Los magos de Oriente y el trío Locomía

HABRÁ QUE VER cómo es este año, hoy mismo, la cabalgata de Reyes en Santiago, una celebración cada vez más devaluada en toda España por culpa de los supuestos progres que están deseosos de convertirla en un espectáculo laico o civil. Menuda gilipollez.

Manuela Carmena, exalcaldesa podemita de Madrid, fue una de las grandes pioneras en intentar cargarse el desfile real y transformarlo en otra cosa menos ligada a la tradición cristiana, que tanto repelús da a los populistas de todo a un euro. Mola mucho más, ya saben, el Islam, la religión del amor según el sector modernito, y Buda, que es la releche en verso a nivel místico.

De esa forma, a finales de la pasada década, la tal Carmena se cargó toda referencia a los villancicos y sustituyó la música popular navideña por tambores, batucadas y ritmos discotequeros, mientras algunas carrozas iban presididas por drag-queens ataviadas con trajes siderales. En cuanto a los reyes, en alguna ocasión los vistió como si fuesen el trío Locomía y en otras los sustituyó por reinas magas en supuesto apoyo al movimiento feminista, que viene siendo una chorrada de tal calibre como si reescribimos El Quijote poniendo por protagonista a doña Quijota de la Mancha o hacemos un remix del Nuevo Testamento sustituyendo a María Magdalena por un zampabollos.

El también podemita Martiño Noriega hizo lo mismo y trató por todos los medios de restar protagonismo a los magos de Oriente durante su mandato en la alcaldía de Santiago, de forma que el primer cartel navideño de la corporación mareante estuvo dedicado al Apalpador, el fulano ese que al parecer bajaba de las montañas de O Courel para regalar castañas a los niños que se habían portado bien.

Las referencias escritas a dicho personaje legendario son casi nulas, pero da igual. Donde esté un carbonero sucio que palpa la barriga a los menores que se quiten los sabios cósmicos que llegaron hasta el portal de Belén ataviados con vistosas capas y guiados por una estrella de extraña luminosidad.

Pocas historias hay tan bonitas como la de Melchor, Gaspar y Baltasar, y pocas estampas impactan más a los chavales que los tres sabios de Oriente avanzando sobre sus camellos por el desierto, pero en este santo país solemos pecar de giliflays y nos dejamos encandilar más por el bobalicón de Papá Noél, protagonista de un sinfín de anuncios televisivos, o por el ya citado castañero montuno. En fin...

Los responsables de Compostela Aberta también se esforzaron al máximo para desterrar los belenes de los espacios públicos de la ciudad, no fuese que algún ateo sufriese un espasmo ante semejante visión, y para convertir la cabalgata de Reyes en una especie de desfile carnavalero chirriante y ridículo, aunque tras la avalancha de críticas recibidas durante la primera edición la cosa fue mejorando ligeramente en los años posteriores.

El retorno de Sánchez Bugallo a la alcaldía supuso, por fortuna, la vuelta a la normalidad, pero la pandemia se encargó de cargarse las dos últimas cabalgatas, así que habrá que ver si hoy el Ayuntamiento organiza un desfile como Dios manda, que no tiene por qué ser vulgar o aburrido, o cae en la imbecilidad progresista de pinchar reguetón en vez de villancicos, de llenar las carrozas de mensajitos alusivos al cambio climático o de vestir a los pajes reales en plan entroido caribeño.

Y por favor, que no nos vengan otra vez con la monserga de que los caramelos que se repartirán durante el desfile serán sin azúcar debido al compromiso de los gobernantes responsables con la nutrición infantil, que ya está bien de tanta corrección política. Este día está para engullir un buen chocolate con churros, chucherías por un tubo y una cena hipercalórica, no para andar midiendo el grado de glucosa en la sangre... que ya llegará el 7 de enero y la vuelta a la dictadura de la comida sin sal, sin azúcar, sin chicha y sin limoná. Total, para finalmente acabar palmando igual, quizá solo tres meses después, de una sobredosis de sosería.