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ENTREVISTA
ENTREVISTA

Mónica Ojeda: “Veo mi literatura como un volcán, donde conviven violencia y belleza”

La escritora ecuatoriana presentó ayer ‘Las voladoras’ en Compostela, y hoy estará en A Coruña

Ayer en el ciclo ‘Debut’ de Numax, hoy a partir de las siete de la tarde en la librería Berbiriana de A Coruña, la presencia de Mónica Ojeda en Galicia es, sin duda, todo un acontecimiento literario que no deberían perderse. Nacida en Ecuador en 1988, Ojeda acumula ya un largo currículum como novelista y poeta, reconocida con premios como el Next Generation Prize del Prince Claus Fund, en 2019, y seleccionada como una de las voces literarias más importantes de Latinoamérica por el Hay Festival.

Estamos ante una escritora que, ya desde sus primeros libros, ofrece una mirada diferente sobre la realidad, poseedora de un lenguaje único y muy sólido, de una estética que ahonda en las violencias cotidianas, en la fuerza poderosa de la tierra y de las geografías para armar nuestros contextos personales, una autora, en fin, en palabras de Marta Sanz, dotada de una gran “ambición telúrica”.

Todo en ella produce una revolución estética, un oleaje convulso, todo sacude al lector como un terremoto, como un volcán. Mónica Ojeda trenza frases de infinita belleza, de profundo lirismo que, al tiempo, acometen un viaje a través de las vísceras, los cráneos, la masa de la sangre, una literatura orgánica que participa del gozo y el sufrimiento a partes iguales, que podemos palpar y oler, tantas veces desde la incomodidad, desde el absoluto inconformismo, que arraiga en lo profundo, en lo pútrido, en lo terrorífico, como el cóndor que busca alimento en los roquedales, pero que al tiempo asciende como ellos al cielo de los volcanes, donde siempre cabe la última esperanza de la resurrección, donde se enjugan las lágrimas del duelo.

‘Las voladoras’ (Páginas de Espuma), su última obra, ahonda en la tradición y la textura ancestral de los Andes, de su país, no siendo andina ella misma, con el respeto máximo, explica, a esas comunidades, cuyas leyendas, mitos y magias forman parte de estas historias cortas, que tanto beben de la estética de Bataille como de las enfermizas atmósferas de Lovecraft, o de algunos de sus escritores favoritos, como Raúl Zurita. También me recuerda ese viaje a los huesos y a la sangre de los antepasados, esa búsqueda de las voces primigenias, el grito salvaje, la obsesión por los lobos y las aves gigantes, a Ted Hughes. Un libro coherente y brutal compuesto por ocho cuentos construidos sobre el territorio feroz de las primeras emociones, tejido sobre la piel torturada de las geografías andinas, una literatura que brota de erupciones y temblores, donde la belleza y el horror conviven como animales que despedazan sobre un límpido azul el pecho de los inocentes o beben la sangre de terciopelo de los desprotegidos.

Unas horas antes de llegar por primera vez a Galicia, Mónica Ojeda habló con este periódico.

Leyéndote, sobre todo leyendo esta colección de cuentos, que me parece extraordinaria, uno llega a la conclusión de que hay algunos elementos muy potentes que mueven tu literatura, quizás podríamos decir obsesiones, el pasado remoto de los mitos, o ciertos pasajes violentos de los textos bíblicos, que ya están en obras anteriores tuyas también.

Sí, creo que me interesan las mitologías y los símbolos, todo lo que está en el fondo de las tradiciones, que de alguna manera han pretendido siempre dar un poco de orden al caos de nuestras existencias. Me atrae todo eso. El discurso religioso o mitológico también está en poetas que me fascinan, como Raúl Zurita o Anne Carson, por ejemplo. En el fondo intentan explicar algo que es inexplicable, que es el horror de la violencia. Así, se generan reglas en torno a lo que sólo es caos y desorden, aquello que se sale de nuestro control. Regreso siempre a eso, porque a mí me interesa mucho la historia de las religiones. Los fenómenos violentos siempre terminan hablando de nuestra vulnerabilidad, porque es en la violencia donde se toca nuestra fragilidad y, por tanto, la fibra más significativa de lo humano.

Naciste en Ecuador, no hace demasiado tiempo. Pero has estudiado y vivido bastante tiempo aquí. ¿Cómo fue tu formación? ¿Bebes de ambas orillas?

Bueno, soy una ecuatoriana mestiza, y entonces en mí ya está eso que se llama hibridación. Mi educación ha sido blanca y blanqueada, europeizante, si quieres. Así que yo he hecho un viaje de vuelta. He tenido que cuestionar la estructura racista, y tardé en reconocer algo que está en mí, la cultura indígena o afroamericana. Mi formación tiene que ver con el lado colonial del poder, así que, en ese sentido, yo he hecho, tiempo después, un viaje a los orígenes.

