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Periodismo y vida universitaria: la canallesca de Lugín y Costanti

EL TEXTO DE ÁLEX OTERO FUE UNO DE LOS PRESENTADOS AL LXXX PREMIO PERIODÍSTICO ALEJANDRO PÉREZ LUGÍN, QUE CONVOCA LA ASOCIACIÓN DE LA PRENSA DE LA CORUÑA, CUYO AUTOR DESEA HACER PÚBLICO EN NUESTRA CENTENARIA CABECERA A MODO DE “TRIBUTO TROYANO Y AMISTOSO” AL PERIODISTA XOSÉ MANUEL DÍAZ MASEDA (TVG), RECIENTEMENTE FALLECIDO EN ACCIDENTE DE TRÁFICO Y QUE FUE SU COMPAÑERO DE CAPA EN LOS ÚLTIMOS AÑOS.

Quien mejor que Don Alejandro Pérez Lugín para iniciar un viaje iniciático alrededor de la canallesca, más allá de La Casa de la Troya. Lo que, por otra parte, constituye la cima de su obra literaria.

Y es que en los tiempos en los que no había estudios de Periodismo, tal y como hoy en día los conocemos, el ejercicio de la profesión se circunscribía a un compendio de habilidades y saberes variopintos. El moderno concepto de interdisciplinaridad alcanzaba aquí su paroxismo y los periodistas de finales del siglo XIX y principios del XX eran unos personajes ávidos de contar historias y de empaparse en la realidad de las mismas. Sin impermeable posible, narradores de raza, involucrados al extremo. Capaces de introducirse en el epicentro de la información, con una especial inclinación y gusto por la participación activa.

La Universidad gallega, que en aquellos tiempos era Santiago, constituía un especial universo, donde gravedad académica, empaque de sus señores, vida juvenil y troula escolar, se daban la mano con permiso de la Santa madre Iglesia, católica apostólica y romana. La rosa mística de Occidente llamada Compostela, confundía a propios y extraños con el agridulce contraste que proyectaba. Por una parte, aspecto gris y orballado, y por otro, un alma juvenil, alegre y eterna.

Lugín, una vez acabada la carrera de Derecho en Santiago, comenzó a ejercer sin demasiado entusiasmo y con poco éxito, la profesión de abogado. Pronto encontró su verdadera vocación: escritor, pero, sobre todo, periodista. Hizo sus primeros pinitos como gacetillero y, peldaño a peldaño, subió hasta lo más alto. Cada vez que cambiaba de periódico, no solo mejoraba la calidad de sus artículos, sino también ascendía en el escalafón. Alcanzando gran prestigio y reconocimiento en el periódico La Tribuna.

Encontramos especialmente significativo para conocer la dimensión de la canallesca del universo luginiano, una carta publicada por La Voz de Galicia, y rescatada en el Diario de Pontevedra, el sábado 16 de agosto de 1919, donde el autor de La Casa de la Troya respondía, a instancias del Señor Iglesias Roura, a la pregunta de ¿quién es Barcala? (personaje troyano por excelencia).

Respondía, como no, pero apelando al respeto y educación que le corresponde. Y no sin antes señalar cierta molestia ante la obligada, por el decoro, “revelación” de secretos.

Barcala, son todos y ninguno. Toda su juventud revivió durante la escritura de la novela de La Casa de la Troya. Y es en ese particular “post iucundam iuventutem”, donde aparecen todos sus amigos: compañeros de andanzas, de tertulias de café, quienes le acompañaban en la universidad o incluso por las carreteras, donde evocaban el anhelo de otros horizontes más amplios, siempre por la tarde, siempre juntos. Y al caer la noche, escuchando el trinar de laúdes y bandurrias con acordes y bordones de guitarra de fondo: la Estudiantina, que siempre le maravilló. La vida escolar entera, la vida santiaguesa.

Sus vivencias impregnaban sus “cuadros” literarios, confesando que la novela es una serie de evocaciones completas y fragmentarias que forman una neblina luminosa que ilumina la fantasía del autor y el camino de su pluma.

Ansiaba el haberla dejado incompleta, para desde la soledad de su despacho o bajo la fronda de los opulentos soutos de A Mariña, revivirla todos los días de su vida.

Como no podía ser de otra manera, y siguiendo las pautas y los códigos que únicamente ellos, compañeros en Santiago, comprendían, su carta encontró respuesta en Labarta Posse. Seis días más tarde, el viernes 22 de agosto de 1919, nuevamente el Diario de Pontevedra recogía la respuesta al cariñoso abrazo que me envía mi buen amigo Pérez Lugín, autor de La Casa de la Troya. De artista a artista le respondía en verso, haciendo un repaso lleno de evocaciones y añoranzas a su pasado común universitario en Compostela.

