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Equipo de
INVESTIGACIÓN

Roger y Fernando señalaron “estar dándole vida” a un lugar totalmente “en ruinas” // Ambos reconocen las fiestas y el ruido que desesperaron al vecindario durante el confinamiento

Tras numerosas quejas comunitarias, los dos peregrinos que okuparon un chalé, accesible desde la rúa Campiño da Ferradura, reconocen consumir estupefacientes y haber realizado numerosas fiestas alterando la normalidad del barrio. Sin embargo, tanto Roger como Fernando, desmienten una serie de informaciones publicadas por distintos medios: “Nosotros no trapicheamos, tampoco vamos desnudos, ni amenzamos a nadie con una lanza”.

En la cuesta de Campo do Cruceiro do Gaio, que también conecta con este domicilio, la tradición squatter se mantiene. Allí, hasta hace aproximadamente un año, residía el centro ilegal de O Aturuxo das Marías, que focalizó la fama de su práctica en este pequeño rincón ubicado en Santiago de Compostela. Un inmueble ahora en manos del dueño.

En la actualidad, el conflicto que mantienen los vecinos se desplazó solo unos metros. Otra vivienda habitada por “indeseables”. Acusados de causar peleas, ruidos desmesurados o traficar con drogas. La propiedad, abandonada desde hace tiempo, permanece entre frondosos árboles, matorrales asilvestrados y demás vegetación. Prácticamente cubierta e invisible a distancia.

NUEVOS INQUILINOS. Como consecuencia de su desfavorable situación económica, dos okupas decidieron entrar en una de las casas cercanas al Parque de la Alameda, tras comprobar que esta permanecía deshabitada. Eso fue hace casi un año, según ellos. “Cuando terminé el Camino descubrí este lugar, estuve cuarenta días durmiendo en esa escalera (señala los peldaños que permiten acceder al chalé desde su entrada principal) porque no había nadie”, explica Fernando, que posteriormente montó una carpa en la parte trasera del domicilio al ver que este tenía agua potable.

Con este uruguayo, que también posee nacionalidad española, fue un lucense cuyos últimos años había pasado entre calles y plazas, después de perder su empleo. Pasaron semanas viviendo en el jardín del domicilio, hasta que decidieron acceder al interior. Era invierno y hacía frío. Además, su propietario no apareció durante ese tiempo. Por esas razones (suficientes para ellos) ocuparon la vivienda. “Gracias a nuestra presencia al menos hemos conseguido mantenerla decente”, afirma Roger, destacando que “estaba en ruinas”.

Por el momento, ambos se dedican a vender fruslería, recogiendo aquellas latas que encuentran por los alrededores compostelanos. “Claro que hay chatarra aquí, pero porque trabajamos en eso y nos da comida”, manifiesta el gallego. Estos desechos los almacenan en un carrito de supermercado, cubierto por una manta, localizado fuera de la residencia. El dúo reconoce la mala imagen de este artefacto, al ubicarse en un entorno visible, próximo a Campo do Cruceiro do Gaio, señalando que estuvieron limpiando todo y pronto se desharán del resto para no molestar a ningún viandante.

En este sentido, la pareja afirma haber habitado la casa antes de marzo, pero fue entonces cuando los residentes del barrio comenzaron a quejarse, según los nuevos inquilinos, hartos del ruido provocado por las fiestas que realizan diariamente, haciendo que las autoridades fuesen muchas veces, con el objetivo de facilitar una convivencia tranquila.

“Es una casa normal, no hay nada raro, así que venga la Policía cuando quiera a inspeccionarla”, comenta Roger. Por su parte, Fernando busca trabajo y quiere dejar su actual hogar, aunque sin prisas. “Estoy viendo pisos para irme de aquí, pero poco a poco, tampoco vamos a salir corriendo porque no hemos matado a nadie”, avanza el uruguayo.

