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Por Dios, por la Patria y el rey

{cada vez más monárquico}

Amuermado sobrino, he de confesarte que cada vez me siento más monárquico. Aún no me ha dado por salir a la calle a cantar el himno aquel que decía “por Dios, por la patria y el rey murieron nuestros hijos” envuelto en la enseña nacional y aporreando el tambor que me dejó en herencia el duque Remigio von Snacker, familiar directo de un comandante carlista que al parecer tocaba el pandero con tanto poderío como las Tanxugueiras, pero no descarto hacerlo en breve tal y como están mis ánimos de alterados ante el fervor monárquico que me han contagiado los súbditos británicos. Ya sabes, Damián, que los de buena familia solemos ser muy adictos a las coronas regias, pero yo comulgué bastante con el republicanismo de corte francés hasta tiempos bastantes recientes, seguramente solo con el objetivo de llevar la contraria a mi recordada madre, que era juancarlista hasta el empacho y tenía su morada llena de fotografías del actual rey emérito. A mí, en cambio, me gusta más Felipe VI, y hasta doña Letizia, que al principio me parecía un tanto jipi para formar parte de la Familia Real, empieza a resultarme tragable, más que nada porque me divierto mucho cuando dirige miradas fulminantes a sus suegros. De todas formas, donde esté doña Sofía que se quiten las reinas de ahora, y sobre todo doña Camilla Parker, cuyo estilo me parece bastante vulgar. La que sí me gusta de verdad es la princesa de Asturias, doña Leonor, que me parece una chavala bien maja y simpática. Espero que no cambie de carácter y en el futuro tengamos una reina más grande aún que la recién fallecida Isabel II, cuyos sombreros siempre me parecieron el colmo de la elegancia kitch. Espero que Carlos III, que a buen seguro no sabrá dónde meter tantos complementos de mujer, tenga a bien regalarme uno, como así lo he pedido en una misiva que acabo de enviarle al palacio de Buckimham. Te mantendré informado de mis gestiones al respecto.

{hambre en la zarzuela}

Te comentaba, torpe Damián, que ya no siento rechazo hacia doña Letizia y lamento sobremanera no haberla podido saludar durante la última visita que hizo, el 25 de julio, a nuestra sacrosanta ciudad. Mi intención era acercarme a ella e invitarla a comer un cocido contundente en el restaurante Don Quijote, pero un guardia corpulento y con cara de pocos amigos me obligó, con escasos modales, a desalojar el perímetro de seguridad montado en el Obradoiro sin hacer caso a mi condición y vestimenta de marqués. No sé, sobrino, antes a los aristócratas nos trataban con más tacto. El caso es que la comida prevista no se pudo realizar y tuve que conformarme con la compañía de mi ama de llaves, la señora Gladys, que me prohibe beber vino o cerveza. Te adelanto igualmente, sobrino, que he iniciado una investigación para saber si el servicio de cocina del Palacio de la Zarzuela funciona como es debido o sufre restricciones presupuestarias, porque también encontré sumamente delgados tanto a su majestad el rey como a sus hijas. Te iré contando el resultado de mis pesquisas.

{mi adorada marilyn}

No sé, sobrino, por qué ahora muchas mujeres, como la reina, se empeñan en estar tan delgadas, con lo estupendamente que sientan varias onzas si están repartidas con salero por aquí y por allá, como les ocurría a mis adoradas Marilyn Monroe y Sofía Loren. A mí, en cambio, los kilos siempre se me van a la panza y acabo pareciendo una especie de balón de Nivea con patas, capa y sombrero de copa, que es la lamentable imagen que presento en la actualidad. Cualquier día de estos contactaré con el doctor Felipe Casanueva, que sabe mucho de estas cosas, para que me recomiende qué hacer, aunque temo que me obligará a sustituir los chuletones de buey por raciones de brócoli hervido. O coliflor, cuyo olor me desespera. En cuanto a los kilos de más que te comentaba que he cogido, espero revertir la situación corriendo a trote cochinero bajo los abedules de mi mansión. Sé que es una ordinariez propia de jóvenes sudorosos, pero no me queda otra.

{las edades de mi madre}

Antes te hablaba, Damián, de mi monárquica madre, que siempre tuvo mucho estilo tanto a la hora de ganar kilos como de cumplir años. De hecho, al llegar a los cuarenta decidió que ya no cumpliría más y al final tanto mi hermana pequeña como yo acabamos siendo mayores que ella, cuestión paranormal que dio bastante de qué hablar, durante décadas, entre nuestras amistades. Seguro que Iker Jiménez podría haber hecho un excelente programa con ella. La que tampoco parece soplar velas es la exconcejala compostelana Encarna Otero, que para mí tiene prácticamente el mismo aspecto que hace un par de décadas, cuando ejercía como política al frente del Bloque Nacionalista Galego en Santiago. El otro día la vi desde mi carruaje de caballos y es como si el tiempo, pese a tener el cabello blanco, no hubiese pasado para ella, quizá porque come más sano y hace más deporte que yo. Doña Encarna siempre me cayó bastante bien, y eso que nunca me hizo mucho caso, más bien ninguno, cuando le recomendaba que se hiciese un poco más de derechas y dejase al lado sus ideas jipis contagiadas por don Xosé Manuel Beiras. De aquella yo era bastante forofo tanto de la concejala popular María Jesús Sáinz, a la que no he vuelto a ver desde que abandonó el ruedo de la política municipal, y de la edil socialista Clotilde Rodríguez-Martull, que vestía de una forma muy sobria y elegante, no como los políticos que llegaron arrastrados por las mareas podemitas, tan adictos a las boinas sin estilo, los fulares multicolores, las camisetas raídas con la cara del Che Guevara y las camisas huérfanas de plancha que tanto gustaban al exalcalde coruñés, don Xulio Ferreiro, que además las llevaba por fuera del pantalón. Te dejo, sobrino, debo ver si Charles de Inglaterra ha tenido la gentileza de contestar a mi misiva

30 oct 2022 / 01:00
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