Santiago
+15° C
Actualizado
martes, 23 abril 2024
16:11
h
|| leña al mono, que es de goma ||

Listado para aprender a odiar sin freno

CUALQUIER DÍA de estos, lo sé, me condenarán por ser un odiador compulsivo y pasaré el resto de mi vida intentando ver la luz a través de los barrotes de la celda más oscura de Teixeiro a la espera de la llamada postrera, que según tengo entendido nada tiene que ver con tomar el postre.

Lo cierto es que mi lista de odios crece día a día de tal forma que ya parece tender a infinito, y nada indica un cambio de tendencia. Más bien lo contrario. Detesto, por ejemplo, los restaurantes supuestamente modernitos regidos por chefs plastas que se acercan a tu mesa, aunque estés metido en una conversación, para explicarte cómo han elaborado el menú; deploro a los cansinos influencers de moda y música que se hacen selfies poniendo morritos ante el espejo, aborrezco el reguetón, el puto perreo, el rap y los anuncios de perfumes protagonizados por gilipollas y gilipollos horteras que hablan en francés, me horrorizan los concursos musicales con niños y coaches repelentes y no soporto los certámenes de cocina en los que los participantes lloran porque no aguantan el estrés que genera cocer una coliflor en su punto (¿serán imbéciles?).

¿Seguimos? Pues venga. Yo confieso, padre, que me dan grima los jóvenes de aspecto lánguido que parecen estar pensando siempre en el apocalipsis climático, y también los activistas sociales, los políticos moñas que lloran al anunciar cualquier parida, los presentadores de televisión que se creen graciosillos, los monologuistas, los cruceros familiares por el Mediterráneo, los bancos que ofrecen cuentas preferentes a los treintañeros “nómadas” mientras niegan el pan y la sal a los viejos que somos clientes desde hace décadas, los tertulianos marisabidillos, las bodas con discursitos, los poetas comprometidos (¿con qué exactamente), las redes sociales, el carnaval y hasta las bombillas de bajo consumo, que no alumbran un carallium.

¿Más? Pues sí, también odio a los que buscan pareja estable y se plantan en First Days para hablar de relaciones abiertas y de poliamor, a las familias perfectas que aparecen en los anuncios desayunando fresas y melón en amor y compañía (lo suyo es tomarse un café en solitario en la cocina con cara de mala leche), los programas de investigación que no investigan nada, los hombres del tiempo que explican con grandes aspavientos cómo se moverán las nubes, los escritores pedantes, los nutricionistas que se creen expertos por haber leído un par de libros de recetas de Mari Puri Delapierre, los actores que van de filósofos, las galas de cine con pesados mensajitos sociales, los ciudadanos del mundo, los que dicen que son amigos de sus amigos y los periodistas que presumen de independientes.

Pero si hay algo que odio de verdad es que las administraciones me hayan convertido, supongo que por efecto del denominado lenguaje inclusivo, en una persona multiusos, multidisciplinar y seguramente transversal y sostenible. El caso es que algunos pringaos sin relevancia alguna éramos sin más, hasta hace poco tiempo, trabajadores, consumidores, viajeros, usuarios o contribuyentes. Ahora ya no. Ahora nos odiamos a nosotros mismos porque nos hayan transformado, sin pedir permiso, en personas trabajadoras, personas contribuyentes, personas viajeras, personas compradoras, personas consumidoras, personas lectoras o personas viandantes. También hay personas refugiadas, personas escritoras, personas cocineras, personas enfermas, personas asesinas, personas radioyentes, personas supervivientes y, evidentemente, personas gilipollas, que parecen multiplicarse de forma exponencial sin que nadie les ponga freno. ¿Por qué ahora tantos tipos de personas en un mundo tan despersonalizado y absurdo?

El hartazgo que provoca este escenario es tal que un número creciente de personas ciudadanas tenemos ya perfectamente planificada nuestra jubilación. Perdón, nuestra vida como personas pensionistas. Si no nos encarcelan antes por odiadores, montaremos una hilera de prismáticos de vigilancia y otra de morteros en el tejado de nuestra morada y amenazaremos con freír a pepinazos a todo el que se acerque a menos de diez metros de distancia, ya sea una persona cartera, una persona vendedora de seguros, una persona electricista o una persona repartidora de pizzas, aunque hayamos pedido por teléfono una cuatro estaciones. Si tenéis un plan mejor, hacédnoslo saber. Se admiten propuestas que no tengan nada que ver con eso que llaman vejez activa y con inquietudes, otro concepto a añadir a la lista del odio junto a las películas de Almodóvar y el cargante metaverso, que aún no sé lo que es ni me interesa lo más mínimo. Pues eso.

20 nov 2022 / 01:00
  • Ver comentarios
Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
Tema marcado como favorito