Los okupas señalaron que con esta “oportunidad” tienen una vida decente, mucho mejor a vivir bajo un puente, queriendo tender su mano al vecindario. “No hacemos daño, lo que pasa es que se asustan de nuestras pintas y ni vienen”, dicen ambos, convencidos del verdadero artífice de este miedo: los estereotipos. “Somos buena gente que por tener una mísera paga se ha visto obligada a esto”, confiesa el gallego, explicando su “motivación para vivir”.

ACTIVIDADES ILEGALES. “Nosotros no trapicheamos, tampoco vamos desnudos, ni amenazamos a nadie con una lanza”, denuncia Fernando con relación a los testimonios que diferentes vecinos de esta zona proporcionaron a EL CORREO GALLEGO. Durante la entrevista, tanto el uruguayo como el lucense sí reconocieron que habían realizado numerosas fiestas a lo largo del confinamiento, implantado como consecuencia de la crisis sanitaria provocada por el coronavirus.

Quitando eso, Fernando señala que no tuvieron ningún otro problema con sus compañeros de calle. Simplemente la música estaba alta. “Les molestó que estuviésemos todos colocados y nadie trabajase”, confiesa este okupa: “Estuvo mal, pero qué íbamos a hacer”.

“Puede ser que hiciésemos algo de ruido, porque tenemos un altavoz bastante potente, pero es que ninguno vino nunca a decirnos nada”, añade Roger, destacando que “simplemente llamaban a la Policía y estos se presentaban aquí sin más”. Conforme a sus declaraciones, las autoridades solamente les decían que bajaran el volumen, pero en ningún momento fueron obligados a desalojar el lugar, todavía sin ser reclamado por su dueño.

Según explicaron, lo hicieron para animarse. Solo ellos dos junto a sus respectivas parejas. De vez en cuando, también habrían invitado a algún amigo, acogiéndolo unos días. En este contexto, ambos desmienten las raves multitudinarias acusadas por su comunidad. “Sí que fumamos porros y bebemos vino”, afirma Fernando, quien achaca estos comentarios a la envidia del vecindario: “Les fastidiaba porque estuvimos toda la cuarentena de juerga mientras ellos estaban encerrados”.

Otra falsedad que vinculan a estos se relaciona con el menudeo de estupefacientes. Una puntualización que hacen por los comentarios que determinados habitantes trasladaron a la prensa semanas atrás, apuntando que en esta morada comerciaban con drogas. “Para nada es verdad, reconozco que algo consumo, pero no trafico”, apunta Roger.

Como último matiz, el uruguayo aclara que la “lanza”, denominada así por él mismo, esa estaca afilada que un testigo denunció haber visto a este medio, solamente es un cayado que el okupa habría utilizado para hacer el Camino de Santiago. “Es un palo mío que tengo decorado”, explica Fernando, gestualizando como se pondría este bastón encima de su hombro.

Durante este encuentro, estuvieron preparando un asado con dos invitados, una mujer y otro hombre, que escuchaban algunos temas actuales de reguetón y trap, cuyo sonido no era muy elevado. Tras hablar con ellos, Roger y Fernando nos permitieron acceder al domicilio.

EL INTERIOR. Las condiciones que presentaba el hogar no eran algo “fuera de lo normal”. En este sentido, el equipo de investigación únicamente pudo acceder a la planta baja del inmueble, donde los okupas aseguraron vivir. “Yo duermo aquí, está un poco revuelto porque estuvimos buscando mi cartera que la había perdido”, señala Fernando, refiriéndose a la primera habitación de la morada, justo a mano derecha.

Este espacio cuenta con su propia cama, totalmente deshecha por el motivo que indicó el uruguayo. También pudieron apreciarse otros elementos cotidianos, tales como una estufa; un ropero con distintas prendas, que también se encontraban acumuladas sobre la mesa de madera presente en el centro de la sala; sillas, alfombras y diversos elementos decorativos, además de varios libros que habitan en una estantería. Quizás los objetos que más llaman la atención son dos herramientas: una tajamata acompañada de un hacha, colgadas en la pared.