Esta colección de cuentos, ‘Las voladoras’, que presentas estos días en Galicia, tiene mucho de eso precisamente, del viaje de vuelta. Sobrevuelas el territorio andino, y tu país, y penetras en la cultura ancestral de tu pueblo. Redescubres las geografías originales.

Sí, pero siempre lo he hecho desde un lugar de respeto y deslumbramiento por ese mundo. Yo no soy andina, nací en la costa, y siento que ese mundo me fue arrebatado en la infancia. En el fondo de mis raíces hay ese vacío, por eso quiero recuperarlo. Es una herida en mi identidad. Yo soy un ser híbrido, y lo reconozco, pero quiero viajar hacia ese lado, que también es parte de mí.

Cuando lean ‘Las voladoras’ en esos lugares, supongo que reconocerán mucho mejor que nosotros, los europeos, el peso de los mitos y de las atmósferas de los Andes.

Sí, eso es seguro. Pero no es un libro localista. Es un libro de geografía sentimental y emocional. En el fondo, de lo que trata este libro es de algo que es común a todo, porque bajo los mitos y las tradiciones hay unas pulsiones humanas que valen para todos. El miedo, la muerte, la enfermedad, el amor, la violencia... Son cosas en las que todos somos capaces de reconocernos. Así que creo que puede conectar con todo el mundo, porque en este libro están el duelo, los feminicidios, la violencia intrafamiliar... Nos lleva a lo atávico, a lo telúrico, a lo primigenio. A la raíz de lo que somos, que suele ser más básica de lo que creemos, y que tiene que ver con la necesidad de calor y de ternura. Resistimos en la pequeñez lo enorme que es cuanto nos rodea.

Hay una presencia animal formidable en estos textos. Un sincretismo entre el paisaje y sus habitantes diversos.

Lo que me interesa del paisaje es lo turbador que puede llegar a ser. No sólo de manera simbólica. El paisaje andino es animado, está ligado a lo que representan los volcanes, los cóndores, a la presencia inmensa de la Pacha Mama. Mi obsesión por los volcanes [que se advierte en este libro] tiene que ver con su violencia, pero también con su enorme belleza. Es algo personal, pero se refiere igualmente a la imaginería de los pueblos. La relación con el mundo animal es total, porque todo estamos en ese mismo contexto, todos formamos parte de lo mismo, y en los mitos andinos así se percibe, claro está.

Leí alabanzas a cuentos como ‘Soroche’ y ‘Slasher’, dentro de esta colección que deja incómodo al lector, que no le concede tregua. Cuentos que van desde lo esencial de la sangre, hasta los ambientes góticos de la ceniza y la muerte, o los cuerpos dañados, por ejemplo, en ‘Cabeza voladora’, o en ‘Caninos’. Pero yo me quedo con ese conjuro, ese ritual de ascenso a los volcanes, hacia una especie de purificación, que es ‘El mundo de arriba y el mundo de abajo’, donde el padre espera que su hija reviva en comunión con el paisaje, esa hija que guarda el “espíritu dentro de su cuerpo como una alondra”.

Bueno, ese cuento final también es mi favorito, lo confieso. Creo que es una historia desoladora, pero muy tierna. Lo que desea ese hombre hundido en el duelo es que las palabras sean capaces de obrar el milagro, algo que no va a suceder. Para mí, es la literatura que quiere dar vida a lo inanimado, desesperadamente. Lo que queremos es que las palabras hagan cosas.

Más allá de los mitos que a todos nos explican, este es un libro en el que Ecuador late muy profundamente.

Ecuador es increíblemente bello e increíblemente hostil, como un volcán. La pulsión de muerte que hay allí es muy grande, pero al tiempo, la pulsión de la belleza es también extraordinaria. Sus paisajes pueden ser hermosos y también destructivos, y en eso incluyo el paisaje social y el paisaje político.

Tu literatura es muy turbadora.

Me interesa. Quiero que sea una experiencia emocional intensa. Mi importa la intensidad, no el sosiego. Tal vez se deba a que escribo a partir de obsesiones, de ideas recurrentes.

¿Qué te ha llevado a escribir así?

Comencé a escribir a los once años... Era un juego, entonces. Hubo un largo trecho, hasta que entendí qué era lo que quería hacer. Acepto cómo soy ahora, tras un largo proceso de maduración. Al principio quería ser de prosa limpia (risas), pero me di cuenta de que me salía fatal. Es mucho más honesto lo que hago ahora. Hablo de lo que me preocupa y de lo que me duele. Hago de mi literatura un volcán: lo que hay debajo puede destruirnos, pero no hay cosa más bella que ver un volcán glaciado. Por eso me gusta hablar de cosas tremendas que nos tocan y nos dañan con ese lirismo del lenguaje.

30 oct 2020 / 00:00
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