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Manifiesto contra la tortura de los villancicos

{a belén va una burra}

Atolondrado sobrino, he leído con cierto estupor el programa navideño que presentó hace ya tiempo el alcalde de Vigo, don Abel Caballero, y creo que en breve le ordenaré a mi ama de llaves, la señora Gladys, que empiece a hacer mis baúles de viaje para partir cuanto antes a las islas Feroe, o quizá a Australia. No critico en absoluto, Damián, que el regidor pretenda llenar de nuevo la ciudad con miles de bombillas, arbolitos, guirnaldas y atracciones, porque siempre me han gustado mucho las Navidades luminosas y alegres, pero la idea de instalar más de cuatrocientos altavoces para que la música típica de esas fechas llene durante todo el día las plazas y las rúas me parece, la verdad, un tanto disonante. Sobre todo teniendo en cuenta que, tal y como anunció, los cánticos amplificados sonarán casi sin cesar desde el 20 de noviembre hasta el 10 de enero. Semejante empacho puede convertirse en un infierno invernal para quienes, como es mi caso, sufren sarpullidos con los villancicos tradicionales, sobre todo cuando son interpretados por esos horribles coros infantiles que tanto gustan a cierto público. Ya sabes, Damián, que no soporto el reguetón, ni el rap, ni el flamenco pop ni los nuevos ritmos latinos, pero si tuviese que elegir preferiría fallecer de una sobredosis fatal de Rosalía o Maluma que escuchando Campana sobre campana, Hacia Belén va una burra o Los peces que beben en el río. Salvo Noche de paz interpretada al órgano y Blanca Navidad cantada por Bing Crosby, casi todos los demás villancicos son una tortura para los sentidos. Espero que a nuestro alcalde, don Xosé Sánchez, no le dé por copiar las ideas de su colega Abel. De lo contrario, escribiré un vibrante manifiesto en contra de la tortura auditiva. Avisado queda.

{controles acertados}

Me satisface mucho, sobrino, que el concejal de Tráfico de nuestra sacrosanta ciudad, don Gonzalo Muiños, haya movilizado a los agentes de la policía local para dar caza a los conductores que no se despegan del teléfono móvil mientras circulan por la ciudad, conducta incívica y peligrosa que de un tiempo a esta parte también practica mi cochero, el caraja O´Leary. Él no tuvo artefactos de este tipo hasta hace poco, más que nada porque el jornal que le abonaba no le permitía mantener lujos superficiales, pero cuando cumplió 80 años me dio por subirle 15 euros el sueldo mensual, como ha hecho Yolanda Díaz con los perceptores del salario mínimo interprofesional, y le dio por invertir ese dinero en comprar una terminal diabólica que utiliza para hablar todo el día con su familia irlandesa y escuchar piezas tradicionales de su país, sobre todo horribles composiciones campestres interpretadas con guitarras y violines. Ya le he dicho que como vuelva a pillarlo usando el teléfono mientras conduce mi carruaje le mandaré de una patada a su tierra natal, pero me temo que no me ha hecho mucho caso. Sabe que, si lo despido, no voy a poder contratar a un cochero más económico, así que ha empezado a abusar de mi confianza con un descaro indignante. Un día de estos he de telegrafiar a mi buen amigo Jacobo Pérez Paz, posiblemente el profesional que más sabe de caballos en España, para que me ayude a encontrar un conductor de carruajes que no beba como un cosaco, que no se distraiga en el pescante y que no pretenda tener sueldo de ministro. Tampoco es mucho pedir.

{estaciones modernas}

El otro día leí con notable interés, sobrino, el artículo que escribió don Carlos Abellán, presidente de los Amigos del Ferrocarril, sobre los antiguos trenes que surcaban nuestro territorio hace ya más de un siglo, entre ellos El Compostelano, y sobre la añeja estación de Cornes, que tenía un encanto muy especial pese a que en su origen era poco más que un barracón. Lo cierto es que las viejas estaciones de ferrocarril eran mucho más hermosas que las de ahora, tan funcionales y asépticas que no sabes si estás esperando el próximo tren o a que llegue el dentista. Hace años, cuando mi amada Marie Louise no se había fugado aún con el pesado poeta hindú del que a veces te hablo, tu tía y yo nos embarcamos en un viaje que nos llevó a recorrer las terminales de tren más vistosas del Viejo Continente, desde la de Amberes a la Gare du Nord; pasando por la de St Pancras, al lado del King Cross londinense, la de Ámsterdam o la de Berlín, y la diferencia con las actuales es tan brutal que dan ganas de echarse a llorar por cómo ha degenerado la arquitectura en las ultimas décadas. Menos mal que la estación de Santiago, humilde pero resultona, no fue derribada para acometer el proyecto de la intermodal, como pretendían no pocos lumbreras alegando su escasa funcionalidad, porque en su lugar hubiesen construido, seguro, un terrible cubo acristalado. En cuanto a la aclamada pasarela que enlaza la terminal de tren y la de autobuses, no dudo que su autor, don Juan Herreros, sea un genio del diseño moderno, pero yo no le encuentro la gracia por ningún lado. No me gusta su color, ni su frialdad, ni el aspecto acolmenado que presenta su exterior, más del gusto de la abeja Maya que el de los viajeros con ciertas inquietudes estéticas. Cualquier día de estos pediré una audiencia con la expresidenta del Adif y actual secretaria de Transportes, doña Isabel Pardo de Vera, con el fin de presentarle un nuevo proyecto elaborado por mí en mis largas noches de insomnio. Te mantendré al corriente de mis gestiones al respecto.

{color verde inglés}

Ya sabes, tatuado Damián, que el color verde inglés, junto al rojo carruajes, es uno de mis preferidos. Me parece elegante y, de hecho, fue el que elegí a la hora de pintar las contraventanas de madera de mi mansión en contra del criterio del maestro de obras, que pretendía teñirlas de añil, como si esto fuese el Mediterráneo. Pese a todo, mucho que temo que los horribles mástiles metálicos que el Ayuntamiento está plantando en diversas zonas del casco histórico no mejorarán su aspecto si se pintan de ese color, como ha anunciado la concejala Mercedes Rosón, porque no me extrañaría que al final destacasen más a la vista en vez de quedar camuflados en el entorno. Como sabes, sobrino, dichos palitroques de considerable altura tendrán como misión sujetar varias docenas de cámaras que vigilarán todos nuestros movimientos, además de nuestros flujos y reflujos. Lo dicho, me largo a las Feroe.

15 nov 2021 / 01:00
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