Otra figura destacada a la hora de perfilar y entender esta simbiosis entre Periodismo y universidad, la encontramos en la figura de Pablo Pérez Costanti. Nacido en la ciudad del Apóstol en 1857, cursó los estudios de Bachillerato y empezó la carrera de Medicina, la cual abandonaría para sentar plaza en el Ejército como Brigada Sanitario. Tras licenciarse en armas y pese a la insistencia de sus seres queridos, no quiso continuar los estudios de galeno. Había encontrado su vocación: quería ser escritor. Y no había más que añadir.

En 1881 fundaba en Padrón El Organillo, periódico decenal humorístico. Allí coincidió con figuras de la talla de Eladio Fernández Diéguez, Javier Valcarce Ocampo y Fernando García Acuña, quienes más tarde se convertirían en primeros espadas de otros periódicos como La prensa gallega” o Café con gotas.

Llegó a ponerse al frente del Archivo Municipal de Santiago, en el cual hizo una labor extraordinaria. Ordenó meticulosamente todos los protocolos que confusamente amontonados yacían en aquel local, dando lugar a que el Ayuntamiento publicase su Índice en 1892. Fue capaz de poner “ordo ab chaos” en los libros de cuatro centurias de vida del Consistorio.

Destacado por el insigne doctor Pedret Casado, quien llegó a decir de él: “Nada se ha escrito tan preciso sobre la historia de la Audiencia de Galicia o de los gremios compostelanos como los capítulos de las Notas viejas galicianas, y todo ello aderezado con la gracia singular que rebosaba de la amplitud de su espíritu”. Y es que la pluma de Pérez Costanti se caracterizaba por su frescura y atractivo, frente a la plúmbea rigidez de algunos de sus coetáneos. Sin duda, un soplo de aire fresco.

Escribía bajo los seudónimos de Saulo, Rosa verde, Bachiller Pérez, Pietro Borchini o Tuno viejo.

Con motivo del inminente viaje que la Tuna Escolar Compostelana se disponía a realizar a Portugal, la Estudiantina daba un concierto de despedida en el Coliseo de la rúa Nova santiaguesa.

Corría el año 1888 y era el preludio de la mítica epopeya de la tuna presidida por Otero Acevedo en Portugal. Baste citar que, como consecuencia y al albur del enorme éxito cosechado por la agrupación universitaria compostelana en tierras lusitanas, nacerían las tunas en el país hermano, concretamente la primera, en la ciudad de Coimbra. Dos años después, una representación de estudiantes portugueses, devolverían la visita a Santiago, ya constituidos como Estudiantina Universitaria.

La actuación fue un éxito y la narración escrita bajo el seudónimo de Tuno Viejo, o lo que es lo mismo, un tuno llamado Pablo Pérez Constanti, atractiva. Y es que era muy común en aquel tiempo que las diferentes agrupaciones, universitarias o no, viajasen con un cronista, quien no solo se encargaría de narrar los éxitos o fracasos de las actuaciones sino también de contar los pormenores, anécdotas y tribulaciones de las que, en la mayoría de los casos, eran testigos de excepción. Conociendo siempre de primera mano, los dimes y diretes propios de tal o cual asunto.

Al regreso del periplo lusitano, el diario de Santiago, La Gaceta de Galicia, se hacía eco del concierto organizado para recibir a la Tuna. Haciendo especial hincapié en el polémico episodio protagonizado por su presidente Otero Acevedo, acusado de corvar la bandera y decir públicamente, ante tres mil estudiantes conimbricenses enfervorizados, que la universidad de Coimbra, por organización y riquezas, era superior a cualquiera de la de España.

El cronista y narrador no solo tomó partido por el presidente, destacando las explicaciones por el dadas, sino que además subrayó que cualquiera, de haber contemplado tan magna muestra de amor patrio, hubiera sucumbido y compartido las palabras de Otero.

Entendemos el ejercicio del periodismo y su relación con la vida universitaria como dos entes condenados a entenderse y completarse. Una relación, en el período de finales del siglo XIX y principios del XX, de complicidad. Periodismo de autor, artesano y comprometido. Un guiño nostálgico a aquellas figuras de una institución académica que contaba con cerca de dos mil estudiantes, en una ciudad de poco más de veinte mil, pero con una notable vida cultural y numerosos periódicos y publicaciones, vivero inagotable de contadores de historias.

Reflejo de una manera de desempeñar un oficio bajo el paraguas de la universidad, una universidad que aún no contemplaba el itinerario formativo adecuado para el desarrollo del periodismo pero que tenía claro, qué en su carácter universal, estaba el camino.

22 feb 2021 / 01:00
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