La siguiente parte del complejo, tras llegar al final del pasillo, es la cocina, cuyo aspecto sí parece más descuidado: el suelo está sin fregar y faltan algunas losas. Aquí encontramos distintos elementos de limpieza cerca de dos bombonas de butano. Sobre el comedor hay varias cervezas terminadas, una calabaza y un cuenco de castañas.

Con el baño ocurre prácticamente lo mismo. Aunque la higiene no predomina, tampoco está excesivamente sucio. Todo ello a sabiendas de que este lugar había estado abandonado, sin poder constatar el anterior estado del inmueble o si alguna otra persona accedió previamente, provocando algún daño o llevándose algo de valor. Respecto a esta cuestión, los actuales okupas manifestaron ser respetuosos y cuidadosos con la propiedad: “Le estamos dando vida a esta casa en vez de estar durmiendo debajo del árbol o dentro de un cajero”.

Finalmente está el salón, ubicado al lado del aseo, que presenta mejores condiciones. Una antigua televisión y tres sofás rodean un pequeño tablero. Asimismo, pueden observarse dos cargadores de móvil, conectados en sus respectivos enchufes, evidenciando que en el interior hay electricidad. Encima, una réplica plateada de la pintura que (entre 1495 y 1498) elaboró Leonardo da Vinci: la última cena.

Durante este recorrido el equipo de investigación grabó un vídeo, disponible en la página web de este medio: www.elcorreogallego.es

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la vida squatter
De Uruguay a Galicia: un viaje intenso

··· Fernando Casal es uruguayo de nacimiento y también posee la nacionalidad española por sus padres. Él es uno de los dos okupas que entraron en la casa de Campiño da Ferradura, tras llegar a la capital gallega, donde lleva once meses, después de realizar el Camino de Santiago.

··· Según relata, su vida en América del Sur era totalmente normal, allí trabajaba, tenía una mujer y dos hijos de los que finalmente se separó tras divorciarse. “Junté 20.000 dólares, me fui a Buenos Aires y tomé un avión para Barcelona, donde me gasté prácticamente todo en tres meses”, afirmó el actual okupa sobre este recorrido durante el cual también visitó Madrid y Salamanca, entre otros lugares.

··· Actualmente, Fernando declara estar blanqueándose. “Me pondré a trabajar y abandonaré la casa”, confesó el actual okupa. Ahora busca un lugar al que ir con la ayuda de Cáritas. “Querría trabajar de lo que sé yo, que soy aparejador, aunque no parezca creíble tengo estudios universitarios” manifiesta Casal, señalando que intentará encontrar “algo de oficial de primera”, ya que cuando llegó a España no trajo consigo el título facultativo.

La pesadilla del barrio

··· El conflicto que afronta diariamente la comunidad fue denunciado por este medio el pasado 6 de agosto. Durante las entrevistas, distintas fuentes que viven o trabajan cerca del inmueble okupado, retrataron lo que ocurrió a lo largo del confinamiento.

··· Una vecina lo resumió como “más de 90 días de rave”, asegurando que llegaron a juntarse allí más de una docena de agentes, sin que el problema se solucionase. “Vienen muchas veces, la última hace dos días, y les dice que bajen el volumen. Pero cuando se van las autoridades, ellos vuelven a subir la música y todo sigue igual. Así día tras día”, explicaba la dueña de otro domicilio.

··· “En pleno confinamiento ahí entraban y salían todas las noches grupos de hasta quince personas, cuando a mí la policía me paró por ir a tirar la basura”, añadió también un propietario de la zona.

Desde los establecimientos hoteleros destacaron no haber recibido quejas de los clientes, pese a que la música se escucha en todas las habitaciones: “No dicen nada, igual por vergüenza, o porque para los pocos días que están, prefieren pasar de estar quejándose, pero es imposible que no oigan la música algunos días”.

··· Asimismo, otro hostelero afirmó que, si no ha tenido que dar explicaciones a sus clientes, es porque en este momento la ocupación es muy floja, teniendo la mayoría de las habitaciones vacías.

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