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Preparado frente a la catástrofe nuclear

{sable napoleónico}

Atontado sobrino, te escribo de nuevo para anunciarte que llevo varios días recuperando del desván, ayudado por mi fiel sirviente O´Leary, diverso material militar que a buen seguro me permitirá salvar el pellejo si las tropas rusas deciden invadir toda Europa con su sucia artillería tras dejar Ucrania más agujereada que un queso gruyere. Ahora, parece que las negociaciones de paz parecen estar mejor encauzadas, pero yo no me fío ni un pelo del nuevo zar postsoviético. De momento he comprobado el correcto funcionamiento de una máscara antigas que heredé de mi bisabuelo paterno, el comandante Manfred Snacker, fallecido sin honores en la batalla de Verdún cuando abandonó borracho una trinchera mientras los franceses disparaban a todo bicho viviente para defender la plaza del asedio alemán. Ayer me la coloqué en el rostro, abrí por completo la espita de una vieja estufa de butano que guardo en una habitación en desuso y me pasé allí varias horas sin notar mareos o desfallecimientos. Peor suerte corrieron tanto O´Leary como mi ama de llaves, la señora Gladys, a los que encontré tendidos en sus lechos con el rostro macilento y apariencia de estar ya criando malvas. Alarmado ante el temor de ser acusado de homicidio involuntario, estuve a punto de telefonear a mi buena amiga Eloína Núñez, gerente del complejo hospitalario que denominan CHUS, para que movilizase con urgencia un equipo médico experto en reanimaciones, pero ambos empezaron muy pronto a decir incoherencias y deduje que saldrían adelante sin ayuda especializada, como así fue. También rescaté del desván un bonito sable napoleónico que me servirá, llegado el momento, para enfrentarme cuerpo a cuerpo con algún camarada de Vladimir Putin, así como unas extrañas granadas que no descartó utilizar, si los soldados del Kremlin son vencidos antes de llegar a Santiago, para bombardear la Casa da Xuventude. Creo que el pueblo compostelano, salvo el arquitecto Jorge Duarte y alguno que otro edil de la misma cuerda, me lo agradecerá eternamente. He de hablar con nuestro señor alcalde, don José Sánchez, para ver qué le parece mi plan de ataque.

{búnker de granito}

En el caso de que se declare una guerra nuclear, la supervivencia será, torpe Damián, mucho más complicada, así que no descarto construir un búnker bajo mi mansión que sea capaz de resistir hasta el impacto de las bombas más destructivas, aunque tampoco me veo pasando meses enclaustrado a diez metros de profundidad en un vil cubo construido con acero y hormigón reforzado. ¿Qué haré yo sin la compañía de mis libros, mi chimenea de leña, mi ventilador de techo, mi cama con dosel, mis discos de boleros, mi máquina de escribir Remington y mi vajilla de Sargadelos? Intentaré contactar con el concejal de obras, don Javier Fernández, para que me asesore al respecto y ponga a mi disposición una cuadrilla competente de operarios especializados en construcciones blindadas. Tan solo espero que no ocurra lo mismo que en Concheiros y el trabajo esté listo antes de que el mundo entero se convierta en una enorme bola de fuego. Oh, qué fin más agobiante y triste para mi trepidante vida.

{heridas de guerra}

Por fortuna, sobrino, cuento con buenos amigos entre la clase médica y sé que podré recurrir a ellos para que me palíen el dolor si resulto herido en combate contra la Rusia invasora. Entre los mismos se encuentran los tres doctores que acaban de ser elegidos para ocupar los sillones que estaban vacantes en la Real Academia de Medicina de Galicia. Ellos son, como sabrás, don Fernando Ponte, reconocido experto en Historia de la Medicina que ejerció en su día como médico militar y sé de buena tinta que cose heridas de guerra con más arte que Adolfo Domínguez una solapa de traje caro; don José Ramón González-Juanatey, cardiólogo de prestigio internacional al que debo pedir cita para que me mire los soplos coronarios que sufro cada que vez que veo a Pedro Sánchez en la televisión, y don Marcelino González Martín, veterano urólogo que ocupó un alto cargo en el hospital Juan Canalejo, lista a la que hay que sumar el nombre del conocido internista del CHUS Antonio Pose, que fue designado académico correspondiente de la institución. He de reconocer, Damián, que estoy un poco dolido con la cúpula de la Real Academia en general, que no tuvo la deferencia de felicitarme, mediante la organización de una sesión extraordinaria, cuando superé con excelente nota el cursillo que realicé sobre primeros auxilios, pero los aristócratas de cuna somos personas que sabemos perdonar los deslices ajenos.

{llega la semana santa}

Se acerca la Semana Santa, sobrino, y ya he ordenado planchar la capa morada y lustrar los botines que luciré en todas las procesiones organizadas en Santiago por la activa Junta de Cofradías, que preside mi buen amigo José Ramón Muñiz. En esta ocasión, además, sacaré a la calle un cirio de metro y medio de alto y diez centímetros de grosor que me regaló tu tía, mi examada Marie Louise, antes de que me pusiese la cornamenta con el pesado poeta hindú del que a veces te hablo, y lo haré arder por las calles como símbolo de mi total liberación amorosa. Mi deseo no es llamar la atención con el objetivo de encontrar una nueva compañera de vida, porque vivo feliz y sosegado en la soledad de mi alcoba, pero tampoco pierdo la esperanza de encontrar algún día a una doble de Melania Trump que tenga buena conversación e inquietudes literarias y musicales. Por cierto, ¿te había contado alguna vez lo bien que canto saetas? Te invitaré a una sesión en mi morada para que lo compruebes mientras las señora Gladys prepara algo en la cocina. A tu novia jipi, sostenible, tatuada y vegana la puedes dejar en casa, porque cenaremos chuletones de kilo y medio. Y a tu perro de raza desconocida, lo mismo. Ya sabes que no soporto sus ladridos.

03 abr 2022 / 01:00
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