensajes políticos en los Estados Unidos tienen un nivel de complejidad que se corresponde con la mente de un adolescente de unos quince años. Claro que en Europa llevamos un camino similar.

Y así estamos. ¡Rodeados de vendedores de humo!

20 dic 2022 / 01:00
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